
No me gusta la Nochevieja. Me parece una fiesta muy hortera. En mi familia apenas la celebramos y no salimos. Es más, raro es el año que no me dan las doce del 31 de diciembre con el pijama puesto. Y no, no un pijama sexy ni festivo: siempre estoy en mi pueblo y las inclemencias meteorológicas no perdonan (en la calle la temperatura suele estar bajo cero). Así que, no hay más remedio que recurrir al pijama de felpa, largo y ancho.
No me gusta echar la vista atrás, las listas ni los repasos. No me gusta tomar las uvas ni suelo dar besos para felicitar el año, salvo a los íntimos, a quienes doy besos con cualquier excusa y les deseo lo mejor todos los días.
Sí es cierto que, aunque esto de los años y el tiempo sea una convención, se acaba un año redondo, que lo ha sido para mal: crisis y más crisis; paro y más paro; congelación sobre la congelación; desastres naturales; las guerras que siguen –Iraq, Afganistán– y las que no salen en la tele –Congo–. Los tanques contra las piedras: Palestina. Y suma y sigue. Y no, no es que sea pesimista, que no lo soy. Pero es que no creo que la Nochevieja sea poner TVE y ver a la pánfila de turno dando las uvas con un vestido escotado y luego presentando un programa de cutres actuaciones musicales. Ah, y antes de cenar, por supuesto, los aburridísimos y falsamente emotivos programas de repaso y de echar la vista atrás. Yo este año propongo no echar la vista atrás, sino dejar de mirar hacia otro lado cuando en el Telediario aparezca la palabra Pakistán, por ejemplo.
Y no, no soy una jodona. Me gusta divertirme, el vino y el champán francés. Y el marisco. Pero, sinceramente, creo que este año hay poco que celebrar –salvo el glorioso Mundial, los besos inesperados–. Y como estoy un poco pitufo gruñón me encantaría lanzar al ciberespacio la siguiente pregunta: ¿por qué esa noche, o la de Nochebuena, en la tele pública –las privadas que hagan lo que quieran– tiene que estar Raphael, Bisbal y Bustamante? ¿Por qué no AC/DC o Alice Cooper? Es que de ver a Anne Igartiburu presentando a Chenoa –o similar– me dan ganas de proponer la abolición de la tele pública. ¡Qué radical me pongo cuando me siento vencida por la gilipollez!
Ah, y de paso decirles a todos los políticos –a los que gobiernan y se oponen y sólo quieren desgobierno y desgracias para gobernar ellos– que cierren la bocaza. A los que mandan y a los que aspiran. Su falta de inteligencia me ofende. Su escasez de ideas me hace mal y se está cargando el invento.
Cascarrabias que es una. Más. Como ex fumadora y fumadora ocasional –sólo si el alma está muy pirata, en un bar que frecuento, los enciendo y los paso, sin tragarme el humo– en noches de cerveza y largas conversaciones, muestro mi más enérgica repulsa a la ley que entra en vigor el día 2. Ah, por cierto, como parece que se acaban los argumentos para defender ciertas posturas, voy a hacer de abogado del diablo, pero sólo en esta ocasión y dejándome llevar del espírtitu navideño que me invade: lo del tabaco lo hacen por nuestra felicidad sexual.
Me explico. Mejor, ejemplifico: grupo de amigos, en la barra. Miradas que se cruzan. Deseo. Nada que hacer, con todo el mundo delante... Cierran el bar: ella vuelve a casa con su amiga. Él se va con el rabo entre las piernas –con perdón–. A partir del día 2: grupo de amigos, en la barra. Miradas que se cruzan. Deseo. Y de repente: "Voy a echarme un cigarro, Elena. ¿Me acompañas?". Y ahí, en plena acera, se enciende el cigarro. La mira. Retira el pitillo de sus labios, con chulería, la agarra de la nuca y le da un beso que bien vale una prohibición. Lo dicho: felicidad sexual y buen 2011 a todos.