El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

miércoles, 23 de febrero de 2011

Mito (y) torero


Soy un poco mitómana. Lo reconozco y no me avergüenzo: es más, lo que me avergüenza es pensar que hay quien se refiere a mí con este término cargándolo de inquina o intención de insulto. No lo consigue. Para insultarme hay que hacer algo más que describirme. Soy mitómana pero no rozo, ni de lejos, la histeria. Es decir, me gusta Paul Newman, no falta en mi salón, enmarcado, admirado y piropeado cada mañana, pero no me conozco su vida al pie de la letra: algo sé de su cine, de con quién se casó y del día que nació. Poco más, salvo que, de haberlo conocido, me habría trastornado (aún más).

Me gusta James Dean. No tanto como Paul Newman. Pero me gusta mucho. Algo sé de él. Y otras cosas me las han ido descubriendo. A los quince lo llevaba en la carpeta y en una camiseta. Y hoy, a toro pasado, he sabido que, de no haber muerto, el pasado día 8 habría cumplido 80. Aunque unir la idea de cumplir años a la figura de James Dean es un oxímoron como la copa de un pino. También supe, no hace tanto, que a James Dean le gustaban los toros, y mucho. Y como mitómana que soy, he rastreado el google hasta hacerme con unas fotos de él toreando de salón, que he enmarcado convenientemente y ya velan por mis sueños en mi habitación.

De lo que sé de él, me gusta más lo que me imagino. Cuentan que decía que si fracasaba como actor quería ser torero y que dejaba empantanados los rodajes para irse a México a los toros. No tengo más datos de su afición a los toros que esto y cuatro fotos que he encontrado. Pero me lo imagino emocionado y palpitante. No veo a James Dean sentado en el tendido, tomando notas, en plan "aficionado cultureta" (con todos mis respetos a los aficionados enciclopédicos y bla, bla, bla). Lo veo latiendo, con los ojos brillantes, percibiendo el peligro, queriendo vivirlo. Fascinado por la altivez de los toreros, por la fuerza del toro, por la lucha y la muerte. Lo veo seducido y soñador.

Fue un gran actor, aunque breve. Habría sido un gran torero –quizá algo temerario, pero valiente y elegante–. Nos hemos perdido a los dos, pero hemos ganado ambos. Fue lo que fue y es lo que queremos que sea, para eso están los mitos: para soñar. De realidad ya está el mundo lleno.


domingo, 20 de febrero de 2011

A los quince de mi Ramón


Lo mejor de ti es que, a tus quince, no les falta un ápice de la alegría que tenías a los tres. Y que fue creciendo a los cuatro, y a los cinco, y a los seis... Y que llega a tu hermosa adolescencia con una fuerza casi insultante, abriéndose paso victoriosa ante tus primeros problemas, dudas y contratiempos. Que ahora, Ramonete, se te hacen un mundo. Y lo son. Porque tu mundo es tuyo y bien contenta estoy de estar en él en forma y figura de "mi tía, la que nunca regaña".

Lo mejor de tus quince es que alegraron mis 19 y que son ejemplo y orgullo de mis 34. Naciste cuando más te necesitábamos. Tu abuelo, del que has heredado nombre y carácter, se nos iba. O eso decían todos menos él, que se empeñó en conocerte. Y no es para menos: preludiabas primavera en aquel despacible febrero.

Fuiste savia para el viejo roble sobre cuyas raíces hemos crecido y nos sujetamos todos. Sangre de su sangre, compartís hoy optimismo y fuerza, Ramones, y un ser y estar a prueba de reveses. Ya de bebé apuntabas maneras: te caías y levantabas las veces que hiciera falta, llorabas porque querías y callabas si te apetecía. A tu frente jamás le faltaba un chichón y la expresión "estar quieto" jamás formó parte de tu código infantil. Eso no iba contigo, baby. Donde esté una buena caída, vaya la cabeza por delante, que se quite una apacible siesta: eso es de bebés aburridos. Y tú, Ramón, siempre has tenido mucha marcha.

Lo de dormirte era una misión imposible y tus actuaciones bien merecen un Oscar. En el pueblo, la calle era tu reino y las cabañas tu palacio. Príncipe entre las vecinas, despertabas a medio barrio dando patadas a las puertas mientras te apretabas un biberón ataviado con un batín rojo. Y la abuela persiguiéndote calle arriba calle abajo con la arritmia a toda pastilla y el sintrón en vena.

Dueño de una imaginación desbordante, has urdido fugas -con tus primos y tu hermano como impagables cómplices-, puesto en aprietos a más de un adulto con preguntas imposibles, escondido mochilas en el congelador y has hecho de la mirada un arte que tú enmarcas con unos pestañones inmensos, como tu corazón, que hoy late con la vitalidad de los quince y que promete una vida llena de emociones y alegrías: no mereces menos. Es lo que tú nos das.

Primo enrollado, hermano protector, hijo ejemplar, nieto cariñoso, sobrino ideal y noviete cañón (eso sé que dicen las chavalas), llevas en tu piel, tan fina y blanca, la nieve de las Sierras de Cuenca y la brisa del Cantábrico, mezcla en ti explosiva: pura energía, inteligencia y vitalidad.

Eres un pillo irredento, Ramón. Una mente inquieta: todo lo coges al vuelo, todo lo ves, todo lo escuchas, todo lo presientes. Todo lo vives. Todo te alegra, todo lo sufres. Y eso -que lo conozco bien, te recuerdo que compartimos un buen cacho de código genético- tiene de malo y de bueno, pero más de lo segundo que de lo primero. Pasar por esta vida con indiferencia vale menos la pena que pisar el camino con pasión: bailando de alegría o pataleando de rabia.

¿Más virtudes? No te callas ni debajo del agua, donde te mueves como un pez, dicho sea de paso -eres atlético, espigado, deportista y ágil, da gloria verte coger olas con tanta gracia y esa figura que derrocha maneras de tipo interesante-. Eres un ciclón arrollador.

Me gusta tu ilusión. Jamás vi a un niño abrir tan emocionado los regalos de Reyes ni defender con tanta vehemencia que había visto a Melchor. Me gusta ese brillo en tus pupilas, esa sonrisa inquieta. Me gusta la luz que te preside, la llama que te domina. La hoguera de emociones y grandes pasiones que eres, sobrinito de mis desvelos.

Me gusta tu risa, tan pegadiza y franca.
Me gusta de ti hasta tu enfado.
Pero sobre todo me gusta cómo pones tu inteligencia al servicio del amor: me gusta cómo quieres a la abuela, que es mi madre, cómo la cuidas y la mimas. Cómo la miras y comprendes. Sabes dónde haces falta, en qué corazón acomodarte; y eliges el más frágil, afectuoso y maternal. A veces el más olvidado, de tan acostumbrados que estamos todos a que siempre esté ahí. La quieres y proteges como lo hace tu abuelo (y ya tenéis algo más en común), Ramones de su latido.

Contigo, Ramón, he llorado y he reído. Te he cuidado y dormido. Y ahora que te alejas de la infancia a pasos del gigante de quince que eres, queda en mí el deseo de seguir compartiendo contigo las sonrisas y las penas, de tomar juntos todos los años el roscón de Reyes -nuestra fiesta favorita-, de compartir desastres y cumpleaños, las pequeñas tragedias del día a día y la alegría de vivir. Contigo es imposible no tenerla.

Te quiero mucho. Tu tía.

P.D.: Te pongo en la foto sin cortarme un pelo porque ya ha llovido (en Cantabria) y nevado (en Cuenca) desde entonces. Es la Semana Santa en la que Jonás y Gato, tus perritos, entraron a formar parte de esta nuestra familia. Estábamos en el pueblo, como siempre por esas fechas, por ahí asoma un cacho de tu primo Alfonso. Os pasasteis la semana haciendo el indio los cuatro, Nerea, Alfonso, Juan y tú. Como siempre. Pero esta vez con el agravante de los perros. En fin... Hoy, que es tu cumple, brindaré para que hagas el indio durante toda tu vida, que presiento y deseo larguísima, emocionante y feliz.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Sed de sangre


Ayer me dijo mi amigo Manon, un tío con bastante criterio y todo mi respeto, que True Blood, para él, no será una de esas series que recordará con el paso del tiempo. Yo lo entiendo, True Blood no es Los Soprano, no es The Shield, no es Mad Men. Pero True Blood es una gran serie que, para mí, corre peligro. Y lo corre a partir de su tercera temporada. Pero puedo prometer y prometo que la primera temporada de True Blood es lo más canalla, sugerente, sensual, divertido, irreverente y sinvergüenza que yo he visto en mucho tiempo. Y eso lo recordaré. Vaya que si lo recordaré, como recuerda uno el primer beso. Y como recuerda la ingenua Sookie el día en que conoció a Eric, el que iba a ser su perdición, sin ella saberlo.

Vamos por partes y empezamos por un vídeo. Éste.




No es un vídeo promocional. Se trata de uno de esos montajes de música e imágenes que hacen los fans desesperados, como yo, por ver la próxima temporada –hace tiempo que dejé de contar por meses, semanas o días, cuento por lo que falta para que se venda la cuarta de Mad Men, lo que hace que acabó Sons of Anarchy o lo desesperante que es no tener más True Blood hasta junio–. Hoy lo he visto, navegando en este mar sin calma que es mi horario laboral, y me ha encantado.

Para empezar, la música no le puede ir mejor. Y para seguir, mezcla muy bien las imágenes. El vídeo cuenta la primera noche que Sookie va al Fangtasia –bar de vampiros y para colmilleros (aquellos a quienes les encanta mantener relaciones con los vampiros)– y conoce a Eric. Ella va con Bill, su novio vampiro, todo un fiera (y no bromeo), y conoce al displicente Eric. Lo que pasa entre ellos no voy a contarlo aquí, aunque algo se intuye en el vídeo. Los que sois seguidores sabréis distinguir qué imágenes pertenecen a la "realidad" y cuáles al subconsciente. Para los que no lo sois, os aconsejo dejar volar la imaginación.
¿Lo mejor de volver a ver estas imágenes? Descubrir más razones por las que True Blood es una gran serie. Una de ellas es la coña y la calidad con la que trata las imágenes, los ambientes... Entrar al Fangtasia con tu vestidido de niña sureña virgen, del brazo de un vampirazo, y que ese rubio de mil años despierte el deseo más oculto que hay en ti no tiene precio y, si miras bien, y ves cómo está decorado el Fangtasia, no te queda más remedio que quitarte el sombrero y amar a Allan Ball sobre todas las cosas: un póster de Drácula, un cuadro de un vampiro mordiendo a la estatua de la libertad...

Más. Y añado otro vídeo. Éste de la tercera temporada, la peor. El vídeo es éste.



¿Por qué éste y no otro?
La razón principal es porque la canción me vuelve loca, como toda la banda sonora de la serie. Pero además porque se ve estupendamente cómo aquel deseo que se intuía entre Eric y Sookie ¿aun sin ser consumado? hace que el vampirazo sea ¿capaz de sacrificarse por ella? y se tueste al sol cual lagarto. Que por qué pongo interrogaciones. Fácil: no os lo voy a contar todo. Pero me encanta ver a Eric, tan chungo, suspirando por esta niña cursi, que es todo un personajón. También me encanta ver al rey de los vampiros con esa urna transparente donde se ve una guarrería roja: es su amante –un apuesto joven– triturado, licuado y comprimido. Sí, lo mataron y él, enamorado, lo lleva consigo a todas partes.

Más coñas: las pintadas contra los colmilleros en la puerta del Fangtasia. Y sí, la tercera es la peor, pero el momento en que el rey de los vampiros irrumpe en directo en el telediario y le saca la médula espinal a la presentadora es impagable. Por esto y mucho más creo que es una gran serie.

Pero sobre todo, sobre todo, sobre todo, es una gran serie por la habilidad para meter historias –lo del rey gay, el tráfico de sangre de vampiros, la magia negra, el hermano de Sam, los amores de Jason, la secta fanática...– en una serie que parte de un argumento disparatado –los japoneses inventan la sangre sintética y los vampiros no necesitan succionarla de los humanos, por lo que empiezan a "convivir"–. El humor negro, la sensualidad, la atmósfera, la música... Y el placer de volver a verla y ver lo que antes no habías visto –detalles como ese periódico sensacionalista sobre una mesa con un gran titular: "Angelina adopts vampire baby"–. Si a esto le sumamos la banda sonora, lo buenos que están todos, le añadimos un poco de sexo, una pizca de irreverencia e incorrección política, el resultado es que... o llega pronto la cuarta o la que esto firma tendrá que buscar palabras nuevas que sustituyan a la expresión "echar de menos", pero hiperbolizando, exagerando y, por supuesto, viendo de vez algún cacho de mi adorada True Blood.

P.D: La dosis semanal de The Vampire Diares no aplaca mi deseo. Eric sigue siendo más total y sinvergüenza que Damon Salvatore, y ya es mucho decir.

lunes, 14 de febrero de 2011

Cantando al desamor

Enamorada o sin enamorar. Con o sin pareja. En mi puta vida he celebrado esta mierda de día. Sé que esta forma de empezar una entrada no es precisamente poética ni biensonante, pero a estas alturas de mi blog, mis escasos y selectos lectores saben de sobra que lo políticamente correcto no es lo mío.

De pequeña no me gustaban los osos amorosos y de mayor no me gustan los globos con forma de corazón. Y cuando quiero bombones, me compro una caja y me inflo. Las flores... las planto yo y de capullos... está el mundo lleno.

Y tampoco soporto la manida frase de "éste es el Día de El Corte Inglés". Me da igual de quién sea el día y, dadas las circunstancias, me la pela: a la economía seguro que le viene bien que haya un montón de peña comprando flores carísimas que se estropearán en dos días. No me importa casi nada relativo a este día. Sólo una cosa: si a alguna vez a alguien se le ocurre regalarme algo por San Valentín le falta Gran Vía pa correr mientras se come las flores.

Y hoy, por ser hoy, vamos a cantarle al desamor. Porque no hay amor sin desamor... Y viceversa. Que por qué. Quizá para compensar el azúcar de mi última entrada, quizá porque el otro día vi a este chico en un concierto de Quique González y eso me recordó que tiene una voz preciosa y unas canciones rechulas, amén de otras virtudes. Pues eso, música para el desamor y el olvido el 14 de febrero.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Seven Nights to Rock


Seven Nights to Rock. Así es la vida cuando sonríe (la vida, quiero decir. O no, o tal vez viceversa).

Se sorprendió a sí misma escribiendo ese sinsentido en su "estado" de Facebook. En realidad nadie, salvo ella, sabía qué quería decir esa frase tan absurda. Siete noches para el rock and roll: con él la semana había dejado de ser un cúmulo de horas y franjas grises, la sucesión de trabajo, descanso, ocio. La rueda cansina y agónica del tiempo y las rutinas.

Así es la vida cuando sonríe. Porque si la vida sonríe es más vida y aleja el llanto, y la vida nace cuando él sonríe. Y viceversa.

Caminando a su lado, la ciudad parecía rendirse a sus pies. Su tacto, su olor, su tabaco, devolvían a sus más de 30 bien cumplidos una pulsión casi adolescente que incluso la ruborizaba. "¿Nos fugamos?". Y en esa pregunta sin respuesta habitaba a la vez un eco que le presionaba dulcemente el estómago y que descendía, como la yema de los dedos de él, hasta el ombligo, describiendo un camino de piel y tersura. Blanco. Levemente interrumpido por pequeños besos, imperceptibles para el aire de tan suyos como eran, de los dos.

A veces jugaba a mirarlos desde fuera. Como si ella no fuera ella o pudiera desdoblarse, desnudarse de la emoción o escaparse de su cuerpo y de su mente. Observarse a sí misma desde arriba, desde una perspectiva ajena, y a él con ella. Entonces, vistos así, ese tipo de la camiseta negra y la tía de las botas altas que estaba a su lado le parecían los protagonistas de una canción de Bruce Springsteen. Compartían el humo y la risa y una especie de ansiedad por abrazarse.

Si alguien se lo hubiera pedido, sus defectos, los de ella, él los habría enumerado en un soneto como virtudes:
"Vehemente, muy terca e intolerante,
por macarra me ha puesto en un aprieto,
si se enfada, aun con mi hermoso soneto,
pobre del que pille por delante"...
Los suyos, los de él, los defectos, ella se los recordaba en besos. Los versos
-pensaba- ya estaban en su boca. Por eso, la enmarcaba con sus manos, y apretaba cada lado de su cara con cariño, mientras le regañaba por su cabezonería, su dejadez con el móvil o su aparente olvido.

Y en lugar de comas, enumeraba con besos. Y entonces el beso, y el reproche, quedaban protegidos por las manos, que permanecían en la cara de él y ocultaban sus labios al resto del mundo. Y los dedos se deslizaban hacia la barbilla, como si quisieran acariciar el momento, rozando, confundidos, una boca y la otra. Y las comas -perdón, los besos- pasaban a ser... puntos suspensivos.

...
Abre paréntesis. El silencio inundó su salón: el CD de Bruce Springsteen* había terminado. La ausencia de su voz (de la del Boss y la de él, que nunca llamaba) la devolvió al tiempo real y la sacó del recuerdo de la noche anterior, aún tan cálido. Dejó de verse a sí misma -y con él- desde fuera, dejó de analizarse y describirse, de mirarse y juzgarse y decidió sólo sentirse. Cerró el Facebook, tan absurdo a veces, o siempre, y echó de menos su tibieza.

"I love you, honey". Escribió en un sms. Enviar. Él, que nunca contestaba a los mensajes, recibió ese bip-bip en su teléfono móvil con cierta alegría, ya que anunciaba el nombre de ella. Leer. Sonrió.
"Yo a ti también", dijo para sí. Pero no contestó. Dos puntos: los reproches con besos en lugar de comas tenían su punto.Y aparte. Cierra paréntesis.
Punto final.

P.D.: A veces, las historias de las canciones de Bruce Springsteen están a la vuelta de la esquina. O un poco más arriba. Pero justo al lado, dando un paseo.

P.D.2: Las hay más románticas, pero la que toca es Seven Nights to Rock, por alusiones. Y no, no es de Bruce y no me acuerdo de quién es ni pienso parar a buscarlo ahora, pero yo la conocí cantada por el Boss y para mí es suya aunque la inventara otro. Es algo así como si alguien tratara de convencerme de que mi madre no inventó el amor. Lo descubrí con ella. Ergo...



*
-Creo que le gustas a ésa. Te mira mucho.
-¿Celosa?
-Sabes que no. Voy sobrada de ego.
-¿Y tú? No. La verdad es que tampoco tengo motivos. Pero has de saber que el otro día, ver cantar a ******, me pareció casi orgásmico. ¿Celosa ahora?
-No, ni lo más mínimo, pero has de saber que...
-¿Qué?
-Que ver a Bruce Springsteen es algo casi sexual.

viernes, 4 de febrero de 2011

Batiburrillo de fin de semana


Con un pie en Marruecos, la cabeza aún en Madrid y el corazón entre Egipto y cierta zona del Sur de España donde hoy retumban los sonidos más evocadores del r'n'r. Así andan las cosas. Huérfana de series y aburrida de ver a Mubarak acomodado en el sillón, a la vez que intento convencer a un sector de la gente que me quiere de que no me va a pasar nada en Fez, que no es Kabul y que tampoco es El Cairo –dadas las circunstancias, aunque ya me gustaría estar en El Cairo ahora mismo–.

De Egipto poco o nada puedo decir que no se diga a diario en los periódicos. Sólo añadir que muestro mi más rotundo apoyo a la revuelta ciudadana y a sus deseos de convertirse en ciudadanos de derecho, a sus ganas de libertad y de acabar con esa demoledora dictadura que ha estado tan bien vista por Occidente.

Lo del r'n'r me lo guardo para la intimidad, como hiciera Aznar con su catalán –me refiero a la lengua–..

En cuanto a las series... Una vez finalizada "Prison Break", me encantaría recordarles a ciertos guionistas que para algo se inventó el concepto de justicia poética, tan olvidado y por el que tantas veces he llorado con amargura. Y el otro día no fue una excepción –y no, no voy a chafarle a nadie el final de la serie–: la tristeza se apoderó de mí a pesar del bajonazo progresivo que la serie va sufriendo, pero una se encariña y, claro, después sufre, como con todo en la vida.

Y de Fez... pues que tengo unas ganas locas de estar allí, de pasear por su medina y comer cuscús, de escuchar la llamada a la oración y por unos días –pocos, menos de los deseados– pasar de coche y despertadores, del ordenador y hasta los ocios urbanos, que tanto me gustan.

Y aunque duelan las ausencias, hay que agradecerle a la vida que me vaya poniendo en suerte amigos con quienes compartir soledades y paseos. Gracias por su paciencia, y por la vuestra.

Hasta la vuelta.