Cada vez tengo menos certezas. Pero hay una que preside mis días y ocupa gran parte de mi ocio y, en buena medida, mis reflexiones -sean hondas o superficiales, más lo segundo que lo primero, y viceversa-: "Soy adicta a las series, pero a las buenas". Es decir, que jamás me engancharía a "Los Serrano" y con ver un minuto de "Sin tetas no hay paraíso" sé que no tiene ningún interés. Y la culpable de esta adicción es "Doctor en Alaska", ella fue mi primer amor en este intenso romance de la ficción por capítulos. El porqué es demasiado largo para un post. Hoy sólo intentaré esbozar una sensación que hoy he recordado y que tuve hace años -la friolera de doce, que ya son-. Era julio. Acababa de licenciarme. Y me quedé en Madrid a trabajar ese mes en la biblioteca en la que era becaria, más por estar en Madrid con el chico con el que salía que por cualquier otro motivo. Ya por entonces, creo que mi inconsciente sabía -mi consciente lo supo hace no tanto- que aquél no era el compañero, el que caminaría de la mano conmigo por la vida. Entonces, "Doctor en Alaska" era en La 2, entre semana, a eso de las dos de la mañana, yo compartía piso y no tenía vídeo. Me quedaba a verlo aunque al día siguiente me moría de sueño. Mientras esperaba, sola en el salón, leía. Recuerdo una escena. Estaba leyendo "No me esperen en abril", de Bryce Echenique -¿premonitorio?-. Empezó la serie, esa musiquilla...
Entonces, yo no era una persona, ni de lejos, encantada de la vida -demasiadas cosas, ya conocía la pena y el llanto-. Y tenía 22 años.
Pero sonaba la música de "Doctor en Alaska" y todo se desvanecía. Y yo quería ser una más en Cicely. Y conocer a Chris y hablar con Maggie y que me curase Fleischmann. Aún no sé de qué, pero de algo, porque tenía dolor. Con el tiempo, he entendido cuál era ese dolor, y cómo se cura: con una pizca del Fleischmann que llevamos dentro, una cucharada de la fuerza de Maggie, cuarto y mitad de la bondad de Holling, 100 gramos de la inocencia de Shelly, medio vaso de la magia de Chris, dos gotitas de la madurez de Ruth Anne y un puñadito de la esencia de Ed, recién traída del conocimiento ancestral de las tribus indias.
También he sabido que Cicely no es un lugar, es un estado de ánimo. Y hacia él camino, y la andadura está llena de jugosos frutos.
Es la prueba evidente de que necesitamos ficción para superar la realidad.
A Martín -y no sé por qué me ha salido así ni tengo claro por qué he escrito esto ni te lo dedico-, un verdadero y auténtico habitante de Cicely (aunque aún no lo sepas).
El blog de Luisa Tomás
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En Cicely, Alaska, podría ver la luna cada noche. De hecho, es imposible vivir allí y no saber qué luna hay. En Madrid, no hay manera. Los edificios la tapan.
ResponderEliminar-Pero en Cicely, Alaska, puedo morir devorado por un oso, me digo.
-Aquí, en Madrid, espero que no.
Qué bonito, tu primer contacto con la serie y cómo te enamoraste de ella. Yo era un bastante más jovencita (unos tiernísimos 13 añitos) y también fueron un par de noches de verano donde no había ganas de dormir, donde aguantábamos hasta la 1 y pico despiertos por ver el capítulo de turno. Ahí me enganché y desde entonces, desde lo cual han pasado ya 13 años, me sigue cautivando y sigo viendo los episodios una y otra vez.
ResponderEliminarCicely es magia, es el lugar perfecto para vivir, una utopía para soñar, pero qué bonito es poder hacerlo con una serie como esa!! La mezcla perfecta la clavaste: un poquito de cada personaje es lo que cura el dolor. Muy buena reflexión.
Estuve mirando un poco tu blog y me encantan las entradas sobre la serie, iré echando una ojeada de tanto en tanto.
Un saludo!!
Muchas gracias, Marta. Y bienvenida. Me alegra saber que te gusta el blog y espero volver a verte por este Cicely tan particular.
ResponderEliminarLuisa Tomás
Esas noches hacían del verano algo especial. Esta es, sin duda, la primera serie buena que vi. Interesante blog Luisa (Marta me lo ha pasado :)
ResponderEliminarMuchas gracias, Xavitron. Un placer tenerte por aquí. Marta también tiene un blog interesante.
ResponderEliminarGracias por visitarme.
EStás en tu casa.
Luisa
Muchas gracias, Xavitron. Un placer tenerte por aquí. Marta también tiene un blog interesante.
ResponderEliminarGracias por visitarme.
EStás en tu casa.
Luisa
Doctor en Alaska tenía algo que era nuevo en aquella época. Ahora las series de televisión son lo más, pero cuando empezó DA recuerdo que era una serie atípica. No era un sitcom, no era una serie dramática. Era comedia pero sin risas enlatadas... Era como tomarse un caramelo; lo saboreabas y luego te dejaba con un sabor dulce en los ojos.
ResponderEliminarUn placer que nunca, nunca, nunca volverá a sorprenderme como cuando la disfrutaba los viernes por la noche.
Un saludo.