tag:blogger.com,1999:blog-8618127326269605682024-03-13T17:34:57.267+01:00lo pensaré mañanaLuisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.comBlogger303125tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-9244933350756044272019-07-20T21:55:00.000+02:002019-07-20T22:01:21.322+02:00El olor a espliegoLa carretera rompía los campos de girasoles como se rasga una seda, con delicada severidad. La cicatriz de asfalto quebrando los montes, dibujándose con formas sinuosas, girándose y retorciéndose para librar la geografía de su infancia, parecía trazar en su alma un dibujo confuso donde bullían, en oculta herida, la nostalgia, la rabia, el dolor y la pena.<br />
El río, silencioso, tranquilo, con un sediento caudal de escaso septiembre, se divisaba allá al fondo, tímido, en el retrovisor. Y, al frente, la montaña. Altiva. Poderosa. Orgullosa e imperturbable, como una madre en épocas de carencia. Le parecía a su abuela Ángela.<br />
<br />
Su abuela Ángela reía poco y siempre iba de negro. Nuca la vio vestida de otro color. De niño, le contaba que se había puesto el luto a los 26, cuando a su padre lo mató un infarto en el camino que sube de Torralbilla al pueblo. De su bisabuelo no sabía ni el nombre, solo que había muerto en el camino de Torralbilla cuando fue a comprar vino con la borrica. Le decía su abuela Ángela que en el pueblo supieron que algo malo había pasado cuando el animal llegó solo al anochecer, con las alforjas llenas de garrafas y de manojos de espliego. La abuela Ángela siempre desprendía ese olor: a espliego recién cortado. Y a vino las noches en las que él, de niño, subía a darle un beso a su casa antes de irse a dormir y la encontraba llorando, mirando la lumbre. Que eran todas. Menos en verano, que no miraba la lumbre sino al horizonte, cuando el sol se escondía tras el cementerio y teñía de rojo un cielo definido por la desolación y la belleza.<br />
-Abuela, ¿por qué el cielo está rojo?<br />
-Hijo, porque la Virgen está haciendo pan.<br />
Y a esa edad, aquella metáfora, o lo que fuera, se transfiguraba en su cerebro en modo de esponjosa y tiernísima miga… ¿Haría también la Virgen rosquillas de azúcar? <br />
<br />
La abuela Ángela le contó, en el jardín de la residencia donde sus hijos decidieron que estaría mejor que sola en el pueblo, que el viaje de su padre a Torralbilla y el traslado del pueblo a Madrid para meterla allí habían sido los más tristes de su vida. En ese instante, él se sintió, además de profundamente apenado -nada hizo por convencer a su padre y a su tío de que la abuela donde mejor estaba era en su casa-, un tanto desleal -el día que él dejó el pueblo porque, por fin, el tío había conseguido meter a su padre en la Renfe y se marchaban a vivir a Madrid, lo recuerda como uno de los más felices de su infancia: ese viaje hacia lo desconocido en el viejo R5 le tuvo atenazado el estómago durante días, antes y después del fascinante trayecto hacia la gran ciudad-.<br />
<br />
El sábado siguiente, cuando volvió a visitarla y a contarle que por fin había aprobado el carnet, la abuela Ángela le contó que los que recogieron el cadáver de su padre, con la misma borrica que había traído el vino, dejaron en el lugar que había ocupado su cuerpo un montoncito de piedras que sujetaban unas ramitas de espliego. Desde entonces, todos los caminantes que pasan por allí, que cada vez son menos, “veraneantes que no tienen otra cosa que hacer, hijo, que ya sabes que aquello está abandonado. Ya ni se siembra ni se recoge, ni hay alegría en los campos”, ponen sobre el montón otra piedra. “Así que tu bisabuelo tiene un monumento, hijo. ¿Cuántos campesinos conoces tú que tengan un monumento?”…<br />
<br />
Si para su abuela, aquellos dos viajes habían sido los más tristes de su vida, para él este era el más importante y extraño. Ni París fin de curso, ni Mallorca con amigos, ni la escapada a Cádiz con su novia. Aquel estaba siendo, sin duda, el viaje de su vida. Al menos hasta ahora. Los pinos cegaban las curvas impidiendo ver qué había al otro lado, y a su inexperiencia en el volante, se unía una carretera difícil, que la noche empezaba a caer y los nervios que le producía saber que a esas horas ya los estarían buscando.<br />
<br />
Dejó el coche en la misma puerta de la casa, para que no tuviera que andar, y la ayudó a meterse en la cama. Después, encendió el fuego, calentó agua y le puso a su abuela esa bolsa de goma llena de agua caliente en el vientre para que entrase en calor, la misma que ella le ponía a él de niño para curarle los resfriados. <br />
<br />
Y ahora sí, llamó a su padre. “Perdonadme, papá. Siento la preocupación… pero… es que me lo ha pedido y no he podido decirle que no. Lo siento, de verdad. Entiéndelo, quiere morirse en su casa. ¿Que si está para morirse? ¡Y yo qué sé! A ver, tiembla. Tendrá frío. No, no me he venido porque sean las fiestas, a ver, si hubiera querido venirme de fiesta, ¿me había traído a la abuela? Haced lo que queráis tu hermano y tú. Yo me quedo con ella”.<br />
<br />
Aún no había amanecido cuando llegaron y los encontraron allí. Él, junto a la cama de ella. Ella, blanca y fría, de cera y nieve, vestida con un camisón rematado en puntillas que su marido -del que enviudó a los 56, cuando su nieto ni siquiera había nacido- le había traído un día que viajó a la capital. <br />
<br />
Su nieto la ayudó a ponérselo y, siguiendo sus instrucciones, le puso en las manos el rosario de su madre y un manojito de espliego que tuvo que salir a buscar. “Gracias, hijo, por ayudarme a preparar mi último viaje. Me voy en paz”.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-QJe53dFe_YI/XTNy7cDXweI/AAAAAAAAB1c/0LINhnPltg8xz1hOmPpKkqrxDxPUvjXsQCLcBGAs/s1600/images.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://1.bp.blogspot.com/-QJe53dFe_YI/XTNy7cDXweI/AAAAAAAAB1c/0LINhnPltg8xz1hOmPpKkqrxDxPUvjXsQCLcBGAs/s400/images.jpg" width="400" height="224" data-original-width="300" data-original-height="168" /></a></div>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-9361246677263245302015-12-30T12:28:00.000+01:002015-12-30T12:33:25.826+01:00Todos contentosCuatro meses es tiempo más que suficiente para declarar a este blog víctima del olvido; que no se queje, no es el único que sufre tal desaire. Y suerte tiene, que hoy voy a dignarme a escribirle cuatro letras, bien merecidas dada su callada resignación. <br />
<br />
Vivo sin vivir en mí por el sentimiento de aversión que me ha producido históricamente el 31 de diciembre: ese sainete envuelto en lentejuelas con lazo dorado; ese disparate emocional de bragas rojas; tanta alegría impostada; esa indigestión de año y de vida, que cansa, como diría Machado. Y más aún si obliga: si obliga a olvidar bailando una conga con desconocidos, cubriendo la tristeza de la mirada con un antifaz de cartón y purpurina, burlando las penas mientras soplas la gaita de un matasuegras que ni responde a su nombre ni maldita sea la gracia.<br />
<br />
No, que no piense el desocupado lector que la que esto suscribe se ha cubierto del desapacible sabor de la amargura; que no es mi afán añadir más peso a la pena con la que camino. Aun con el corazón atravesado por las siete dagas de la muerte del que me dio la vida para que la viviera con alegría, es su propio recuerdo y ejemplo el que sigue invitándome a escalar esta pesada cuesta con júbilo.<br />
<br />
No dejo de sentir irónica admiración, aderezada de repulsa, hacia esos millones de indolentes que, subidos en el pedestal de frivolidad de la nueva era, acusan a los creyentes de supersticiosos por confiar en la clemencia de Dios y, sin embargo, participan de ridículos fetichismos como las uvas de la suerte, ponerse en Nochevieja ropa interior de actriz porno comprada en comercios cutres, echar un anillo de oro en la copa... A mí, que me gustan las copas sin atrezzo, estas cosas se me atragantan y hasta me causan asfixia, aunque, si muero, ¿qué es la vida?, por perdida ya la di. Y a nada temo desde que tengo enchufe en el cielo.<br />
<br />
<br />
Pues eso, todos contentos (quizá aparentemente, cumpliendo el guión) y yo con indigestión.<br />
<br />
<br />
<iframe width="420" height="315" src="https://www.youtube.com/embed/8Jh9n0unOsM" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-65277348151458450612015-08-21T00:00:00.000+02:002015-08-21T11:10:54.512+02:00El gato negroPasar unos días en el pueblo donde transcurrió su infancia no parecía tan mala idea. Ese agosto, como todos, no tenía mucho que hacer o, mejor dicho, no tenía nada que hacer; y sus días se desdibujaban entre libros, recuerdos, soledades y poemas. <br />
Volver a aquella realidad ahora desolada, donde creció y rió, suponía un pasatiempo como otro cualquiera, quizá más inclinado a la melancolía que la propia lectura, que ya lo era de por sí, pero una dosis de pena, medida en su punto exacto, podría sentarle bien.<br />
<br />
El trayecto transcurrió sin demasiado ajetreo, parecía acompañarlo una música de la de entonces, que arrastraba una congoja amarga aunque placentera, esa necesidad satisfecha de sentir. Pero él ya sabía suficiente de la vida y de la muerte como para dejarse envolver por la engañosa manta de la nostalgia.<br />
<br />
Nadie ni nada, salvo el tiempo, parecía haber pasado por la casa en la que creció. Todo se le antojaba intacto, protegido por una gruesa lona de polvo que envolvía los muebles y los transformaba en recuerdos. La cómoda de la habitación de sus padres, la mesa de la cocina... ya no son lo que eran, sino el espectro de lo que fueron: el lugar donde su madre guardaba su ropa salpicada de saquitos con un olor dulzón que todo lo impregnaba; la mesa donde merendaba y hacía los deberes con "Moisés", su gato, adormecido y perezoso a sus pies, su madre sentada al otro extremo. Le resultó curiosa la forma en la que los objetos dejan de serlo para cobrar una vida inventada, esa que le otorgamos, adornada de una disparatada carga emocional.<br />
<br />
Subió a la habitación en la que dormía y soñaba de niño. El enorme ventanal se abría al desvencijado villorio y le ofrecía un panorama apacible y tristón. El crepúsculo y su cadencia pesaban silenciosos sobre las casas, que empezaban a ofrecerse al fresco de la noche y al olor de la siega. En las eras se hacinaban los haces. Y el campanario callaba, altivo, vigilando un paisaje poblado de inviernos que caminaba hacia la grisura abriga del otoño. Con su lluvia aún templada, y esos ocres cálidos que perfilan el atardecer.<br />
<br />
Las últimas luces del día se insinuaban, caprichosas, entre las curvas abiertas de las nubes, y se proyectaban a un suelo sediento que invitaba al paseo y a cierto desasosiego. Sus decididos y silentes pasos lo llevaron por las calles del pueblo, a la puerta de la escuela –en su cabeza retumbaban sonidos pasados, gritos de entonces, la voz de su padre pronunciando su nombre–, a la panadería y a la fuente. <br />
<br />
Y al cementerio. Sus pálidas manos recorrieron el cerrojo herrumbroso de la doble puerta. Había algo frío en el óxido que la cubría, algo pegajoso que impregnaba la piel y el alma. Todo era música callada y mármol. Ángeles de pálidos ojos esculpidos en granito, letras sobre la piedra; flores deslavazadas crecidas ya inertes en plástico. Y, de repente, un movimiento nervioso, una vida agitada, pequeña, inquieta, oscura y de ojos vivaces, que removía aquella quietud y la turbaba. Siguió al animal intentando darle caza en vano, pero el gato se deslizaba entre las tumbas como si estuviera inventando un juego sobrecogedor y perturbado. No tenía miedo ni lo tuvo cuando vio al animal pararse y saltar sobre la losa en la que estaba labrado su nombre y el de sus padres, muertos 30 años atrás, cuando su padre, en una cerrada noche de lluvia, intentó esquivar a un gato que se cruzó en la carretera. Sí le sorprendió que "Moisés" viviera tanto, pero no que le gustara reposar sobre su tumba; el animal, su gato negro, ese que sus padres nunca quisieron en casa, tenía querencia a dormir a sus pies. <br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-P7xYsw47bYw/VdZNyXh09UI/AAAAAAAABuA/VaEmLwgSWqQ/s1600/cats%2Bgato%2Bmira%2Bla%2Bluna%2B3.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-P7xYsw47bYw/VdZNyXh09UI/AAAAAAAABuA/VaEmLwgSWqQ/s400/cats%2Bgato%2Bmira%2Bla%2Bluna%2B3.jpg" /></a></div>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-32125157787804705802015-07-25T20:38:00.000+02:002015-07-25T20:47:03.361+02:00Canciones de entoncesNunca he querido saber, pero ya he sabido, que ni el tiempo ni la vida perdonan. Y aunque el tiempo no pasa de ser una convención, un círculo insensato que nos mata y nos devuelve a la esencia, la vida es esa pequeña zorra que te da tanto placer como pena. Más la segunda que el primero, si acaso el uno fuera posible sin la otra. Y viceversa. Y pasa, y queda. Pero sobre todo pasa. Y sobre todo queda. No hay vida sin recuerdos, y por eso, me dijo un querido amigo, no hay nada más terrible que el alzheimer; morir sin rastro de lo que fuimos, sin recordar la cara de los que nos amaron, el rostro terrible de los que nos hirieron. Sin huellas del amor ni de venganza. Sin tan siquiera odio por el puñal helado de los que nos vendieron por 30 pobres monedas y no tuvieron la dignidad de dejar caer su cuerpo en una higuera, el cuello quebrado por la soga certera. Justicia bíblica para el traidor.<br />
<br />
Nunca he querido vivir, ni he vivido, de recuerdos. No alimenta mi desalentada alma el recuerdo de mi padre, porque él vive en mí, que nací de sus huesos y de su amor. En mi forma de mirar, dice mi madre. En la forma de sentir, digo yo. Porque creo sentir como él sentía: con devoción y verdad, de la que duele. De la que mata. Por eso somos difíciles, en el fondo tan sencillos. No necesito recuerdos porque no olvido; y él vive en mí y en los míos, que somos todos suyos, en cada gesto y en cada paso. Y también en el duelo que me ahoga. Porque, aunque él no quiera este dolor, no vence aún mi malherido corazón la tentación de rendirse desasosegado por la falta de su abrazo, por un silencio que todo lo puebla. Se llevó intactos sus recuerdos, todos buenos, por su obra y por su gracia; todo bondad, pura alegría. Qué dicha la suya, qué vida tan feliz y plena. Qué muerte tan plácida y serena, qué gozo el suyo sentir nuestro amor hasta expirar.<br />
<br />
Nunca he querido tener, ni he tenido, añoranza del pasado. La vida es sólo presente, ni siquiera hay futuro. Pero ahora que conozco la vida en toda su plenitud, con el golpe por la muerte, con el acecho constante de la pérdida, he entendido por qué llevo días escuchando sólo canciones de entonces. No porque entonces, cuando esta canción cerraba nuestras madrugadas de juerga, fuéramos jóvenes; o porque nos divirtiéramos más, a golpe de JB o ponche-cocacola. No escucho canciones de entonces ni siquiera porque sean mejores que las de ahora. Escucho las canciones que escuchábamos entonces porque entonces aún no conocíamos la pena. Bendita ignorancia.<br />
<br />
<iframe width="420" height="315" src="https://www.youtube.com/embed/W3zIfO-YOzg" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-86533545170627242822015-06-19T00:27:00.001+02:002015-06-19T09:16:32.769+02:00Desde que te vi morir<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-wO2NCyZI42I/VYPBtswpooI/AAAAAAAABtY/wGVjvootm5Q/s1600/blog.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-wO2NCyZI42I/VYPBtswpooI/AAAAAAAABtY/wGVjvootm5Q/s320/blog.jpg" /></a></div>Desde que te vi morir, tengo menos miedo a la muerte. A la vida hace tiempo que se lo perdí, de tanto como te vi vivir. Antes de verte morir, la muerte era una zorra extraña que llenaba el cementerio del pueblo de frío y de sombras. Desde que te vi morir, puedo confesar y confieso sin rubor que el cementerio del pueblo siempre me ha dado miedo. Y algunas noches, cuando salía a tirar la basura, ese temor me invadía. Andar sola por la calle sola de nuestro pueblo, tan solo, con un silencio acompasado de cortante y solitario viento, me hacía pensar en los muertos, tan solos. Y el solo ulular del cierzo me encogía el alma hasta llevarla al estómago. Pero entrar a la cocina de casa borraba cualquier macabro pensamiento. Creo que era un temor premeditado; quería sentir miedo por el placer de volver a sentirme a salvo en tu casa, que es la nuestra, la de la familia, y que tú llenaste de colores cada día. Sin saberlo. Y no, desde que te vi morir, ya no me da miedo la muerte, y menos el cementerio, porque ahí estaré algún día, en la misma tierra que te ha acogido. Y con la certeza de que mis huesos reposarán a tu lado, no volveré a sentir temor. Espero llegar con, al menos, una brizna de la dignidad que tú tuviste cuando te vi morir.<br />
<br />
Desde que te vi morir, no creo en las casualidades. No es casualidad que no te gustaran las noches de los hospitales. "Las noches, pa los lobos, hija". "Y para las estrellas del rock, padre", te dije antes de verte morir, en aquellos días de esperanzas frustradas y goteros. Sonreías. Siempre me has reído las gracias (cuánto me has mimado), que igual no son tales, y menos que tengo ahora, desde que te vi morir. Cuando veías anochecer te inquietabas de modo inconsciente, y te fuiste de noche. La oscuridad había alimentado en tus entrañas algo que venció a tu cuerpo pero jamás a tu alma, que habita en nuestro recuerdo y en alguna otra parte, mejor que ésta, donde no volverás a sentir dolor. No hay casualidades, y no lo fue que allá donde reposa ahora tu cuerpo, entre la puesta del sol y la vereda, asomara aquella tarde una punta de ovejas para arrancar una sonrisa a tanto dolor. No es casualidad, y tú lo sabes. No fue casualidad que los animales buscaran en ese aciago atardecer su pasto junto al cementerio, cuando el sol caía y el ataúd se hundía en el suelo. Fuiste su pastor y nada, contigo, nos falta. En verdes praderas debes ahora descansar y darnos fuerzas para seguir por el camino recto, honrando tu nombre.<br />
<br />
A nada temo desde que te vi morir. Ni siquiera esta soledad que ahora siento es real, pues, desde que te vi morir, me reconozco parte de la misma cosa que es la familia que creaste y de la que siempre serás centro. Parte del mismo ser que son mis hermanos, un todo hecho cuatro partes, nacidos de tus huesos y de tu amor (y cito a mi queridísimo Miguel Hernández, tan pastor y tan poeta). Aliviar juntos la sed ansiosa e inclemente con la que te llamó la tierra aumenta el vínculo inquebrantable que de por sí es quererte; por ti, hicimos lo que la vida nos permitió, poco fue, salvo cuidarte y procurarte un final digno, sin sufrimiento, pero habríamos arrasado ciudades, quebrantado leyes, eliminado enemigos, matado monstruos, si de algo hubiera servido, e incluso dado años de nuestra vida, pero la muerte no admite tratos. Desde que te vi morir, sé lo bueno que es decirle a la gente que quieres que la quieres; y si lo sabe, da igual. Así se le recuerda. Casi nada, salvo querer, importa desde que te vi morir. <br />
<br />
Antes de verte morir, dijiste "cuidad a mami, pobrecita mía, lo que le faltaba ahora, que yo me ponga malo". Creo que es lo único que nos has pedido, y es todo lo que ahora te podemos dar. Mami es una mujer afortunada, aun en tu ausencia. Y el día que te vimos morir dijo "se va el sol de mi vida". Qué suerte la suya, al haber tenido un sol; que dicha la tuya, haberle dado tanta luz y calor. No sufráis, el amor es más poderoso que la muerte, que ya lo dijo Quevedo. Y las palabras de los poetas no son en vano.<br />
<br />
Desde que te vi morir, sé lo que es el dolor. Las lágrimas antiguas eran tristezas regaladas; sólo esta pena que anuda el estómago y se enreda en el sueño es una pena certera. Ay del que sienta que la vida está vacía de sufrimiento. Yo sé que no nos quieres tristes, y yo te prometo seguir, pero antes de seguir tengo que decirte algo, que ya te dije una vez públicamente, ¿te acuerdas? Yo presentaba mi libro y tú me mirabas, mitad orgullo, mitad modestia, todo amor: "De todo lo bueno que tengo, que he tenido y que tendré, lo mejor de todo es que tú seas mi padre". Y menos mal que te lo dije antes de verte morir. Ya lo sabías, pero hay que dar también el amor en las palabras, que el verbo se queda en el hombre y habita en su inconsciente. <br />
<br />
Después de verte morir, cuando la llamada de la rutina y la labor me obligó a este asfalto que sabes que adoro pero que ahora es sólo un gris lamento, al pasar con el coche junto a la escultura metálica del pastor que hay antes de llegar a Cuenca, te sentí ya parte de esa eternidad de la que sólo gozan los hombres libres, los sabios del espíritu, los puros de corazón. Reina ahora tu abierta y franca mirada en un horizonte que no termina donde se acaba el día, sino que permanece siempre, luminoso y apacible; los campos están más solos, pero nunca el cielo tuvo tanto brillo. Huérfanos los bosques y los ciervos, las ovejas y la loma de La Torquilla, y huérfanos de padre nosotros, y de patriarca y pilar nuestra familia, ahora son tus huellas el camino y nada más.<br />
<br />
Desde que te vi morir, la mirada de todos los que quiero, que son los que me quieren –pues el amor sólo se da si el querer es recíproco–, se quiebra húmeda de desolación y vuelve a resplandecer al citar tu nombre. Nos gusta tu forma de querernos a todos (no tuviste delirio, sólo unos minutos antes de verte morir me dijiste "vámonos a casa". "¿A quién quieres ver, papi?", te dije. "A todos"). Y a todos los que querías ver (y sabemos bien los que somos) no sólo te amamos desde lo más íntimo e intenso de nuestro ser, sino que adoramos tu estilo: ése de no querer ser viejo; ese que derrochabas partiendo salchichón en los aperitivos que ya no son costumbre en casa, sino religión; esa apostura de la gorra calada y los ojos verdes, como el trigo, verdes; ese no parar y soltar las cosas según te vienen, con su componente de ingenuidad, inspiración y naturaleza espontánea –valga la redundancia, que en ti cabe–; y ese no rendir cuentas a nadie. Porque te queremos libre, y libre quisiste vivir (creo, con franqueza, que lo conseguiste), ante nadie capitulaste y ante nadie has de capitular: que si Dios existe, pocas cuentas va a pedirte, pues eres puro amor, y de amor está tejido el cielo. <br />
<br />
Cuídanos desde allí. Es todo lo que deseo desde que te vi morir.<br />
<br />
<br />
<br />
<i>Postdata 1. Papi, he cogido prestado el título de un libro de Javier Marías, mi escritor vivo favorito, "Desde que te vi morir", porque es elocuente y me gusta, que tú me quieres mucho pero mi pobre talento tiene límites severos. Ya me imagino viendo al tío Javier en algún programa aburrido, tirados en el sofá de casa, y, después de aguantar unos cinco minutos, me dirías: "Anda, hija mía, pon el 67, que es el canal de los toros, que este tío es un tostón".<br />
<br />
Postdata 2. Papi, tú eres pura alegría, termino esta cosa que he escrito y que tanto me ha hecho llorar con la que, creo, es tu canción favorita. Y tan favorita era, que tuvimos una yegua que se llamaba así, "Campanera". Yo no sé bailar, pero no sabes lo que daría por bailarla contigo. Algún día la bailaremos, cuando la eternidad me gobierne y vuelva a sentarme a tu lado.</i><br />
<br />
<iframe width="420" height="315" src="https://www.youtube.com/embed/Mx9ATQZ_erM" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br />
<br />
<br />
Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-5691089282516273542015-05-04T08:07:00.001+02:002015-05-04T08:07:29.272+02:00Los últimos versos que te escribo<i> <br />
Lo peor del amor cuando termina son las habitaciones ventiladas, <br />
el puré de reproches con sardinas <br />
las golondrinas muertas en la almohada. <br />
<br />
Lo malo de después son los despojos <br />
que embalsaman el humo de los sueños, el sístole, <br />
los teléfonos que hablan con los ojos. <br />
El sístole sin diástole ni dueño. <br />
<br />
Lo más ingrato es encalar la casa, <br />
remendar las virtudes veniales, <br />
condenar a la hoguera los archivos. <br />
<br />
Lo peor del amor es cuando pasa, <br />
cuando al punto final de los finales, <br />
no le quedan dos puntos suspensivos.</i><br />
<br />
(Joaquín Sabina)<br />
<br />
Siempre me ha repateado el hígado esa gente que en lugar de decir "buenos días" suelta un frívolo "de lunes". Me toca los cojones, porque su "de lunes" es mísero e impúdicamente superficial. Un "de lunes" cualquiera, de cualquiera que te cruzas en el ascensor, no es más que sueño y pereza, resignación a una rutina basada en la supervivencia. "De lunes" no es nada, es como "de martes" o hasta "de sábado", porque hay miradas y palabras y gentes que no tienen más misterio ni más inquietud que el plato de lentejas, la siesta del domingo. "De lunes" no es un saludo, no hay un estado de ánimo que sea estar "de lunes". Y si fuera tal, sería obsceno saludar vomitando tantas miserias (basta decir "bien" cuando preguntan por cortesía qué tal; que las procesiones del alma caminan por dentro). <br />
<br />
No puedes decir estoy "de lunes" porque a la gente, a mí, no nos importa. El lunes es sencillamente una mierda porque en el lunes confluyen todas las tristezas. Las mismas que se desdibujan con la engañosa perspectiva del ocio y el descanso a medida que avanzan los días, lo cual no es otra cosa que avanzar hacia el inevitable final. Como si andar en el tiempo -en esta era en la que la vejez no existe y la tristeza es indecorosa; en esta era de bajas pasiones, por lo pobres y mermadas- sólo fuera caminar hacia el sábado o la jubilación, con esos anuncios de abuelos encantadores que se lo pasan pipa en la residencia cambiando los abrazos por higiene. Avanzar en el tiempo es oxidarse, renunciar a la tersura en aras de la artrosis, las canas y disfunciones varias.<br />
<br />
Y avanzar en el tiempo es sobreponerse al olvido. Porque lo peor del amor, cuando termina, es saber que acabarás olvidándolo. Más, cuando el coronel ya tiene quien le escriba y engorde la vanidad de su virilidad pobretona. Y borrar los archivos, con sus versos y la cursi ridiculez de darse los buenos días (y la tentativa a deshora de unas palabras inoportunas cruzadas por la noche, o el alcohol, o ambas). Porque lo peor del amor, cuando se acaba, son los lunes que te recuerdan que ni siquiera lo hubo.<br />
<br />
Que los lunes y el amor están desvirtuados por el peso de lo cotidiano, por el ruido de los despertadores y los atascos y por esa continua queja de quehaceres y obligaciones, por ese cansancio que me produce sólo oír tanto quebranto, por esa falta de valor, de épica y de poesía. <br />
<br />
Que lo peor del amor no es cuando pasa; es cuando da pereza. Como los lunes. Como hoy, un día sin huella, sin hondura, gozo ni herida.<br />
<br />
<iframe width="420" height="315" src="https://www.youtube.com/embed/7ayd5q9wLco" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-42195511547578498982015-02-05T23:25:00.000+01:002015-02-05T23:25:53.150+01:00Espérame en el cielo<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-7ZgoJxh5qw8/VNN9hchxF4I/AAAAAAAABsY/NqgtQmW9tIk/s1600/aurorashome.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-7ZgoJxh5qw8/VNN9hchxF4I/AAAAAAAABsY/NqgtQmW9tIk/s400/aurorashome.jpg" /></a></div>Despertó muerta. No, no es una metáfora. Aurora había muerto aquella noche de enero. En silencio, como había vivido. Se fue calladamente en su pálida alcoba, fría como ella, vacía y sola. Y desde esa atmósfera imprecisa donde habitan los espectros, Aurora contempló su cuerpo ya sin hálito, y también sin alma. Y siendo ya lo que era, sombra de lo que fue, se extrañó al comprobar la paradoja que convertía la vida en la tierra en carne inerte, abandonada a la vez por el latido y por el propio espíritu.<br />
<br />
Repuesta de la sorpresa que le produjo seguir siendo en un plano inmaterial, le invadió la inquietud por saber quién la encontraría. O si la encontrarían siquiera y no acabaría siendo su cadáver uno de esos cuerpos olvidados que aparecen al cabo de los años. <br />
<br />
La mole resquebrajada y solitaria que era su hogar carecía de actividad social. De hecho, la última vez que a aquella casa entró alguien fue en el duelo por su marido, Germán, hacía ya 20 años. Desde entonces, ella salía poco o nada, pues nada necesitaba del mundo exterior. Se vestía con lo que tenía, escuchaba sus viejos discos -todos le recordaban a él- y hacía la compra por teléfono; pedía que el repartidor la dejara en el jardín y rara vez se veían. Aurora no vivía, sobrevivía ahogada en sus soledades, envuelta en el luto de una tragedia que la sumió en una pena infinita y hondísima contra la que ni pudo ni quiso batallar. Así que esta nueva situación, contemplando desde fuera su cuerpo ya frío y de cera, no la asustaba. Es más, la aliviaba. Sentía un bienestar incorpóreo e ingrávido, como si fuera humo o nube, algo que está y que es, pero que ni se toca ni se atrapa; un estado desconocido pero agradable y despreocupado, sin anclajes ni peso. Sólo ser. Y flotar.<br />
<br />
La noche se le fue ideando la forma de avisar a alguien para que viniera a hacerse cargo de lo que quedaba de ella, pero la ausencia de amistades y familia dificultaban su afán. Bien entrada la mañana, hizo lo único que se le ocurrió: llamar al supermercado y pedir que el repartidor entrara a la casa, explicando que se encontraba en cama, enferma y débil, y no podría salir a por el pedido. <br />
<br />
La autopsia desveló que la mujer había muerto nueve horas antes de que se realizara esa llamada, hecho al que se le fue restando importancia y sumando olvido con el paso de los días, hasta desvanecerse como anécdota con el paso de los años. <br />
<br />
Y desde ese lugar intangible donde ya sonríe junto a Germán, Aurora contempló complacida y sin estupor cómo cerraban su ataúd -cuando la tapa cubrió su rostro, sintió una leve punzada, nada más- y lo hundían en la tierra. Y le gustó el detalle del mozo del supermercado cuando pidió que en el entierro sonara una canción que él decía escuchar cada vez que dejaba las bolsas en el jardín de doña Aurora, una canción doliente, una música lejana cuya melodía emanaba de las ventanas e inundaba la decadente maleza del jardín, las puertas herrumbrosas, el camino invadido de espinas. <br />
<br />
Al oír la música, la de los dos, la de otros días, Aurora lo sacó a bailar y Germán accedió con gusto. Llevaba 20 años esperándola.<br />
<br />
<br />
<iframe width="420" height="315" src="https://www.youtube.com/embed/-sc1O8BaKjM" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-76231884583418457962015-01-31T00:25:00.003+01:002015-01-31T08:40:26.610+01:00Ni me canso de escribirSí, sí me canso. De hecho, desde que publiqué el libro (a nadie le pregunto que si le ha gustado porque creo que nadie lo ha leído), escribir una palabra es un acto de fe y un esfuerzo desmedido.<br />
<br />
Escribir es desnudarse. Y desnudarse es algo terrible, y más con este frío. No me refiero a desnudarse para cambiarse la camiseta, eso es una ordinariez y puede hacerse en cualquier momento y delante de cualquiera. Desnudarse -de verdad- es quitarse la ropa que abriga el corazón, la timidez que me cubre, el temor que me atenaza, la soledad que me protege. Desnudarse es combatir, contra los propios miedos y contra la forma imperante. <br />
<br />
Desnudarse es combatir y yo escribo combatiendo. Y alcanzo a quemar las naves si suena mi canción de guerra. Y eso me derrumba. Y entre la derrota y la euforia hay a veces dos pasos y una melodía, como ésta, que me encanta. Impredecible, inesperada, que desacompasa mi latido confundido. Y un viernes que se muere sin saber lo que ha sido. Y un dolor que me quiebra y un puñal que me mata. Y un no sé qué que queda balbuciendo. Y esa sensación de algo que se escapa a los sentidos. Y esa inseguridad como certeza. Y un placer inexplicable al recordarte, y andar a tientas, buscando espejos. <br />
<br />
Y decir tu nombre a destiempo es una ternura terrible. <br />
Ojalá algún día me pronuncies. <br />
<br />
<br />
<iframe width="560" height="315" src="https://www.youtube.com/embed/N_cEsZSQZ3M" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-13501304274469221402015-01-20T21:40:00.000+01:002015-01-20T21:40:39.547+01:00Nunca es tarde<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-o3hC7tP1AKo/VL69GcDnIzI/AAAAAAAABq0/X71Uk-mFx7w/s1600/1013616_10204906256510017_2439671568590385098_n.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-o3hC7tP1AKo/VL69GcDnIzI/AAAAAAAABq0/X71Uk-mFx7w/s400/1013616_10204906256510017_2439671568590385098_n.jpg" /></a></div><i>Ni para volver a ésta mi casa virtual -a la que abandoné sin piedad, quizá por estar entregada a otras ocupaciones- ni para contaros que sí, que saqué libro. Y que Luisa Tomás dejó paso a Susana Fuentes para que sea ella y no su seudónimo quien firme esta breve publicación. Bien es cierto que Susana le debe mucho a Luisa y Luisa todo a Susana, pues no es aquélla sino el rincón más emocional de la otra, trazado con letras, sustentado en líneas, una huida y un refugio.<br />
<br />
Y para muestra, bien vale un relato de los que aparecen en el libro y que en su día, con otra versión, anduvo por aquí. Es el principio de un relato más extenso, la primera parte.<br />
<br />
Con él, retomo -espero- la actividad en el blog. Ah, si se os ocurre comprar el libro, decid en vuestra librería que lo distribuye La Torre Literaria. Será lo más sencillo. ;)</i><br />
<br />
Pero no hace falta que lo compréis: os quiero igual.<br />
<b><br />
Victoria.<br />
Parte I</b><br />
<br />
<br />
Los tobillos blancos de Victoria eran el motivo de sus días. Y el pecado de sus noches.<br />
<br />
Ella sabía que los ojos de Román hijo se clavaban en su figura cada vez que la veía bajar a la fuente. Y, aunque el recato y la decencia eran las máximas en las que se había educado, mentiría si dijese que aquellas miradas no le producían un incontenible cosquilleo, que caminaba a distinto son que ella, turbándola, ascendiendo por sus muslos hasta clavarse en sus entrañas, como penetra el sol en su alcoba cada mañana, y removerlas, como remueve el viento la mies. <br />
<br />
El amanecer del 14 de agosto se desperezaba rosado y cálido en aquellas soledades serranas. Román, huérfano de madre desde muy niño, espabiló azuzado por su padre, del mismo nombre, inquieto por naturaleza, infatigable. Un hombre de tez curtida y manos nervudas, abultadas en las falanges, remendadas de mil heridas. De chato silente en el mostrador, tabaco negro y pocas palabras. <br />
<br />
Solitario y bueno, Román padre, el cabrero, no pasaba inadvertido al resto del pueblo aunque él lo quisiera: su temprana viudedad y su apostura le habían ganado leyendas y alguna que otra “pretendienta” desolada, casadera tardía, viuda prematura o incluso esposa desolada y aburrida, que de buen grado habría aceptado cualquier gracia que de él proviniera.<br />
<br />
Pero Román, el cabrero, jamás quiso amar a otra que no fuera su Josefina, aquella delicia de ojos vibrantes y risa franca que se fue una macabra madrugada de enero, siendo su hijo sólo un infante, y después de sufrir una enfermedad terrible que le puso el pecho en carne viva, como si se lo hubiesen abierto y echado sal. <br />
<br />
Recuerdan aún las vecinas, casi dos décadas después, los aullidos de Josefina de madrugada, cuando el dolor se apoderaba de su ser y hacía que se retorciera sobre el algodón blanco como una lagartija recién pisada. Hasta que su cuerpo se quebró como un junco sobre el colchón de lana, exhausto de pesar y locura, después de meses de padecimientos por un cáncer de mama que ni se le diagnosticó ni tuvo cuidado paliativo alguno.<br />
<br />
“Se le habrá cuajado la leche en la teta”, decía alguna.<br />
“El crío ya es mayor para seguir mamando, le ha hecho gangrena”, replicó la otra.<br />
<br />
Y mientras, Josefina, se agarraba a su piel queriendo arrancársela, lloraba y chillaba en vano, suplicando a Dios que se la llevara y acabara con aquel despiadado tormento. Sentía que le ardía la sangre, que palpitaban brasas en sus pezones, que se le abría la carne del pecho hasta desgajarlo como una naranja madura. <br />
<br />
Y al fin, expiró, llevándose consigo un amargo calvario, y como última imagen, la cara desencajada y amorosa de su esposo, abrazando al hijo, como una Piedad, derrotada y rota. Resquebrajada cual porcelana vieja, cuyo lustre y brillo pretérito no volverá a recobrarse por mucho que amanezca cada día, por más que siga existiendo la primavera, y el amor, y el canto de los pájaros. Y el devenir diario. Por más que el cielo siga siendo azul… pues el corazón de Román murió a la par que el de su esposa, aunque su cuerpo siguió trabajando para criar a su hijo y su amor siguió latiendo para dárselo a él, que aprendió lo que significaba querer cada vez que iba a visitar la tumba de su madre con su padre y contemplaba, sin saber por qué, el brillo feliz de sus enamorados ojos, fijos sobre la foto ovalada y pétrea que coronaba su tumba.<br />
<br />
Y así, como Román padre, el cabrero, amó a Josefina, Román hijo, el cabrero, amaba ahora a Victoria. Con el mismo delicado embeleso.<br />
<br />
<br />
Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-73014698626441566492014-12-18T00:06:00.001+01:002014-12-18T09:05:46.614+01:00Cruela la Vil y Fernando el Católico<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-krBobA27SAo/VJKKIXSbf2I/AAAAAAAABqg/eGqXvFKbxf0/s1600/sancho.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-krBobA27SAo/VJKKIXSbf2I/AAAAAAAABqg/eGqXvFKbxf0/s400/sancho.jpg" /></a></div>Hacía siglos que no me llamaba mi amiga Cruela la Vil, pero anoche le dio el punto y me tuvo dos horas al teléfono, a mayor duelo de mi lastimada oreja y de mi hígado, pues hube de apretarme una botella de rioja para digerir tal chapa. Cruela tiene mi edad y, aunque una dama no habla de esas cosas y los 30 son los nuevos 20, sí diré que hace algunos añitos que nos abandonó la candidez de las adolescencia en aras de una edad adulta no siempre satisfactoria a pesar del buen hacer de la cosmética moderna y de mi inexplicable entrega a la tarifa plana del nuevo gimnasio del barrio. <br />
<br />
Cruela venía de someterse a tocamientos impuros, pero muy científicos, por parte de su ginecólogo y estaba que bufaba, ya que el buen hombre había venido a decirle que, por su parte, le quitaría el DIU, pues le encantaría, después de tantos años como paciente, llevarle un embarazo y verla convertida en madre.<br />
<br />
"Le he contestado con una sonrisa, mezcla de "tu puta madre qué tal está" y "si tú supieras, capullo". Y al salir de la consulta me he puesto a llorar, mari. Porque no, no voy a usar al gine de psicólogo, nena, y no iba a contarle mis penas. Pero para eso estás tú. Verás, desde que Arturo me dejó, mi vida afectivo-sexual es una mierda. La parte de "afectivo" es inexistente. Y la parte de "sexual" también. En los últimos doce meses sólo he tenido dos amantes. El primero se descubrió como un salido patético. Una especie de sabueso olfateador que se adornaba con cochinadas de terrible gusto. No me costó dejarlo, pero sí librarme de él. El segundo era un peso muerto, como si una merluza enorme y templada te cayera encima. Literal. Nunca había visto un hombre tan terriblemente torpón, tan lento. Cada uno de sus movimientos era una especie de angustia que lo llevaba a otra y, al final, a un sueño pesado sobre mi oreja que impedía descansar a mi insatisfecho cuerpo. Mi buen corazón, pues en el fondo de puro buena soy tonta (abro paréntesis en mitad del monólogo de Cruela para apostillar que me encanta cuando se pone así, victimista, terrible y loando sus propias virtudes, sólo visibles para los muy íntimos), me obligó a darle tres oportunidades. Pero la tercera noche, después de que se quedara sobao en el sofá viendo "Aquí no hay quien viva", decidí sacudirlo hasta despertarlo y echarlo de casa: sabía que alguien así no sería el hombre de mi vida ni el amante del momento. Después de eso –y ya ha llovido, a pesar de esta pertinaz e insana sequía–, amortizo menos el DIU que Ana Botella sus clases de inglés. Hasta el punto de pensar que se me ha fosilizado. No, no te rías, bruja. Que no tiene gracia. Y encima me sale este hombre diciendo que va siendo hora de plantearme la reproducción... Ay, dios, si él supiera que lo más cerca que he estado de quedarme embarazada en los últimos meses fue el día que Rodolfo Sancho salió en pijama en la serie "Isabel"... Sí, llámame enferma, pero ese hombre despierta en mí una bestia indómita (ríete de Smaug, el bicho de "El Hobbit"). Y ahora no puedo parar de llorar, porque me he dado cuenta de que la edad no perdona, avanza y me fagocita, que no hay nadie ahí afuera para mí y si lo hay no lo encuentro, que tengo un cerro de plancha y que el fantasma del arroz que se pasa asoma de nuevo a mis pesadillas". <br />
<br />
Después de esta retahíla y otras tantas, con sus correspondientes lágrimas y moqueos, sólo acerté a decir mientras remataba mi última copa de rioja: "Cruela, no te reconozco en esta decrepitud viejuna. La edad no tiene que perdonar nada, perdónate tú por ir siempre buscando y hallando amores fallidos, mariposas apresuradas que se transforman en polillas tempranas. Y si el arroz se pasa, olvídate de la paella; ya hay demasiada gente que come ese plato. Y verás cómo tus pesadillas se convierten otra vez, simple y llanamente, en dulces sueños. Por cierto, la calentura de ver a Rodolfo Sancho en pijama, a modo de catoliquísima, y sin embargo pecadora, majestad, no es asunto ligero, reina. Pues es un hombre divino si ocultara más lo humano".Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-4094760061142347692014-12-02T23:23:00.000+01:002014-12-02T23:23:03.666+01:00Delirio de la última luna del otoño<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-6gIO--RB98E/VH46T9VH0OI/AAAAAAAABp4/8ZbG-Ba0V_g/s1600/Moon_STOCK_by_wyldraven.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-6gIO--RB98E/VH46T9VH0OI/AAAAAAAABp4/8ZbG-Ba0V_g/s320/Moon_STOCK_by_wyldraven.jpg" /></a></div>Nunca he sabido, en esto del amor, cuando las cosas son certezas. Ni qué parte es real y cuál literatura, puro platonismo, cosas que nuestra cabeza construye con un andamiaje figurado y vano que acaba desplomándose y cayendo por su propio peso, dada la gravedad (del asunto). <br />
<br />
Nunca lo he sabido. Y tampoco lo sé ahora. Y creo que ya me da igual; no tengo edad para ir averiguando verdades, pero sí para crear imágenes que huyan del día a día. Para eso nunca es uno lo suficientemente viejo. <br />
<br />
Nunca lo sabré. No. Quizá nunca lo sepa. Lo que sí he sabido al escuchar acercarse su voz mientras me atrapaba la última luna del otoño, luchando por brillar fría y petulante entre un abrigo de nubes, es que hay imágenes perfectas. Por ellas he de morir, por ellas sueño. Por lo demás, que el mundo siga siendo de los realistas. Así nos va. <br />
<br />
Y que cada cual ponga el amor en su sitio. Y que a cada cual lo ponga el amor en su sitio. Real o figurado.<br />
<br />
<iframe width="420" height="315" src="//www.youtube.com/embed/0wWIg2n8icQ" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-66160311513980678212014-11-11T22:12:00.000+01:002014-11-12T17:45:50.548+01:00Hace demasiado tiempo que trajimos una sandíaHace demasiado tiempo que no escribo en el blog. Tanto, que hasta yo misma creí que lo había abandonado. Pero eso no es lo peor, lo peor es que el abandono había causado la muerte de varios seres que pululaban por aquí y que a mí, al menos, me hacían gracia. Una era la Bruja de las Palabras, esa mujer oscura y triste, voluntariamente presa en su torreón, <a href="http://lopensaremanana.blogspot.com.es/2011/09/cuento-de-las-poesias-perdidas.html">aquella que arrojó su corazón al foso del olvido</a>. ¿Os acordáis? Ay, no, no fue el corazón, era la llave de la cajita que lo contenía. Ni yo misma me acordaba. Pobre mujer. <br />
<br />
Luego estaba <a href="http://lopensaremanana.blogspot.com.es/2013/08/cruela-la-vil-capitulo-1-por-que-los.html">Cruela la Vil, ésa me gustaba, me caía bien. Era un poco más zorra y despiadada. </a>Tenía gracia y sabía herir con la palabra, escupía puñales de vez en cuando, aunque se adivina cierto candor detrás de esos dardos que no son más que sobrada prevención por si el día o la vida se presenta hostil.<br />
<br />
Ha pasado demasiado tiempo desde entonces, desde las dos. Y ni siquiera sé cuál de las dos voces hablaría en un día tan raro como el de hoy, en una época tan abandonada al abandono como la presente, tan desilusionada y tan fría y tan gris. <br />
<br />
Ha pasado demasiado tiempo desde entonces y ha pasado demasiado tiempo desde esta mañana, cuando sonó el despertador. También ha pasado demasiado tiempo desde que lo de ser joven es una convención y no una realidad. No me preocupa. Si me preocupara, acabaría loca u operándome hasta no reconocerme: envejecer es a la vida la vida misma. Sirva la perogrullada. <br />
<br />
Ha pasado demasiado tiempo desde que fui adolescente y ha pasado demasiado tiempo desde el primer pudor. Ha pasado demasiado tiempo de una película, no de las mejores, pero sí de las que todo el mundo ha visto que se llama "Dirty Dancing". Ha pasado demasiado tiempo de aquellos bailes, un tanto ridículos, que simulaban una cópula (para qué los eufemismos). Ha pasado tanto tiempo que hasta el protagonista ha muerto. Sí, los macizos también mueren, Patrick Swayze. Y la suya fue una de esas muertes que conmocionan, porque él con "Dirty Dancing" y Josh Brolin con "Los Goonies" y "Los jóvenes jinetes" y Robin Wright con "La princesa prometida" son parte de mi adolescencia con más poder y presencia que mi primer novio; de ellos me acuerdo, de mi primer novio a duras penas y de casualidad (que me perdone quien tenga que hacerlo).<br />
<br />
Ha pasado demasiado tiempo desde que una joven payasona se dejara enseñar a copular <br />
–perdón, a bailar– por Johnny Castle (Patrick Swayze), el primo de Zumosol del pringao del complejo turístico donde la payasa veranea con su burguesa familia. Y es allí, cuando lo ve por primera vez, contoneándose, cuando ella suelta la frase. Él llega poderoso, sudado, la plebe lo aclama como si fuera el dictadorcillo follador de una república bananera, baila vestido pero desnudo, ella lo mira avergonzada y febril y para más inri se entera de que la jaca rubia que lo acompaña en tan poco sutil movimiento no es la destinataria de su fulgor sexual y de la potencia de sus riñones. No. Y ahí se dibuja el hombre perfecto: está bueno, sus movimientos son una promesa y además es medio casto. Y un chulo. Muy, muy chulo. Y entonces se te acerca, a ti, sí, a ti, virgencita de barrio bien, hija de médico, doctora de causas perdidas, voluntaria del Domund, falda hasta la rodilla, miembro del coro parroquial. ¿Y tú qué dices, chata? "Traje una sandía". No, no es la frase con la que esperas impresionar a nadie, y menos al tío bueno. Pero es la frase que te perseguirá toda tu vida.<br />
<br />
Ha pasado demasiado tiempo de aquella película y de aquella frase. Ha pasado demasiado tiempo desde mi adolescencia, pero siempre, siempre, siempre, que tengo que decir algo para impresionar a alguien o hacerle una gracia o un yo no sé qué... ¿Que qué le digo? Pues eso: "Traje una sandía". O cualquier simpleza similar. Hay que ver, con lo ocurrente que soy otras veces y que tú aún no lo sepas, rey ;)<br />
<br />
Ha pasado demasiado tiempo de casi todo y lo único que queda claro es que la edad no nos hace mejores, sobre todo en lo de que a relacionarse se refiere; hacemos las mismas tonterías con 15 que con 40. Y con 50. E incluso 60. Y con 70, con una mano en el bote del Viagra y la otra sujetando el marcapasos. Sí, hacemos las mismas gilipolleces. Porque la edad no nos hace más adultos, sólo nos hace más viejos. <br />
<br />
<i>A mi amiga Arancha, y a sus sandías ;)</i><br />
<br />
<iframe width="560" height="315" src="//www.youtube.com/embed/egDzbl_3xVk" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br />
Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-26717548384603268892014-09-19T10:15:00.002+02:002014-09-19T10:15:33.226+02:00El último sueñoSiempre he tenido miedo de mis propios sueños. Hace años, la noche que murió mi abuela, yo soñé que se moría. Vi su cuerpo rígido y su rostro de cera. La imagen me impactó y desperté asustada. Eran las tres y cuarto de la madrugada. El teléfono de mi casa sonó a las ocho en punto; era mi padre para decirme que la abuela había muerto aquella noche, a las tres y cuarto. Creí que aquello era una casualidad. Y traté de olvidarlo, pero no pude.<br />
<br />
Años después, una imagen terrible invadió mi noche y agitó mi cabeza y mi descanso: la tierra del cementerio de mi pueblo se abría como una boca hambrienta y ofrecía una oscuridad amenazante y fagocitadora. Desperté aterrorizada a las cinco y media. Horas después supe que a aquella hora había fallecido mi tío. No, no soy bruja, mi tío era un anciano que llevaba días agonizando –era bastante obvio que su fin estaba cerca–, pero no negaré que aquella nueva “casualidad” me infundió un miedo terrible.<br />
<br />
Esta dolencia o dote adivinatoria o lo que sea que me pase se repite desde entonces continuamente. Odio que llegue la noche, soy incapaz de meterme a la cama. Me quedo en el sofá con la tele encendida, acompañando mis ansiolíticos con alcohol. No hay ni una sola muerte de un conocido que yo no sueñe o presienta, así que me he negado a dormir. Pero el cansancio me aplasta y anoche me quedé dormida en el salón, con el ruido de la Teletienda de fondo. Y he soñado que me moría. He visto mi cuerpo sobre mi cama, cubierto con un hermoso camisón blanco que perteneció a mi abuela. Estaba peinada, limpia y arreglada, junto a dos cajas de pastillas de las que el psiquiatra me recetó cuando fui a contarle lo que le ocurría a mi cabeza.<br />
<br />
Me he duchado, me he peinado y maquillado. Estoy guapa, muy guapa con este camisón de mi abuela. Acabo de tomarme las dos cajas de pastillas y ya estoy terminando esta nota de despedida. Por fin voy a descansar sin soñar nada a cambio.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-YFnM-jAE9xA/VBvmBpQPMFI/AAAAAAAABpU/NoL6Zukk5To/s1600/cementario%2Bmajadas%2B5.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-YFnM-jAE9xA/VBvmBpQPMFI/AAAAAAAABpU/NoL6Zukk5To/s400/cementario%2Bmajadas%2B5.jpg" /></a></div><br />
<i>Foto: Juan Ignacio de Frutos</i>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-49601641072020621332014-09-03T00:19:00.003+02:002014-09-03T10:11:02.863+02:00Relato canalla tras mucho tiempo sin pasar por aquí. Ustedes perdonen<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on"><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: left;">Sólo sé que el amor es una cosa que les pasa a otros. Desde que me divorcié de Laura, no puede decirse que lo mío sea el romanticismo. Claro que, durante el tiempo que estuve casado, tampoco despilfarré mucho en rosas. Sí lo hice en disculpas: nunca fui el marido ideal y hube de pedir perdón con frecuencia, justo hasta el momento en el que supe en el taxi que me llevaba a casa borracho como una cuba, tras cientos de llamadas perdidas de mi mujer, que ése no era el concepto que Laura tenía de matrimonio. Y no, tampoco era el que tenía yo. La diferencia entre ella y yo era que a ella le gustaba su idea, y yo odiaba la mía. Digo más: ella imaginaba que algún día llegaríamos a ese estado ideal en el que ir a hacer la compra al mercado sería lo más parecido a una fiesta, siempre y cuando la hiciéramos juntos comentando, cómplices, calidades y nivel de frescura. Y a mí esa posibilidad remota me hacía vomitar. Que fue exactamente lo que sucedió en el frenazo ante el último semáforo.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;">La separación tuvo lugar sin más exabruptos que los que se suponen normales, algún “wasap” ofensivo por su parte, cierta debilidad nocturna por la mía que aliviaba en cualquier bar. Nada nuevo; llevábamos años haciendo lo mismo con distintas excusas. Lo único que me sorprendió de aquel proceso es que no fuera mi mujer la que decidiera poner fin a esa pantomima y que incluso derramara alguna lágrima o fingiera que no lo esperaba. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;">Sí, el amor es esa cosa que les ocurre a otros y no a mí, que ya he echado en el olvido los 30 y acaricio la temida crisis de los 40. No, no me compraré una moto. Soy un solitario empedernido y algo crápula, pero no un gilipollas. Soy bueno en mi trabajo, muchas mañanas me duele la cabeza, hago un poco de ejercicio sin más finalidad que la de seguir postulándome como amante ocasional de no más de dos noches y, de vez en cuando, sólo de vez en cuando, echo de menos el calor del hogar, pero enseguida se me pasa. Es decir, soy un ser convencional. Tipos como yo los hay a patadas por los bares.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;">A veces tengo pesadillas con la foto de mi boda, suele ocurrirme las noches que le he dado al escocés, a la irlandesa y al rock and roll en el garito de mi amigo Alberto. Sueño que Laura y yo nos salimos del marco y, en una paranoia onírica, los dos monigotes disfrazados de príncipes Disney persiguen –puñal en mano, cual Chucky, el muñeco diabólico– al hombre que soy ahora, en realidad, el que siempre fui. Y entonces me despierto sudando y, mientras me pongo una copa en el salón, me pregunto cómo pude dormir ocho años bajo aquella amenaza rodeada en dorado. Esa imagen me persigue: yo, vestido de pingüino y con cara de “tontoelhaba” (por cierto, vaya resacón llevaba); y Laura, cual milhoja de Ruiz, dulce y vaporosa. Pero coronada de un virginal azahar del que prendía un velo casi macabro. Y es que uno hace cosas no porque quiera hacerlas, tampoco es que no quiera; simplemente se hacen porque se cree que en el guión que, al parecer, la mano caprichosa de alguien ha escrito por nosotros, llegamos a ese renglón. Y yo, que siempre fui muy aplicado en la cartilla, no me salté esa línea. Y no, no penséis que soy un cabroncete, o sí, porque me da igual. Siempre quise a Laura y nunca traté de herirla, pero errarnos al casarnos. Ambos. Yo, por condescender. Ella, por pensar que podría cambiarme. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;">Ahora mi existencia es más simple y directa. Mis hábitos no merecen una sección en una revista de vida sana, pero es todo lo que me apetece hacer: cumplo en la obligación y luego me entrego a la devoción. N<span lang="ES-TRAD">o voy a engañar a nadie ni tengo que hacerlo. Desde que mis padres murieron, me quedan pocas ataduras emocionales. Y, aunque llegue a los 80, cosa que dudo, seguiré pensando que los hijos y las comidas de domingo con los suegros son el verdadero infierno. Por eso nunca quise reproducirme. Eso sí, aunque mi pericia inventando excusas no tiene parangón, en los ocho años de matrimonio, pocas veces pude librarme del marrón de los domingos de suegros-cuñados, cocido en invierno, paella en verano. Apariencias todo el año. Pavoroso, vaya.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><span lang="ES-TRAD"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><span lang="ES-TRAD">Pero ya pasó. Y sigo pensando que el amor es una cosa que les sucede a otros, pero no a mí. A mí me suceden otras, algunas verdaderamente extrañas. Tan extrañas que esta noche pegajosa de agosto me han hecho sentarme a escribir.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><span lang="ES-TRAD"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><span lang="ES-TRAD">El año pasado por estas fechas, andaba yo a la mía, como siempre -Madrid es una ciudad que lo da todo en este mes impío, conciertos, calor, polvo y arena. Y esa hostelería carente de todo glamour que tanto nos gusta y que somos incapaces de explicar a los que no la saborean, bares de barra de aluminio y cabezas de gambas sobre un terrazo añejo; cañas de Mahou en vasos de café con leche, croquetas y calamares. No somos ciudad de exquisiteces, pero sí de estómago satisfecho a la vuelta de cualquier esquina, en cualquier barrio, de bravas y boquerones con patatas fritas de bolsa: jodida delicia-, cuando el anuncio de un nuevo grupo de “wasap” reventó mi sueño envuelto en sudor y amanecer tardío. El asunto: “Comida de primos”. El promotor: mi primo Eduardo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><span lang="ES-TRAD"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><span lang="ES-TRAD">Se me revolvieron las tripas. Eduardo es el típico gilipollas. Un clásico en cualquier reunión. Si hay un seguro de coche barato, es el que él ha contratado. Si alguien necesita acuchillar el parqué, él tiene un primo de su cuñado que lo hace rápido y bien y económico. “Chicos, he pensado que, desde que murió la tía Juana, no hemos vuelto a reunirnos en el pueblo. Y qué mejor que hacerlo este fin de semana, que es la fiesta. Estaría bien comer todos el sábado, ir a la verbena… En fin, yo pongo el vino”.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><span lang="ES-TRAD"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><span lang="ES-TRAD">Sí, era un imbécil. Pero si él llevaba el vino, valía la pena. Aunque tuviera que pedir el dinero, llevaría un vino decentísimo con tal de que nos pasáramos media comida hablando de las virtudes del dichoso caldo. Virtudes que, dicho sea de paso, se improvisaban sobre la marcha, ya que allí nadie tenía ni puta idea. De hecho, yo dudo mucho de que alguien la tenga: esos comentarios cursis sobre el vino me parecen un esnobismo pretencioso que se hacen con el ánimo de distinguirse. Yo, en mi simpleza innata y práctica, divido el vino en dos grandes secciones: me gusta, no me gusta. Casi todos pertenecen al primer grupo. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: left;"><span lang="ES-TRAD"><br />
</span></div><div style="text-align: left;"><div style="text-align: left;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Calibri","sans-serif"; font-size: 11.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD; mso-ascii-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-bidi-theme-font: minor-bidi; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-fareast-theme-font: minor-latin; mso-hansi-theme-font: minor-latin;">Silencié el móvil y traté de seguir durmiendo. Pero un sol indolente penetraba en mi cuarto y avivaba mi jaqueca resacosa sin ningún tipo de miramiento. No negaré que la curiosidad por saber qué harían mis primos ante tan impulsiva propuesta, inquietaba mi reposo e impedía mi descanso, por llamar de alguna manera a mi pegajoso sueño. Cuando desperté, me encontré con la friolera de 78 mensajes sin leer. La conclusión era clara: </span></div></div><span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Calibri","sans-serif"; font-size: 11.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD; mso-ascii-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-bidi-theme-font: minor-bidi; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-fareast-theme-font: minor-latin; mso-hansi-theme-font: minor-latin;"><br />
</span> <span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Calibri","sans-serif"; font-size: 11.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD; mso-ascii-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-bidi-theme-font: minor-bidi; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-fareast-theme-font: minor-latin; mso-hansi-theme-font: minor-latin;"><br />
</span> <span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Calibri","sans-serif"; font-size: 11.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD; mso-ascii-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-bidi-theme-font: minor-bidi; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-fareast-theme-font: minor-latin; mso-hansi-theme-font: minor-latin;"><i>Continuará...</i></span><br />
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Calibri","sans-serif"; font-size: 11.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD; mso-ascii-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-bidi-theme-font: minor-bidi; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-fareast-theme-font: minor-latin; mso-hansi-theme-font: minor-latin;"><i>Aún no sé si por aquí o en octubre y en papel;)</i></span><br />
<span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Calibri","sans-serif"; font-size: 11.0pt; line-height: 115%; mso-ansi-language: ES-TRAD; mso-ascii-theme-font: minor-latin; mso-bidi-font-family: "Times New Roman"; mso-bidi-language: AR-SA; mso-bidi-theme-font: minor-bidi; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-fareast-theme-font: minor-latin; mso-hansi-theme-font: minor-latin;"><i><br />
</i></span> <span style="font-family: Calibri, sans-serif;"><span style="font-size: 15px; line-height: 16.8666667938232px;"><i><br />
</i></span></span> <span style="font-family: Calibri, sans-serif;"><span style="font-size: 15px; line-height: 16.8666667938232px;"><b><i><iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="315" src="//www.youtube.com/embed/-e2KMcR6m7U" width="420"></iframe></i></b></span></span></div>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-50546834990789855302014-07-01T13:57:00.000+02:002014-07-01T14:04:28.058+02:00Cerrado por derribo......hasta después del verano. Hasta que tenga tiempo para dedicárselo. Hasta que, por fin, vea en papel un montón de cosas que ya he contado aquí. Es sólo un hasta luego ;)<br />
<br />
<br />
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-Efkl99N7AuM/U7Ki9buE0EI/AAAAAAAABos/0uJHZR8XbqY/s1600/Derribo-Bellas-Vistas-2.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-Efkl99N7AuM/U7Ki9buE0EI/AAAAAAAABos/0uJHZR8XbqY/s400/Derribo-Bellas-Vistas-2.jpg" /></a>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-70033364750342152522014-05-21T08:53:00.003+02:002014-05-21T08:53:56.116+02:00Por mantener la ilusión: Decálogo del buen morantista<i>Es la falta de tiempo, y de ánimo. Y que ando a otras cosas; de ahí el semiabandono del blog. Es una pátina de octubre que está cubriendo mayo.<br />
<br />
Pero la vida siempre gana, y tiene que ser el mismísimo Javier Salamanca el que me dé un toque en Twitter diciendo que dónde anda mi morantismo. Pues dónde va a andar, en el corazón. Y si mañana nada lo impide –ojalá sea así–, estaré con el morantismo en to lo alto, porque el morantismo mantiene la ilusión, y no debemos perderla. <br />
<br />
Y, como no tengo tiempo de na, recupero la entrada que escribí a estas alturas del año pasado. </i><br />
<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/--tE3TfIQO3s/U3xNBsYjA_I/AAAAAAAABoQ/9LlWafUwcMk/s1600/morante+puro.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/--tE3TfIQO3s/U3xNBsYjA_I/AAAAAAAABoQ/9LlWafUwcMk/s320/morante+puro.jpg" /></a></div><br />
<b><br />
Decálogo del buen morantista</b><br />
Hoy, a pulso, sin pensarlo mucho, voy a desbocar mi ego para que se regodee, goce y hocique en el morantismo. Nada de lo que aquí quede plasmado será fruto de las cábalas ni el raciocinio, sino todo lo contrario. Está escrito a sangre y corazón. Porque los morantistas no somos de Ponce, somos de Morante.<br />
<br />
<br />
1. El morantista nunca sale triste después de ver a Morante, aunque la tarde haya sido un escándalo. Un morantista sabe que cada tarde que pasa es una menos que queda para llegar al momento extático, a la cima, al colmo, a la exageración, al delirio, a la locura. A la belleza. <br />
<br />
2. Si torea Morante, el morantista no camina: levita. En el trabajo, piensa en Morante, en el coche, piensa en Morante. Y, por supuesto, no va a la plaza vestido como el que va a comprar el pan. No. Un morantista se viste de domingo para ver a Morante. Porque es Morante. <br />
<br />
3. Dos o tres días antes de que venga Morante, uno escucha sólo canciones grandilocuentes. Nada de drogas, ni de sexo ni de r'n'r. Nada de grunges decadentes. Nada de cantautores moñas. No, si viene Morante uno pone a toda hostia en el coche la USB de copla que anda por ahí escondida de esos viajes en los que llevas a tu tía al pueblo (literal). Y cuando la pone, se da cuenta de que la copla, si viene Morante, suena épica. Y los arreglos se le antojan una banda sonora mala de película de romanos de los años sesenta. Pero se deja la puta vida cantando por la Piquer... "amante de abril y mayo, moreno de mi pasión"... Y en los semáforos la gente te mira como si estuvieras como una cabra. ¿Y qué más da? Mañana viene Morante. <br />
<br />
4. A un buen morantista le pasan cosas importantes cuando torea Morante: o lo besan o lo buscan o lo llaman o lo dejan. O lo seducen o se rinde o se entrega o enloquece o aplaude. O todo a la vez. Y lo riega con vino. Porque torea Morante. Es decir, que tal día como hoy hace un año. Y toreaba Morante. <br />
<br />
5. El morantista siempre tiene excusas y argumentos. Si Morante no tiene el día o no la hace o no está o no quiere verlo, seguros estamos de que sus razones tendrá. Y si no las tiene, nos las inventamos. Que para eso somos morantistas y dejamos volar la mente y los sueños.<br />
<br />
6. Un morantista es de natural alegre. Y si alguien le nombra a su torero, esboza una sonrisa que a algunos se les antoja tierna y a otros engreída, pero que vale más que mil palabras porque se la provoca Morante.<br />
<br />
7. Los fieles al morantismo contamos con detractores, algunos, quizá, por exceso de sesera y otros por defecto. Gente, la mayoría, con tendencia al gris y al enfurruñamiento. Un morantista sabe que será motivo de sornas, que oirá insultos hacia su persona y hacia la de su torero, pero lejos de dejarse arrastrar por esa abulia y ese dolor y ese espanto, se entrega terrible al orgullo morantista, fingiendo sordera o desinterés. O ambas cosas, como hace Morante.<br />
<br />
8. A un morantista se le clava un puñal en el pecho cuando lee o escucha "El gordete de La Puebla", "Engordante de La Puebla", "Mangante de La Puebla" y otras palabras de pésimo gusto y nula inspiración. Insultos baratos. Bazofia de mercadillo. Y aunque el morantista tiende a la calma, su espíritu se revuelve virulento contra tales insidias. Vamos, que un Ultrasur mosqueado el día del Alcorconazo no tiene tan mala hostia. Pero el morantista se contiene, da una calada a su puro imaginario y dice para sí "qué más da, si yo soy de Morante".<br />
<br />
9. A Morante, cuando no está, se le espera. Y el morantismo no es impedimento para disfrutar de otros goces, otros pases, otras gracias. Que somos también del que la hace, sí, pero cuando la hace Morante, la alegría nos lleva al infarto. Y si uno se tiene que morir, se muere. Qué mejor forma que viendo a Morante.<br />
<br />
10. Uno cree en Morante como cuando de niño creía en Melchor y en Gaspar y en Baltasar, como un portador de sueños, como el dueño de la magia, el que se guía por las estrellas, el que busca la luz, el que camina hacia el día. Y ese día llegará. Prometo estar para verlo.<br />
<br />
<br />
P.D.: Por cierto, Morante, después de las tardecitas que nos das, el próximo día, es decir, mañana, va a ir a verte tu madre. Y Yo. <br />
<br />
P. D.(2): La foto es del siempre extraordinario Juan Pelegrín.<br />
<br />
<iframe width="420" height="315" src="//www.youtube.com/embed/1ZlUcoxyZOo" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-87101399322795415382014-05-04T19:32:00.000+02:002014-05-04T19:32:10.347+02:00Un post y un temazo por un abril perdido*<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-Cmge-ZsNSBA/U2Z5VLYWs9I/AAAAAAAABns/3e5UETngld0/s1600/DSC_0170+(1).JPG" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-Cmge-ZsNSBA/U2Z5VLYWs9I/AAAAAAAABns/3e5UETngld0/s320/DSC_0170+(1).JPG" /></a></div>Ahora que ya ha muerto, voy a componerle un réquiem. Discreto, nada grandilocuente. Porque soy más feliz desde que no te espero y dejé de esperarte en mayo. Abril es ya sólo un mal recuerdo donde no pude gritar al tener la garganta herida. Literal. <br />
<br />
No, no hay metáfora ni ruido de sables poéticos. Tenía la garganta herida porque antes la tuve rota y quedó reparada bajo la luz cenital del quirófano, asepsia mediante. Viva la profilaxis y el antibiótico. Y la analgesia para el alma.<br />
<br />
A los duelos de abril se les sumó el quebranto del corazón que espera. Pero <b>no hay más, todo lo que viene se va</b> y no hay más caricia que la del <b>viento del presente.</b><br />
<br />
Abril me robó palabras, me regaló mil horas perdidas y el borrón de no haber escrito ni una línea. Y ahora que por fin vuelvo a <b>mi planeta, colgada de la luna en soledad,</b> añoro de las monedas y joyas que me robó esta oscura urraca emocional y física abrileña una que reluce sobre las demás (que a su lado parecen chatarra): una canción brillante.<br />
<br />
Un temazo que bien vale un disco entero -llamado Pólvora-, y un concierto al que no pude ir por tener la voz en carne viva, el corazón en un puño y el estómago invadido de Amoxicilina y Paracetamol. Y ahora que llevo su Pólvora en mi mano -gracias, Rebeca- y he dejado de esperar, me he tatuado a fuego en el pecho la firme promesa de ver a Leiva en este gira y de no volver a esperar jamás nada de los cuerpos que se niegan a amar cuando <b>el miedo los descubre.</b><br />
<br />
Es verdad, todo lo malo que viene se va. Y también lo bueno; de ahí la obligación moral de gozarlo.<br />
<br />
*Todas las negritas son "frasecicas" de este temazo. <br />
<br />
<br />
<iframe width="560" height="315" src="//www.youtube.com/embed/Ga3cd5IJ6_8" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br />
Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-19589540144019354782014-03-26T22:32:00.000+01:002014-03-26T22:32:48.604+01:00Raimundo<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-I4UNGOyMr2Q/UzNHVxr5YoI/AAAAAAAABjg/v7VhDp0faLg/s1600/boina_espaldas.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-I4UNGOyMr2Q/UzNHVxr5YoI/AAAAAAAABjg/v7VhDp0faLg/s400/boina_espaldas.jpg" /></a></div>Raimundo no había viajado nunca en avión, pero tenía un huerto que daba tomates en septiembre y fresas en primavera. También tenía un nogal en la puerta de casa y una tumbona. Allí pasaba las tardes de verano con Cirilo y Darío, sus amigos de siempre. Sus compinches de cartas. Raimundo no conocía el mar, pero paseaba a diario por el monte y tenía lumbre en enero y sombra en agosto, y un retrato de él y su mujer, Leonor, que llevaba siempre consigo, en su cartera. Una de esas carteras que amenazan con desbordarse, repletas de papeles y resguardos, sujetas con una goma.<br />
<br />
Raimundo echaba de menos a Leonor cada día, cada hora, cada minuto, pero sabía vivir solo y tenía la esperanza tranquila de que algún día se reuniría con ella en ese cielo que miraba a diario al amanecer y que le decía si llovería o nevaría, si era tiempo de sembrar habas o de recoger patatas.<br />
<br />
Raimundo iba a misa los domingos, a jugar la partida los sábados y a cenar con Cirilo, también viudo, a casa de Darío y Sofía los viernes por la noche. El resto de la semana la dedicaba a sus cosas. No se aburría jamás.<br />
<br />
Hablaba con sus hijos una vez de cuando en cuando. Los chicos iban muy poco al pueblo y él lo comprendía, como ellos comprendían que para él la ciudad fuera una cárcel. Además, desde que faltaba Leonor, la familia no era lo que fue, “cada uno con su vida”, solía decir él con una sonrisa amable cuando alguien del pueblo, no sin cierta picardía, le preguntaba por Tomás o Raimundito.<br />
<br />
El 20 de febrero, Raimundo se levantó a las siete, como todas las mañanas, abrió la ventana y miró al cielo. El día se desperezaba tímido. Tras los montes, asomaba el primer rayo de sol, que invadía un cielo limpio y frío. Raimundo contemplaba cada amanecer como si fuera el primero, o quizá el último, pero algo raro sucedía esa mañana. Sentía un dolor punzante en el pecho que le impedía respirar con normalidad. Ya había sentido ese dolor más veces, pero nunca con tanta intensidad. Meses atrás, don Desiderio, el médico del pueblo, le había puesto nombre a su dolencia y le había dicho que debía ingresar en el hospital. “Antes la muerte, don Desiderio”, dijo orgulloso Raimundo mientras apretaba entre sus manos su boina.<br />
<br />
Raimundo sabía que el final estaba cerca, pero no tenía miedo. Repasando sus días, apoyado en su vieja ventana de madera, se sintió satisfecho y feliz. No sentía que la suya hubiera sido una existencia de privaciones y no lamentaba nada de lo que había hecho o había dejado de hacer. Salvo una cosa: ver el mar.<br />
<br />
Y no iba a resignarse.<br />
<br />
A duras penas se vistió y, a las ocho, estaba en la plaza del pueblo esperando el autobús de línea que lo llevaría a la capital de provincia. Allí, con un dolor que parecía querer abrirle en dos, pero con una inmensa sonrisa y su gorra entre sus nervudos dedos, preguntó hasta dar con la ventanilla donde sacaría el billete para viajar a Valencia en autobús.<br />
<br />
Raimundo pasó todo el viaje sujetando su corazón, que parecía querer escaparse, con su mano derecha bajo la chaqueta de pana.<br />
<br />
Y llegó a Valencia. Y vio el mar. Y se sentó a dejarse acunar por su incansable vaivén mientras frotaba su agotado pecho con la ajada foto de Leonor.<br />
Así lo encontraron la mañana siguiente los servicios de limpieza: con la foto entre su mano y su corazón, ya detenido, y una generosa sonrisa en su cara de cera. <br />
Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-59938057917232139762014-03-14T12:28:00.000+01:002014-04-22T09:53:44.193+02:00Flores amarillas<br />
8 de febrero de 1955. Diario de Mariano Barral, maestro de escuela.<i></i></b><br />
“En las frías noches de invierno como ésta, cuando el sueño y el desvelo se abrazan, y el viento baja furioso de los montes, me pregunto qué será de Juan cuando Benita y yo faltemos. Quién mirará por él cuando las tormentas de verano golpeen los terrones de nuestras pobres tumbas y arrastren la arena lavada hacia la vereda. <br />
Sólo Dios y yo sabemos del nudo que aprieta mi garganta cuando la chiquillería invade las calles del pueblo con sus gritos y sus juegos, al salir de la escuela, y mi Juan se queda sentado en la ventana, abrazado a su chaqueta, esperando que yo cierre la puerta del colegio para regresar a casa prendido de mi mano. Son esos atardeceres rojizos, con el cielo acariciando las montañas con delicadas nubes de fuego, y el alegre eco de los demás niños, los que más congoja y pesar me producen. <br />
En primavera, a Juan le gusta que nos paremos por el camino a coger flores. Le encantan las amarillas. Despreocupado y feliz, tira su cartera al suelo y las busca con empeño. Corta sus tallos con cariño y las va abrazando con su mano, regordeta, hasta formar un ramillete que arroja sobre el regazo de su madre cuando llegamos y ella está esperando sentada en los escalones de nuestra puerta. Ése es mi momento favorito del día. Y de la vida: sus dos risas confundidas salpicadas de flores amarillas, como gotas de sol. <br />
Ni me quejo ni le reprocho al destino que nuestro hijo sea distinto. Y mi Benita y yo lo amamos como sólo los padres saben amar. Tampoco me enfado cuando de la desatada boca de los muchachos del pueblo nace alguna sorna porque mi Juan no corre como ellos, no habla como ellos, no crece como ellos, no mira como ellos; la pubertad tiene esa insolencia que hay que saber perdonar. <br />
Lo que de verdad inquieta mi agotado corazón es pensar en el mañana, en cómo va a tratar a mi hijo este mundo incierto, tan gris, tan desolado. Quién le ayudará a comer, quién despertará su inocente sonrisa. Quién aliviará sus pesadillas, ahuyentará sus miedos. Quién lo cogerá de la mano cuando el ocaso asesine inclemente al día”.<br />
<b><br />
4 de abril de 1995</b><br />
Ese día, después del desayuno, tocaba excursión por la sierra. Todo el grupo de internos de la residencia que tiene la fundación en la capital de provincia estaba entusiasmado. El autobús era una algarabía de cantos y bromas a las que el conductor y los monitores, Jesús y Ana, respondían con desenfado. Pero algo los preocupaba: el silencio de Juan Barral, quien, al llegar al pueblo, echó a andar sin más.<br />
A una distancia prudencial, Ana seguía el paso decidido de Juan, que, despreocupado y feliz, como un muchacho, empezó a arrancar flores amarillas hasta formar dos ramilletes.<br />
El hombre caminó hasta llegar al cerro que vigila al pueblo en el lado oeste y cuya cumbre corona el cementerio. Juan abrió las puertas, herrumbrosas y solas, y caminó hacia dos montoncitos de tierra que se elevaban al fondo sin más adorno que dos cruces con los nombres de Benita Moratín y Mariano Barral. <br />
La tierra que cubría el cuerpo inerte de sus padres, la misma que lo vio nacer, recogió agradecida las flores amarillas de Juan y sus lágrimas, acompañadas por las de una desconsolada y emocionada Ana.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-MW8MR23KQPk/UyLm6suN_nI/AAAAAAAABjQ/Ngb8Qnfv19c/s1600/flores-amarillas_21361131.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-MW8MR23KQPk/UyLm6suN_nI/AAAAAAAABjQ/Ngb8Qnfv19c/s320/flores-amarillas_21361131.jpg" /></a></div><br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
Dedicado a todos los que hacen del mundo un lugar mejor, a las flores amarillas.<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-33014218817891944002014-02-16T20:27:00.000+01:002014-02-16T20:27:37.261+01:00Por dejarlo latir<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/-HwmiWaagpcc/UwEQuLKMC2I/AAAAAAAABi8/hncQy9F5hLo/s1600/casablanca.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://2.bp.blogspot.com/-HwmiWaagpcc/UwEQuLKMC2I/AAAAAAAABi8/hncQy9F5hLo/s320/casablanca.jpg" /></a></div>Dice la canción,<a href="http://www.youtube.com/watch?v=NY0OKZlOQJk"> ésta,</a> que "peor que el olvido fue frenar las ganas de verte otra vez", entre otras lindezas, y añade ella que "me sobran motivos, pero me faltas tú sobre la cama,y ahora las calles están llenas de bandidos cuando necesito de tu madrugada". Y a este corazón, encogido por el frío del invierno y la suma del recibo de la calefacción, le entran unas incontenibles ganas de romperse llorando por no se sabe bien qué. <br />
<br />
Seguro que por nada. O por todo, por esta canción y por otras. Por Ilsa Laszlo y Rick Blane, porque siempre les quedará París. Por los amantes condenados a no encontrarse. Por la lluvia cansada de Praga y su grisura. Por cien noches de soledad.<br />
<br />
Y no es hormonal, sino sensible. Y es esa cualidad de sensible la que hizo que un novio que tuve, no hace tanto, viniera a decirme que prefería follar con la cabra de la Legión antes que volver a ver el más mínimo asomo de brillo húmedo en mis ojos por leer a Garcilaso, escuchar a Quique González o ver "Casablanca" (sí, exagero, pero ésa es la gracia). Y yo no entendía nada, o entendía poco, porque, cegada por la pátina engañosa que cubre los encuentros del amor, pensaba que era esa sensibilidad que me define lo que le había hecho venir a mí. Y no. No fue tal. Quizá fingió que le interesaban mis cosas atraído por algo menos íntimo, más a flor de piel, que fue muriendo al mismo ritmo que muere ya este despiadado invierno, espíritu de los impíos.<br />
<br />
Y he pensado, o pienso ahora que escribo -porque jamás pienso lo que voy a escribir hasta que lo escribo y nunca lo corrijo y jamás lo leo-, que yo misma me gané la herida por empeñarme en que anduviera hacia adelante una unión que no daba ni un solo paso a compás. Y que no hay herida que no cierre ni vida ni beso que no salpique dolor.<br />
<br />
Y como este zarpazo, hay cientos, que cruzan furiosos por delante de nuestras narices silbando al aire. Y que a veces alcanzan la piel: horas de luz pálida de enfermería después de haberle regalado la femoral al destino a cara o cruz, a gloria o abismo.<br />
<br />
No hay caricia que no esconda puntos de sutura y el escozor del alcohol (mejor si es de reserva).<br />
<br />
No hay llaga que no cauterice a fuego y sal. Porque peor que tener un corazón hecho de cicatrices es no dejarlo latir. <br />
<br />
Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-71732678025237966352014-02-02T11:07:00.001+01:002014-02-02T13:37:58.882+01:00Tal día hace un añoSi le preguntaran a mi exnovio por mí, seguramente diría que me gusta el vino y no sé cocinar. Y, aunque ambas son tan ciertas como el verde de mis ojos, jamás mencionaría en mi descripción el brillo y la hondura de tan esperanzador color. Porque no llegó a conocerme. Quizá tampoco yo a él. Qué más da. Si tal día hace un año y seguimos vivos, porque para vivir, además de respirar, dormir y beber agua, sólo se necesita querer vivir. Que no es poco.<br />
<br />
Si me preguntaran a mí por él, como me estoy preguntando ahora, diría que es buen tío. Y que no me costó quererlo. Y quizá poco más. Porque no llegué a conocerlo. Pero no diría que tiene una nariz preciosa o unos perfectos incisivos. No. ¿Para qué? Si ya sabemos que la realidad no lo es en sí misma y que en aquellas distraídas perfecciones me entretenía gustosa por los caprichos y los juegos que sólo concede la ceguera del amor (lo dijo mejor Shakeaspeare: "El amor no ve con los ojos, sino con el alma, y por eso pintan ciego al alado Cupido").<br />
<br />
La última huella del amor, cuando se acaba, es dejarle al otro que se vaya y no enredarse en marañas vacuas que sólo causan dolor, abatimiento, hartazgo y asco.<br />
<br />
El amor, para que se dé, tiene que ser recíproco. Si no, es otra cosa, no muy sana, que acaba tarando las mentes, dañando los corazones y aliviándose con Prozac y bourbon mientras la luz que somos va muriendo lentamente. Y acabamos siendo dos piernas y un corazón destrozado con un cadáver a cuestas.<br />
<br />
Y no sé por qué me despierto y escribo esto hoy. Ah, sí, porque tal día hará un año. Y no voy a poder escribir porque juegan el Atleti y mi Madrid y estaré en otros amores, más blancos. Y espero que gratificantes.<br />
<br />
Que al final, la soledad no es tal si al mirarse una al espejo éste le devuelve la sonrisa que sólo produce una pasión inconmensurable e infinita por la vida. Es el caso. Y brilla un sol espectacular de febrero que alimenta nuestra llama y que recuerda que somos eso, luz. Que nada os la robe, amigos. La luz es conocimiento, la luz es vida. La luz es luz.<br />
<br />
<iframe width="560" height="315" src="//www.youtube.com/embed/awsbjbT6G_Q?list=PLh6bekrVVecrZtsM92WNXiXprJxsPZxJd" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-8433571659125039152014-01-24T11:09:00.000+01:002014-01-24T11:09:51.379+01:00Una de fútbol<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://1.bp.blogspot.com/-x84nCqq-oJc/UuI7qBYBv5I/AAAAAAAABig/2R4xll28rBg/s1600/Karoly-Palotai-referees-t-007.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-x84nCqq-oJc/UuI7qBYBv5I/AAAAAAAABig/2R4xll28rBg/s320/Karoly-Palotai-referees-t-007.jpg" /></a></div>El día que su hermana lo llamó para decir que su padre tenía cáncer, Juan tardó en reaccionar. Llevaba años sin hablarse con él. Pero jamás imaginó a su padre enfermo. <br />
<br />
En la cabeza de Juan, la imagen de su padre se dibujaba siempre igual, joven, vital, fuerte y malhumorado. No, el señor Julián no era mejor ni peor que otros. Y Juan tampoco. Pero no se entendían. Nunca lo habían hecho. Siendo Juan un niño confrontaban permanentemente, jamás estaban de acuerdo. Si uno quería comer tortilla, el otro prefería sopa. Si uno quería ver la película, el otro un documental. Si Juan iba con los indios, el señor Julián con los vaqueros. Si uno tenía frío, el otro calor. <br />
<br />
<br />
Sólo había una cosa en la que Juan y su padre estaban de acuerdo: en el fútbol. A pesar de todo, ambos amaban al mismo equipo. Y ni la rebeldía adolescente de Juan, que le hizo revolverse contra la figura paterna, consiguió acabar con su pasión por los colores que defendía también su progenitor.<br />
<br />
Cuando era un niño, y hasta los 18 años que se fue de casa para no volver (salvo en Navidad y fechas señaladas, pero en esas visitas las palabras que cruzaba con su padre eran pocas o ninguna), Juan discutía con su padre seis días a la semana. Es decir, todos menos el día en el que jugaba su equipo. Esos 90 minutos, Juan y el señor Julián eran la misma pasión, el mismo grito, el mismo contento y el mismo enfado. <br />
<br />
Ahora, años después, esos recuerdos invadían la mente de Juan. Estaba desolado y, lo que es peor, paralizado. No sabía qué hacer. Ni siquiera tenía claro cómo se sentía. Y lloró desgarrado como aquel día en el que su equipo perdió la final de la Copa de Europa en 1981 y su padre, envuelto en lágrimas, trató de consolarlo sin éxito. <br />
<br />
Resuelto, Juan arrancó de su cara el gesto de dolor, se colgó su vieja bufanda futbolera y echó a andar.<br />
<br />
El telefonillo del piso de los señores López irrumpió en la plácida tarde de domingo del matrimonio. “¿Quién es?”, preguntó la severa voz de don Julián. “Papá, soy yo, Juan, vengo a ver el partido contigo”. <br />
<br />
Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-10038590175570213132014-01-17T13:50:00.000+01:002014-01-17T13:53:45.116+01:00Una historia con premio<i>Es la primera vez en mi vida que tengo un 100 % en algo. Y esta vez fue en dos microrrelatos. Los dos escritos a medias con Roberto Martín Arroyo. Y los dos premiados. "Calzo" aquí el segundo, "27 de agosto de 1967". He de reconocer que el relato era larguísimo y que la historia daba para 1.000 páginas, pero las normas del concurso eran severas: 25 líneas. Y así tuvo que ser.<br />
<br />
Se basa en un hecho real, el 27 de agosto de 1967, en los encierros de la localidad madrileña de San Sebastián de los Reyes, uno de los toros hiere a un bailarín (murió otro corredor y a uno de los toreros hubo que amputarle una pierna). La historia del bailarín nos pareció "novelable", la decoramos, le pusimos un amor imposible y la lanzamos al espacio. Ayer recibimos el premio que hoy Roberto y yo compartimos con vosotros, escasos pero selectos lectores.<br />
</i><br />
<br />
<br />
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-pQ4MorKCuuI/Utkm7nLnS-I/AAAAAAAABiQ/v3SeBHqrVXI/s1600/encierro--644x362.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-pQ4MorKCuuI/Utkm7nLnS-I/AAAAAAAABiQ/v3SeBHqrVXI/s400/encierro--644x362.jpg" /></a><br />
<br />
<b>27 de agosto de 1967</b><br />
<br />
Antonio entró al bar ventillero que frecuentaba con altanería y cordialidad. Y mientras su boca se acercaba trémula al primer sorbo, su cuerpo se inundaba del recuerdo de la piel prohibida que había amado horas antes. El locutor de Cadena Azul de Radiofusión interrumpió sus pensamientos. El informativo concluyó anunciando el encierro y la corrida del día siguiente, 27 de agosto de 1967, en San Sebastián de los Reyes, con toros de Filiberto Sánchez.<br />
<br />
La noche envolvió con su tibio manto las revoltosas calles de Madrid. Y Antonio, aun sabiendo que las jaranas ahuyentan soledades de madrugada que renacen con el día, se dejó arrullar por el desarraigo. Y, tras el baile y las copas, embravecido y desolado al saberla durmiendo con otro hombre, se sentó al volante de su Seat 850 y emprendió camino a “Sanse”. En su estómago bullía el calor del vino y en su cabeza la ceguera de los celos, que galopaban a la velocidad que se acercaba el amenazante sonido de la manada.<br />
<br />
Una pesada confusión atenazó sus pies y, por un momento, le perdió la cara a la vida y sintió su cuerpo caer, como plomo. El limpio cielo que abraza el alba fue lo último que vio antes de rendirse a un reconfortante y frío sueño. La luz cenital de la enfermería violentó su inconsciencia. “Mi cara, doctor, no permita que me deforme. Me han contratado en el Torres Bermejas”. Poco o nada parecía importarle su cornada en el pulmón, sólo quería salvar su rostro, su carta de presentación, su modo de vida, recorrido por la bravura y el desamor. <br />
<br />
El Torres Bermejas se vistió de terciopelo para la reaparición de “Antonio, el guapo”, a quien la cicatriz le había hecho crecer en atractivo y leyenda. Las luces se apagaron. Y él renació. Sus tacones marcaron el compás de los primeros rasgueos y, en la primera mesa, con su esposo, enjoyada y rota, una hermosa mujer regalaba sus lágrimas al terrible puñal del amor no satisfecho. <br />
Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-18917669032916261272013-12-13T13:02:00.001+01:002013-12-13T13:52:49.726+01:00"Te voy a hacer un post"<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://3.bp.blogspot.com/-4ijwu_65OYs/Uqr2lyT6zDI/AAAAAAAABh4/mVDswBn5l-U/s1600/chino.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-4ijwu_65OYs/Uqr2lyT6zDI/AAAAAAAABh4/mVDswBn5l-U/s400/chino.jpg" /></a></div>Y lo que se dice en un concierto, mini de cerveza mediante, se cumple. O al menos Cruela La Vil lo cumple. Porque esta mujer, otra cosa no, pero palabra, tiene. Y mucha. Y en pleno fervor musical, y al ver al muchacho bailar, tan aseao, tan estiloso, tan mono, soltó "te voy a hacer un post". Que viene a ser algo así, salvando las distancias, como cuando Garcilaso le decía a Isabel Freyre "te voy a hacer un soneto". Porque amores platónicos haberlos, haylos. Y los ha habido siempre. Y versarlos hay que versarlos, pues los besos, que no los versos, son para otros amores, los no platónicos (y no por ello mejores, que suelen estar carentes de poesía). <br />
<br />
Al grano. O, mejor dicho, a la cebada, cuyo preciado jugo alivia y alimenta, a la par, las emociones de la música en directo. Igual que alivia los pesares por este año que, por fin, termina. Y alimenta los momentos que ha dejado buenos (alguno queda). Y ya que 2013 se empeñó en vestirse de gris y al final consiguió ser el tío más apático y deprimente con el que yo me he cruzao, la que esto firma, y aunque los tiempos no acompañen, se ha propuesto concluirlo poniéndole un lazo rojo a modo de nota musical. El otro día le tocó el turno a Supersubmarina y a su líder (y qué líder, eso es una cabeza visible y no lo de Rajoy) prometí escribirle unas letras. Y el sábado que viene le toca a mi adorado Quique González (a éste le voy a hacer una oda).<br />
<br />
Y centrados ya en el tema que nos ocupa, me flipa como este muchacho de Jaén y el grupo que lidera, así, a la chita callando, se están saliendo. Ellos van de que son sólo unos chavales que hacen música, pero no. Son mucho más. Para empezar, da gloria verlos. Y cuando sale el mozo, jerseicito gris en ristre, cuello de camisa blanca y esos pitillos... pues no hay crisis ni dolor. Y dice cosas muy bonitas. Incluso tiene una canción para Granada, pero sin patrias ni estridencias, que son cosas que no caben en la poesía, sino con delicadeza ..."si te pones a bailar, las estrellas nos alhambran al pasar"... Y es bonito por lo sencillo. Pero no confundamos sencillez con simpleza. Pues no es el caso.<br />
<br />
<br />
<br />
...Me contó la forma de abrazarte y que no me queme la piel<br />
y me explicó el secreto para dormir cuando no estés...<br />
Es imposible escucharla y no llorar, aunque sea por dentro. Y por eso cierro el post con este tema. Porque "Para dormir cuando no estés" es una canción que recuerda que <b>entre las mieles y las hieles media sólo una letra y la pobre es muda.</b><br />
<br />
<iframe width="560" height="315" src="//www.youtube.com/embed/fC5NBZK9rjA" frameborder="0" allowfullscreen></iframe><br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-861812732626960568.post-23868592327599849992013-11-18T21:44:00.001+01:002013-11-18T21:52:37.543+01:00Alhajita"No sé si alguien se ha parado a pensar en lo chula que es la canción de "Alhajita" de Quique y lo bien que la canta. Vamos, que voy llorando". He recibido este mensaje hace un rato. Lo encontré al subir de pilates. Me lo ha mandado mi hermana. Y por alguna razón que no alcanzo a explicar ni quiero, las lágrimas de mi hermana me conmueven como pocas cosas en este mundo. Me conmueven porque ella y yo sabemos -porque las dos somos "muy de Gandalf"- que no todas las lágrimas son amargas. Hay un llanto emocionado que puede nacer de un gesto, de una canción. Y no es, ni de lejos, un llanto de pena. Tampoco de alegría exactamente. Es una cosa que se pega a la piel y la estremece. No se sabe bien por qué. Pero de repente lloras. <br />
<br />
No todos los que nos rodean son capaces de soportar este "exceso de sensibilidad" y aunque reconozco que, a veces, el sentirme incomprendida por la hipersensibilidad me ha generado dolor, no pienso renunciar a ella.<br />
<br />
Es curioso comprobar cómo esta llorera tan sentida tiene algo de genético y hasta de gemelar. No porque mi hermana y yo seamos gemelas (que podríamos, pero le gano en edad), sino porque nos pasan cosas parecidas al mismo tiempo. Al subir de pilates, me he encontrado este mensaje en el móvil. Mientras mi hermana lloraba escuchando a Quique en el autobús, yo había llorado en el gimnasio. No, no es que mi nuevo profesor sea el Sargento de Hierro, no. Es que ha decidido dedicar los últimos diez minutos a relajación-meditación. Él hablaba, con las luces apagadas y una tenue música de fondo, y, tras la correspondiente charla respiratoria, ha dicho: "Para terminar, recordad algo que os haga felices. Así, cuando encienda la luz, os veré a todas con una sonrisa. Recordad una imagen que os guste, que os ponga contentas". En mi cabeza se disparó un interruptor que trajo la cara de mi padre después de ver torear a José Tomás. Y, tirada en la colchoneta, envuelta en un sudor que ha empezado a quedarse frío, he llorado. Y he tenido que arrancarme las lágrimas a manotazos antes de que las luces me delataran. <br />
<br />
Que por qué lloramos a la vez las dos en sitios distintos y por cosas tan dispares. Pues no lo sé. Aunque quizá las cosas no sean tan dispares entre sí: quizá esas lágrimas sólo sean el gesto que anuncia lo mucho que nos gusta sentir. <br />
<br />
A José Tomás no sé lo que falta para verlo. A papi, casi nada. A Quique... de momento lo pongo por aquí. Con tu canción, "Alhajita" (valga la redundancia). Una de las mejores, sin duda. <br />
<br />
Y por qué he escrito esto. Pues no sé bien. Se me ha ocurrido mientras se hace la dorada el horno y me tomo un vino esperando que empiece "Isabel". Lo escribo a pulso, sin pensar y tecleando con emoción. Por las cosas que emocionan vale la pena vivir. <br />
<br />
<br />
<iframe width="420" height="315" src="//www.youtube.com/embed/qStKrW5nzsw" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>Luisa Tomáshttp://www.blogger.com/profile/03935161439497444181noreply@blogger.com3