El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

jueves, 29 de diciembre de 2011

Ya se acaba

Si no fuera por que Robert Redford y Meryl Streep se besaron en una Nochevieja en "Memorias de África", diría que esa fecha tiene poco o nada de festiva. Es un día más con licencia para las borracheras, los ruidos y las fotos patéticas con matasuegras y gorrito. Carne de Facebook.

Así las cosas, voy a celebrar mi particular Fin de Año con vosotros, esquilmados pero selectísimos y exquisitos lectores, maldiciendo libremente a la putísima que parió a 2011 y a toda su estirpe.

Si me pusiera a hacer recuento (no pienso), seguro que saldría por algún sitio que es el año que más noticias negativas ha generado. Y me da igual lo que diga el buenrollista anuncio de Coca-Cola, que está muy bien, sí, muy bonico y emocionante, ahí, trabajándose las ventas de 2012 mientras apela a la bonhomía innata del ser humano. Pero no, la realidad, en cuanto pasa ese anuncio, es otra, y planea sobre nuestras cabezas en forma de nube gris, pesada, plomiza. La realidad de 2011 es esa zorra implacable que ha prohibido a millones de personas tener sueños de futuro, renovar sus esperanzas o mirar hacia adelante con una sonrisa por montera. Y prueba de esta realidad son las cercanas colas del INEM y los cada vez más abundantes y visibles mendigos, por poner un ejemplo próximo, es decir, lo que veo cada día al salir de casa en la placita del Metro de Carabanchel. Sin ir más lejos.

No hablo de Egipto, que me llega al alma, ni de la desangrada Siria, ni del triste Afganistán ni del terrible Irak. Del olvidado Yemen ni de las invisibles mujeres de Somalia. ¿Para qué?

A veces me invade la inexorable tristeza de ser consciente. De qué sirve el lamento. De qué leer un periódico y saber que a las de por sí amputadas mujeres somalíes las violan repetidamente sin que al mundo le importe una mierda.

Nada está al alcance de mi mano. No puedo arreglar nada, ni cambiarlo, ni mejorarlo, ni repararlo. Y sí, están muy bien las charlitas de los tan de moda y snobistas libros de autoayuda, esas afirmaciones que dicen: "Regálale al mundo una sonrisa y él te premiará con otra mayor"... Y tontás así, propias de Coelho y Bucay. Pero ni mi sonrisa cambia nada ni esta queja va a ningún sitio.

No, no soy una aguafiestas. Ni una amargada. Ni una quejica. Y si no es el 31, saldré el 30, o el 3, y celebraré a mi manera, sin matasuegras ni agobios, sin gorritos (ni de coña me pongo yo una mierda de esas de cartón con una gomita al cuello). No celebraré que se acaba 2011, ni que empieza 2012. El tiempo es una convención que sólo sirve para organizar este caos que tenemos por mundo.

Celebraré que existo y que existís. Que escribo y me leéis. Que soy capaz de sentir la tristeza y la alegría, que me arrebato y me enfado; que llega el jueves y me alegro. Celebraré que en 2011 toqué el cielo y el abismo, que me elevé sobre las puntas de mis pies y me hundí en el fango. Que encerré mi corazón en una caja de plata y tiré la llave al foso del olvido –pero de poco sirvió pues ya lo había dado–. Que no sé contener las palabras, las que hieren y las que premian. Ni los besos. El 30, el 2 o el 3 o incluso el 4, saldré y celebraré que existe la Coronita y el tequila, el cine y la música, los vestidos de terciopelo y los tacones, un nuevo disco de Bunbury y las verónicas de Morante.

¿Y a quién dedicarle las últimas líneas de este hecho convencional llamado 2011 (no le demos, siquiera, la categoría de año)?
A los que estuvieron cerca de mí en el abismo y en el paraíso, en el fango y en la cima, en la risa y en el llanto, en las palabras que premian y en las que duelen. Quizá sin ellos, esta alma que pasea solitaria por la desolada y tristona Castilla se olvidaría hasta de andar.



La foto es de "Memorias de África", por alusiones y porque no se me ocurre mejor plan para pasar la Nochevieja. Me refiero a ver la peli, que ya me gustaría a mí estar en África. O, mejor aún, con Robert Redford.

lunes, 19 de diciembre de 2011

A ti, tal día como hoy



La noche se cernía plateada sobre las torres del castillo de la Bruja de las Palabras. El viento era un rumor sordo que torturaba su memoria el calor de días pasados, de alegres lluvias, de la placidez de los prados, de las soleadas laderas... La Bruja, desposeída de latido y condenada al ostracismo y la soledad desde el día en que regaló a un eco mudo su último poema de amor, miró con nostalgia, pero con dureza, al espejo que en otros tiempos le dijera que ella era la más hermosa del mundo.

El reflejo le devolvió una tristeza desconocida para su rostro, enmarcada por la suavidad y la blancura de su piel; sus pálidos hombros envueltos en terciopelo negro. La penumbra, sólo interrumpida por el apacible calor de la chimenea, la entregó de nuevo a la leve caricia de las palabras, su único consuelo; la música y la luz de su castillo.

"A ti, que tanto callas y silencias. A ti, de quien sólo recuerdo sonrisas. A ti, que te cubrí de llanto. Por ti, escribo hoy, que la luna me baña de estremecedora plata. A ti, que abrazaste mi sueño. A ti, que te has marchado. Por ti, por las noches antiguas y la música lejana. Por ti, por cuya risa mil veces me habría arrancado el corazón. A ti, desde la soledad de esta torre que todo lo puebla. Por ti, elevo hoy mi copa. Por ti, para que vivas un millón de amaneceres. Ab imo pectore".

Después de brindar con un silencio oscuro, apuró su copa y la estrelló contra el suelo con la vaga esperanza de que los cristales rasgaran con su filo el camino del adiós, envolviendo la maleza en ríos de sangre. Abatida y ante el temor de que sus palabras fueran de nuevo presas del olvido, arrojó al fuego el papel donde había vuelto a derramar su alma.

El viento, furioso, arrastró el doloroso aullido de un lobo, que allá, a lo lejos, le regalaba su queja y su dolor a la luna.

martes, 13 de diciembre de 2011

Y los sueños...




Llegó un momento en que todas las canciones le recordaban a él. Entonces, en su empeño por olvidarlo, dejó de escuchar música. Su vida empezó a ser más sorda, pero no le importó. "Todo pasa", se decía a sí misma. Y confiaba en que fueran las hojas del calendario las que le devolvieran la paz que tenía en su mente y en su alma antes de que él llegara. Una vez lograda la calma, las canciones volverían a poblar sus días, con naturalidad y sin exabruptos.

Hubo un amanecer en el que el zumo le sabía a él. La acidez de las naranjas le traía los besos olvidados. El amargor del café, las madrugadas en vela; con sus alegrías y sus llantos. Así que, aquella mañana, ella decidió no volver a desayunar. Sí, sus despertares serían más sosos, pero haría ese sacrificio con tal de desterrar para siempre su presencia, convertida ahora en ausencia, de su vida.

Una tarde, al llegar a casa, creyó verlo en la cocina. Pero no era él; era sólo su vacío, el espacio que ya no ocupaba. Furiosa, tapió la puerta y decidió no volver a pisar aquel lugar jamás hasta que la química, una lobotomía o el olvido acabaran con su recuerdo. Lo mismo pasó con el dormitorio. no soportaba su cama, ni su armario. El reflejo en el espejo era sólo una herida abierta que la invitaba a recordar. Así que, su vida quedó relegada al salón y al baño.

Hambrienta, se despertó a media noche en el sofá. Estaba soñando con él; las caricias eran tan vivas que parecía tenerlo al lado. Enfadada con aquella traición del subconsciente, optó por no dormir más. Ni comer. Ni beber. Ni caminar por no hallarlo en cada paso. Le dolía el aire cada vez que respiraba si no tenía su latido. Y su luz empezó a apagarse.

Se moría. Y el despertador, que anunciaba las siete, la salvó. Abrió los ojos asustada y allí estaba él, a su lado, como cada noche desde hacía dos años.

-¡Estás llorando!
-Sí, soñé que me moría.
-No, vaya. Qué sueño tan horrible, ¿por qué, por qué te morías?
-Porque me faltabas.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Decálogo de una buena choni




No, aunque hoy es el día, no voy a decir ni pío de fútbol. Ni media palabra del Barça, que yo sigo al pie de la letra las órdenes de Mou. El silencio será hoy mi aliado.

Pero sí voy a hacer algo que me va a venir mejor que una hora de terapia, y es cargar contra ese grupúsculo que me tiene hasta los cojones y que viene a ser conocido como "las chonis", esas mujeres jóvenes empeñadas en parecer viejas que proliferan en los barrios de cualquier gran ciudad (o pequeña ciudad, se extienden como la peste; y mucho tiene que ver en ello la moda-chuchería, es decir, esos trapos inmundos con los que se envuelven a módicos precios y que les permiten tener, por ejemplo, vaqueros de ocho colores distintos, eso sí, de dos tallas menos cada uno, no vaya a ser que tapen demasiado).

Y me da igual lo que se diga de mí después de este post, lo que se me insulte y los juicios que se hagan, lo voy a hacer y me voy a quedar a gusto porque es que tengo a mi alrededor dos o tres que me tienen hasta la coleta alta (si llevara, como llevan ellas a veces, ay, qué grima). Ay, y eso que hace (a mayor reposo de mi alma) ya unas semanas que no las veo.

1. Una buena choni saluda diciendo "hola, guapa" cuando tú sabes (que pa eso eres más lista y menos hipócrita) que te está diciendo "hola, zorra". La choni, en mitad de la conversación (yo procuro no tenerla, pero es que ella se empeña en contarte dónde la ha llevao a cenar su chico o que ha visto un cuarto de baño precioso que le pega con las cortinas del salón), interrumpe para preguntar qué champú usas o para quitarte un pelito del hombro, como si le importara tu apariencia, mientras piensa: "Pero mira que eres puta".

2. La choni siempre se hace la maruja, aunque no lo sea. Quiero decir: una choni habla de su marido o novio como una madre, te explica cómo le gustan los filetes o hace comentarios como "yo, desde que estoy con éste (que la gente ya no tiene nombre), he engordao cuatro kilos. Claro, el sofá, la mantita"...

3. La choni auténtica jamás lleva el pelo de su color natural, por lo cual, o la ves desnuda o no sabes cómo vino al mundo la muchacha. Y no, no quiero verlas desnudas.

4. Una choni como dios manda lleva pendientes de aro muy grandes y tiene muchos más agujeros que aquellos con los que la naturaleza nos premió. Es decir, los ya sabidos, los dos de las orejas que le abrieron al nacer, cinco más en cada lóbulo (con sus infecciones y chatarras) y alguno en la nariz, ceja, labio o vaya usté a saber dónde. Todos de pésimo gusto y adornados con baratijas.

5. Las chonis al uso no llevan abrigos de paño, plumas largos ni ninguna prenda que baje de la cintura (si es de la parte de arriba) o que suba hasta la cintura (si es de la parte de abajo), por lo que, a pesar de los 2 grados con los que amanece hoy Madrid, esta noche, la choni sale con su ombligazo al aire (mejor si lleva piercing y/o tatuaje) y, como mucho, se pondrá un plumas rosa tipo torerita, canijo y horrible que deje al descubierto aquella parte de la anatomía donde la espalda pierde su casto nombre (en caso de llevar bragas bajas) o bien dos asas inmundas y una tira en el centro que vienen a ser el tanga de sábado que toda choni debe tener.

6. La choni con pareja vive para la pareja. El coche de su pareja es su coche. La música de su pareja es su música. El polígono al que va su pareja es su polígono. El aburrimiento de su pareja es su aburrimiento. Una choni como dios manda le compra un peluche a su chico para el salpicadero y espera ansiosa el polvo del asiento de atrás. La choni que de verdad ama a su "chonero" le regala una joyita de oro de ella que él cuelga de su varonil cuello.

7. La choni soltera espera y busca un príncipe azul, que sea dentista o aparejador; notario no, que son muy aburridos. Que le guste el dance y comer los domingos con sus padres, las películas de "Crepúsculo" y "Aída". Por cierto, si de verdad eres choni, piensas que "Aída" es una gran serie, que Mauricio Colmenero es un cachondo y que el Luisma es un tío bueno, dulce y encantador.

8. La choni habla mucho de sus cosas, de su ginecólogo, su citología, su píldora anticonceptiva, de la depilación inguinal, de su ciclo menstrual... y le encantan las frases del tipo "me ha dicho mi gine, que es también el de mi prima, que me quedo embarazada con mirar un calzoncillo". Luego, tras soltar la soplapollez, enciende otro cigarro con los dedos a rebosar de anillos y echa el humo sintiéndose la más hembra del reino.

9. La choni usa el Facebook para poner chistes malos, colgar vídeos de Pablo Alborán y dejar caer a sus 425 amigos que esa noche va a echar un polvo. Ah, y para poner faltas de ortografía del tamaño las últimas extensiones que se ha colocao en la cabeza, o del recogido de Nochevieja. Porque una choni de verdad ama la Nochevieja de una manera que da espasmos y sudores: va a la pelu, se compra un vestido hortera, unos tacones horribles, una cartera con brillos y ropa interior roja. Es su gran noche. Ésa y la de las fiestas del barrio cuando se enrolló con el Johnny, que jamás lo olvidará, porque, tía, fue superespecial.

10. Una choni pefecta tiene, ha tenido o tendrá un novio con un chándal blanco que camina arrastrando los pies y que en verano lo cambia por bermudas estampadas y camiseta de tirantes. Si la choni es ya el colmo de la modernez y se siente realizada, tiene su propio chándal blanco, que para eso es una tía liberada e independiente que elige libremente el color del tinte del pelo e incluso tiene su propio equipo femenino de algo: mus, julepe, perejila o escondite inglés.

Ay, qué bien me he quedao.
Feliz sábado a todos.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Sin táctica ni estrategia

Según un revelador estudio, realizado por reputados especialistas y resumido por Punset, el 90% de las decisiones que marcan nuestra vida (comprar un piso, casarnos, separarnos...) se toman inconscientemente. Según el mismo estudio, el inconsciente juega siempre a nuestro favor, se pone de nuestra parte, y hay que hacer tanto caso a las decisiones que se adoptan por intuición como a las que nos cuestan días de sesudos razonamientos.

Así las cosas, lo mejor es no pensar. Sólo actuar. Reservar la parte de la vida y del cerebro que dedicamos a razonar sólo para labores intelectuales (aunque esto suene pedante), académicas o para el trabajo. Para todo lo demás, dejar que sea nuestro inconsciente, nuestro ímpetu o impulso, el que decida; pues éste (y lo dicen los científicos) no actuará nunca en nuestra contra, aunque en ocasiones pueda parecerlo.

A veces es la razón la que nos condena a situaciones de desolada tristeza, a actitudes cobardes, a liarnos en vendas para heridas inexistentes o a habitar en la fría jaula de la resignación. Sí, la razón, cuando no es utilizada para crear, por ejemplo, "Madame Butterfly" o "El Quijote", sino para masticar los pros y los contras de una situación cotidiana, se convierte en un chicle pegajoso que provoca caries y afea visiblemente las sonrisas.

Pensemos en algo excelso: el amor. El sentimiento más elevado. El más puro. Pues bien, el amor es un reflejo involuntario. El amor, razonado, pierde su gracia y deja de ser tal. Por lo que, concluyendo, todo lo que hagamos por amor ha de dejar la razón a un lado. En el amor no caben razones ni explicaciones; amar es combatir –dijo el poeta–. Combatir contra la propia razón y el sentido común.

Con el paso de los años, por fin he sabido por qué me causaba tanta antipatía pasar en los libros de literatura del Romanticismo a la Ilustración, de Espronceda a Jovellanos. Y es que lo que se escribe, se pinta, se canta o se diseña, cuando es arte del de verdad, no nace de la razón (que sólo participa aportando conocimiento, y no es poco) sino del espíritu, del enthusiasmós griego, del alma misma. Y no me lío más, que me voy por otros cerros.

A estas alturas de nuestra razonada y enciclopédica existencia, los mejores y más intensos sabores –también los amargos– y los más dulces sinsabores nacen directamente del corazón, pasándose la razón por el forro.
Sin táctica ni estrategia, como bien nos explicó Benedetti.