El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

sábado, 30 de junio de 2012

El pájaro azul

Por definición inestable, como la atmósfera. De la risa al llanto sin mediar un soplo. La indefinición me domina. Soy capaz de dejar nacer una lágrima al ver la cara de Iker Casillas antes de la final y luego padecer urticarias por tanta bandera. Y me acuerdo de Extremoduro:

Las banderas de mi casa son la ropa tendía.
En mi casa, las banderas son los pájaros sin amo,
y una chica, qué ligera, salta del bus a la acera.
En mi casa, las banderas son de todos los colores:
son el amor y la lluvia en noches de luna lunera.
En mi casa, las banderas están hechas de agua pura;
son los duendes del parque, que registran las basuras.
Las banderas de mi casa son la ropa tendía.


Feliz y luminosa. Risueña. Pero a veces me miro, y creo que no soy yo. Y me sorprendo llorando mientras conduzco y escucho una canción de Extremoduro:

Se le nota en la voz, por dentro es de colores
Y le sobra el valor que le falta a mis noches
Y se juega la vida...
siempre en causas perdidas
Ojalá que me la encuentre ya entre tantas flores...


Y a veces hasta dejo de escribir y estreno muchos vestidos. Y luego pienso que la vida es una mierda y en ello me mantengo, hasta que alguien se levanta para hacerme un café y ponérmelo en una taza de Heidi y me reconcilia con el mundo. Y el sol vuelve a ser el sol, y el pan sabe a pan y el vino huele a vino. Y aparecen flores de colores en el asfalto. Y escucho a Extremoduro:

Y se desarma la luna
solo con tocarla
se enciende la luz
que hay dentro de la charca
como dos gotas de agua
de distinta nube
que bajan y que suben.

Quedamos cerca del suelo
a la altura de tu cintura...


Pero pasan unos segundos, pongo la radio, escucho el noticiero. Y sé entonces que lo de volar, flotar, cual mariposilla, es para otras. Más ingenuas. Hace tiempo que la inocencia me abandonó. Y, sinceramente, lo agradezco. Y me pongo un tema de Extremoduro:

¿Dónde me escondo? Si no va a salir el sol.
Quizás mañana me sienta mejor.
Nunca estoy solo con nadie
y ahora me cuelgo del aire.
Todo da vueltas menos a mi alrededor
nunca me entiendes cuando te hablo con la voz
no necesito agarrarme creo que puedo congelarme
Ya me levanto que ya no puede ser peor..
.

Pero recibo un mensaje, que incluye una sonrisa. Y vuelve a mecerme el mar en un arrullo silencioso de abrazos que están por darse y que crecen en calor a medida que pasan las horas. Y me acuerdo de Extremoduro:


"Quiero oír alguna canción
que no hable de sandeces y que diga que no sobra el amor"


Y cuando creo que ya he pasado por todos los estados anímicos posibles, va Extremoduro y saca una canción sin título a la que llaman "El pájaro azul" diciendo que no se reconocen en ningún sistema social, ni político, ni religioso... Y yo añado: tampoco me reconozco en un estado emocional permanente. Ni triste ni alegre ni graciosa ni seria ni feliz ni melancólica ni aburrida ni la reina de la fiesta... Y entonces me veo en esta letra, en esta huida a ninguna parte, en un grito callado y sensible. Refugiado en la incomprensión. O en una placentera soledad.

"Mientras la mayoría, más terca cada día, se ocupa de sus cosas, yo pido...
hace tanto que te espero que he perdido la conciencia social,
ya no encuentro agarradero abandonado en esta ausencia global.
Desde que no te veo, concédeme un deseo.
Si no es mucho pedir, yo pido...
libertad para este minero que quiere entrar en ese agujero...
Ardo, te veo pasar y me caliento y ardo.
Y entro a hacer en tus caderas prospección..."



Siempre genial, Roberto Iniesta. Gracias.






viernes, 22 de junio de 2012

Batiburrillo veraniego. Parte I



"A mí no me gusta cocinar. A mí lo que me gusta es escribir relatos", creo que ésa fue ayer mi frase del día. Pero no estoy muy bien de imaginación últimamente. Y tampoco de tiempo (o es que no quiero encontrarlo).
Había pensado calzar hoy aquí un relato de aquellos de la dolorosa y solitaria Bruja de las Palabras, el alter ego más gris de Luisa Tomás, pero tampoco tengo el ánimo para sombras: navego hoy más por océanos de luz.

El otro día, viajando por las carreteras rurales de la Sierra de Cuenca, me invadió de nuevo el Orgullo Pastor. Volví a ser consciente de lo que significa pertenecer a esa selectísima y mínima (por número) estirpe de ganaderos trashumantes. Subía de Cuenca al pueblo y, en aquellas soledades, en aquellos caminos olvidados, al girar, se alza orgullosa la escultura de un pastor. Un imagen altiva, oxidada, una metáfora de lo que el paso del tiempo ha supuesto para esta profesión. Un guardián de los caminos y los bosques, con su morral a cuestas.

La radio insistía en la crisis, la prima de riesgo, en el rescate... Y el pastor permanecía impasible, pues no tiene ni tendrá jamás más que lo que lleva encima. Un pastor trashumante, por tener, no tiene ni tierra. Va donde el pasto le lleva. Camina donde los animales encuentran su alimento. Y así vive, se alimenta y ama. La vereda es su única patria.


Y mientras el mundo navega enloquecido en un bravo vaivén de inestabilidades y economías, el pastor mira resignado al cielo esperando sol o lluvia. Le pueden desposeer de todo porque en realidad no tiene nada: su andar es su camino. Al pastor trashumante ni siquiera le gusta que le llamen ganadero. Él dice de sí mismo que es pastor. Y en esa sencillez se encierra un orgullo a prueba de siglos y gobiernos, de fronteras y de dioses. De quiebras y dolores. Un pastor vive y muere siendo pastor. Que es, en el fondo, ser mucho.

Os lo digo yo, que de SER no sé mucho, pero de SER PASTOR... algo me ha llegao.


martes, 12 de junio de 2012

Sombras tenebrosas (y tanto)




Qué mal rollo da cuando uno sale del cine con la terrible sensación de que lo han timado. Esto me pasó, sin ir más lejos, la semana pasada con "Sombras tenebrosas", de Tim Burton.

Cualquier cosa que tenga un vampiro me resulta sugerente. Una peli de Tim Burton siempre me parece apetecible. Y si sale Johnny Depp, el cóctel, a priori, es irresistible. Si a esto se le suma ese momento de soledad elegida en cine semivacío con medio litro de café guarro del Starbucks... la entrega es total. Pero el resultado muy decepcionante.

Tengo la sensación de que Tim Burton vive de la estética, como una modelo o Karl Lagerfeld. Y que hasta la mismísima Carrie Bradshow, de "Sexo en Nueva York", es a veces más profunda (no hace falta recordar aquella legendaria frase que pronunció mirando a un tipo: "Ya, es como un traje de Chanel. Sabes que no es para ti, pero hay que probarlo". Frivolidad en estado puro, como esta película). Bien, volvamos al asunto.

La película es un disparate. Ya, cualquier vampiro que no sea el original –nuestro adorado Conde Drácula– corre el riesgo de convertirse en un payaso. Y muchos lo hacen. A este vampiro (Barnabas, Johnny Depp) lo convirtió una bruja a la que le fue negado su amor y luego él regresa al futuro, dos siglos después, con lo que esto supone de desfase temporal y de pretendida gracia, que no la tiene. Y ahí está la bruja, disfrazada de mujer fatal, y esperándolo.

No hay sorpresa en el guión, ni alegrías, ni risas, ni penas ni dramas (a pesar del amor perdido, del acantilado, de la muerte...). Sólo hay hermosas imágenes, muy hermosas, algunas recuerdan a las novelas góticas, al cuadro "El caminante sobre el mar de nubes", de Caspar David Friedric –en la imagen–, al tormento romántico. Pero todo es pura cáscara. Luego llega el vacío, del que sólo rescato una elocuente y significativa frase: "Tú no me querías. Sólo querías poseerme". O lo que es lo mismo: no confundas quereres con dominios, controles y posesiones. El mejor amor es el que te hace libre.