El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

sábado, 29 de enero de 2011

Insha'Allah


Cuando una regresa de Egipto, lo único que quiere es volver. Es un lugar alucinante. Eso sí, en Egipto, como turista, haces un tour de lo más profiláctico. Te venden historia, belleza, faraones y, sobre todo, seguridad. Nadie te roba, nadie te hace nada. La falsa seguridad de las dictaduras (aquí venían las suecas, les vendían algo parecido). En El Cairo, nuestros compañeros de viaje optaban por el hotel, una vez terminadas las visitas: piscina y cervecita. Nosotras no: es más, optábamos por todo lo contrario. Eso, unido a una hermana que habla árabe y a la rapidez con la que nos ganamos la simpatía y la amistad –que aún dura y permanecerá siempre– del guía, nos abrió las puertas de la verdadera realidad del país: trabajo infantil, niñas descalzas buscando entre la basura, durmiendo en la calle, una falta absoluta de libertad, miseria, miedo, ninguna prestación social...

Y vuelves a España y lo único que quieres es regresar. Y regresas. Y esta vez te llevas a tu sobrina de quince años y a una amiga y el viaje es mucho más real: ya hay amigos en Egipto que te llevan por donde no te lleva el "tour" oficial. La experiencia es genial y la sensación de que algo tiene que cambiar crece. Y vuelves a España y quieres regresar y resulta que ahora parece que la próxima vez que vuelva ya no estará Mubarak: Insha'Allah.

Dadas las circunstancias, hay quien bromea y dice: pasaste varias veces por Túnez y se lió, fuiste dos veces a Egipto y mira la que se ha liado. El sábado regreso a Marruecos. Será mi segunda incursión. No digo cuál es mi deseo. Pero lo dejo caer: como va a caer Mubarak.

Egipto es un sitio alucinante, y los egipcios son maravillosos: amables, hospitalarios y educados. No sólo me alegro –como me alegré de lo de Túnez– de la revuelta, sino que cuando veo las imágenes siento que me gustaría estar allí con ellos. Y que me duele hondamente la pasividad con la que Europa y el mundo contemplan la represión con la que se intenta sofocar la rebelión –es la misma pasividad con la que se han contemplado las décadas de feroz dictadura–. Me duele que haya quien piense que no merecen democracia por si acaso asoma por ahí el temido fantasma del islamismo. También que ayer no fuéramos más de 200 los que nos concentramos en Madrid para mostrar apoyo al pueblo egipcio –no quiero ni imaginarme el día que haya una manifestación antitaurina en la capital la de progresía que se amontonará– y que no hubiera ni una sola cara de esas que luego salen en las noticias.

A pesar de los pesares, vivo esta revuelta con esperanza. Los egipcios son valientes y la ferocidad del brazo represor no va a detenerlos –van más de cien muertos, están echando a los corresponsales... y nuestra ministra de Exteriores tomando cañas por La Latina cual jovencita despreocupada–. Caerá el tirano y vivirán para contarlo.

Hasta ahora, había sentido que la primavera llegaba cuando iba a la primera corrida de toros de la temporada, dejaban de apetecerme las mandarinas o compraba el primer kilo de fresas. Este año, aun con un frío helador, la primavera recorre el mundo. Empezó en Túnez, siguió en Egipto y parece querer extenderse por aquellos países que estaban condenados a vivir en el oscuro invierno. Insha'Allah.

P.D.: Sister, corrígeme el Insha'Allah si no está bien escrito.
P.D.2: No voy a ilustrar el post con una foto mía en Egipto. Todo el blog está ilustrado con una foto mía en Egipto: la de los pies es una especie de "autorretrato" en una jaima de pega que había en el hotel de El Cairo en el que estuve la segunda vez.
P.D.3.: Pongo una foto del Nilo, la vida que recorre Egipto.

miércoles, 26 de enero de 2011

Batiburrillo pero, sobre todo, ORGULLO PASTOR


Aunque pueda parecer lejano, por las formas y las circunstancias, ella estaba recordando los años ochenta. Y no, no es que fuera una nostálgica, ni mucho menos, pero una vida sin recuerdos es menos vida.

Cuando tenía diez años, la familia se fue con el padre, por primera vez, a una zona de cortijos entre Ciudad Real y Jaén. Campesinos, su tradición era la de los pastores trashumantes de las sierras. El padre, hasta entonces, había ido solo, con otros pastores, el ato y los caballos. El primer invierno que ella recordaba en aquellas casonas en mitad del llano, era de color rojizo y apacible. En una casa pequeña, pero altiva. Sin agua ni luz eléctrica. Las noches, que transcurrían al calor de la lumbre, se iluminaban con aquellos míticos "camping gas" azules y la visita de otros pastores y amigos.

Tenían un casette que el padrino de de la pequeña le había traído a la madre –eran íntimos amigos– de Canarias, cuando estaba haciendo la mili. Gracias a él, los padres escuchaban la radio y los chicos los 40 principales. También ponían cintas, de las grabadas. El padre compraba las pilas a kilos en la tienda del pueblo. No tenían tele, claro. No había luz eléctrica en aquellas soledades manchegas. Tampoco la echaban de menos.

Un lunes, yendo al colegio, todas las chicas cantaban en el autobús y luego en el recreo "la vida es una tómbola, tom-tom- tómbola de luz y de color". Y ella no sabía lo que era, pero le parecía absurdo y ridículo, aunque no sabía verbalizarlo, ni "intelectualizarlo". Pero sí sentía que aquello no iba con ella. No sabía por qué. Ahora sí. Lo ha sabido hoy.

En el autobús del colegio solía estar callada. Los dos conductores que tuvo en aquellos años de infancia, Jesús y Maxi, la querían mucho. Era buena y estaba muy bien educada. Nunca daba guerra. En el colegio despuntaba: era una de las listas. Tenía inteligencia y vivacidad. Era trabajadora y responsable. Los profesores la querían y aún la recuerdan 24 años después.

Pero todas seguían cantando la puta "la vida es una tómbola, tom-tom- tómbola de luz y de color".
Ya curiosa, preguntó: ¿Pero qué es eso?
Y todas dijeron: ¿Pero no la viste? Qué fuerte. ¿Y por qué no la viste? Dios, qué fuerte. Es de la película de Marisol que pusieron el sábado. ¿Y por qué no la viste?
Encogió los hombros y dijo: No tengo tele. Ni luz. En el cortijo en el que vivimos este invierno no hay luz eléctrica.
Cuchicheos, risas y "la hija del pastor no tiene tele".

Curiosamente, a pesar de tener 10 años y de la crueldad de las chicas al cuchichear y reírse, no se sentía mal. Al contrario, se sentía bien. No sabía por qué. No las sentía mejores por eso, ni distintas, ni más importantes. Ni más listas. Consideraba que las ovejas del rebaño de su padre iban mucho más a su bola que sus propias compañeras de clase. Ella se sentía bien en su vacío de televisión, en el rechazo que eso suscitaba, en esa soledad tan agradable. Tenía una especie de regusto dulce y un orgullo indescriptible. Orgullo pastor.

Su vida hoy no es mejor ni peor, pero sí es distinta, quizá porque los sábados, en vez de ver la película de Marisol, se iba con su padre en la moto, desde el cortijo al pueblo, a comprar pilas y chucherías. O porque, sin tele ni maldita la falta, pasaba horas haciendo un nido con su hermana, que entonces tenía cuatro años, y lo escondía en un arbusto junto al pozo en el que lavaba su madre, con la esperanza de que algún día algún pájaro anidara allí. Y tuviera polluelos. Nunca anidó nadie, pero su hermana y ella lo miraban todos los días, lo adornaban y lo hacían cada vez más grande, con juncos y flores.


Aquel año salió un disco que marcó su vida: Burning en directo. Y su hermano, que se debatía entre la inmadurez de la adolescencia y las ansias de ser un hombre, se pidió una chupa de cuero. Nunca vieron una película de Marisol, pero sí daban vueltas sin parar al enorme botón de aquel trasto a pilas hasta que en algún dial sonaba una canción del dichoso disco. Luego, por Navidad, la hermana mayor, que ya había volado del nido, lo compró. Y el "Qué hace una chica como tú en un sitio como éste" los acompañó y acompaña a todos ellos aún algunos días.

Que por qué me he acordado hoy de esto. Porque alguien de mi curro lleva de sintonía del móvil "la vida es una tómbola". Al oírlo, he pensado, "¿pero qué hace una chica como tú en un sitio como éste?". He sonreído, me he puesto un café y he vuelto a sentirme orgullosa de ser lo que soy, de las raíces y las alas. De mi orgullo pastor.

Y aunque ya no haya trashumantes y por los llanos manchegos los cortijos estén hundidos y por las sierras no quede más pastor que aquel del monumento que hay según se sube al pueblo y que mira, nostálgico y pétreo, a la cañada real, ya en desuso; y aunque la vida nos haya hecho trashumar a otros lugares, con luz y sin lumbre, aún somos unos cuantos los que podemos contemplar las veredas y reconocer en ellas las pisadas de los hombres que nos dieron la vida. Sí, y también el frío y la intemperie. El trabajo y el dolor. El sol, el pan. Y escuchar el silbido, el ladrido, los cencerros, el truco y el cañón retumbando en los montes. Y es que lo nuestro, queridos, es orgullo. Orgullo pastor.

lunes, 24 de enero de 2011

El demonio bajo la piel


Se trata de una de esas películas que no dejan indiferente a nadie y que, por poco comerciales, casi nadie verá. Recién estrenada, en Madrid sólo puede verse en dos cines y apuesto a que no estará mucho en cartel. Por eso, si os gusta el cine, os pido que vayáis a verla ya.

El demonio bajo la piel (el título original es The killer inside me) está basada en la novela homónima de Jim Thompson, autor de género negro norteamericano, al que, confieso, no conocía, pero que a partir de ahora ya me interesa.

Dirigida por Michael Winterbottom, ha sido estrenada en varios festivales –Berlín, Sundance...– donde ha recibido más pena que gloria, y es que no es una película fácil de digerir. Lo que sí que es fácil es acusarla de misógina o violenta, pero no vamos a quedarnos en la piel, como demonios que somos, vamos a meternos dentro.

La peli cuenta la historia de Lou Ford (Casey Affleck), ayudante del sheriff en un pequeño pueblo de Texas. Lou es correcto, cortés, contenido y un tanto remilgado, hasta que se le encarga echar del pueblo a la prostituta. Es entonces cuando desata su verdadera naturaleza. Violento, sádico, frustrado, traumatizado... Lou da rienda suelta a su verdadero yo, al piscópata que lleva dentro.

La violencia aquí es real, no es violencia de risas y palomitas en plan Tarantino. No es una violencia estética. Es una violencia brutal. Y a veces hay que cerrar los ojos. Y no, no aparece continuamente. De hecho, sólo hay dos palizas en dos horas de película: las suficientes.

La ambientación de la peli es maravillosa: años cincuenta. Excelente banda sonora. Los actores, incluida Jessica Alba, están bastante bien, sobre todo el protagonista. Y la peli retrata con increíble maestría la compleja personalidad del asesino a la vez que denuncia, con sólo dos gestos, una frase, un "te quiero", la actitud de la mujer cuando ha sido victimizada por un psicópata sádico (podemos cambiar estas dos palabras por maltratador, el resultado es el mismo). Sometidas, humilladas, heridas, lastimadas... parecen seguir buscando el perdón y la comprensión de su verdugo.

Polémica, controvertida, cruel y desnuda. Dos horas de nudo en el estómago, de indagación en la mente y el comportamiento humano. Una historia muy bien contada sobre las perversiones y los sadismos. Una peli que conmueve y que, por supuesto, no deja indiferente. Para mí, una peli más que notable, es decir, notable alto: 8,5.

jueves, 20 de enero de 2011

A tus catorce años


De él me gusta absolutamente todo: me avasalla su mirada. Tan azul e infinita. Recién traída del Mediterráneo, fresca y generosa: tiene a quién parecerse –Amparo de mis desvelos, y de los suyos–.

Me hacen gracia sus caracolillos castaños, rebeldes, indecisos. Aún no saben, a sus catorce tiernas primaveras, dónde irán a parar: si con raya a la derecha o a la izquierda, hacia atrás o hacia arriba, con gomina. ¿O quizá sobre la frente? Depende del día. El tiempo, al final, decidirá cómo quedan, si quedan y no son rapados en un arrebato como el que taladró su tierna orejilla.

Tiene una nariz como esculpida con mimo. Y unas hechuras atléticas que van robando suspiros a las adolescentes. Pura fuerza y nervio futbolero atrapados aún en una imaginación que trepa de lo infantil a lo adulto en un abrir y cerrar de sus poderosos ojos.

Carrera, regate y gol. Igual que tumba al rival regala sonrisa a la grada, que lo aplaude, emocionada. Puro corazón (tan blanco). Desde niño adoró a Casillas. Y su gran parecido físico con el portero, amén de su madridismo confeso, le han valido ese apodo, por el que ya lo conoce media comarca y acabará conociéndolo medio mundo si sigue jugando así al fútbol.

Juré cortarle los dedos si al chatear volvía a escribirle a su tía, que soy yo, como si la ortografia fuera cosa de viejos y no de chavales, pero imaginé su sonrisa al leer el comentario y retiré la amenaza en el acto. Y es que su sonrisa es todo un arte: abierta, generosa, sin miedos ni reparos, orgullosa aun cruzada de brackets –todo llega, ya desaparecerán-, despierta, llena de vida.

Tiene en su abrazo el calor de una infancia aún cercana que empieza a abandonar (qué pasada de niño, tan golosón y cariñoso) y la ilusión de un hombre que empieza a sentirse tal.

Y si algo le pido hoy a la vida, sobrino mío, mi dulce Alfonso, es que sumes a estos catorce que hoy estrenas un montón más, y todos buenos. Y que en todos ellos me quieras al menos la mitad de lo que yo te quiero a ti. Y que no me abandone tu abrazo. De todas las certezas que me da la vida (y llevo en ella 20 años más que tú) es que al final del camino –y al principio y en el medio– lo único que cuenta es saber que caminamos al lado de gente a la que estamos unidos de forma incondicional, con lazos imposibles de quebrar. Y eso te lo digo yo, que juro que por vos muero las veces que hagan falta.

Y sin más, se despide tu tía, que hoy, por ser tu cumple, no quiere hacerte leer mucho. Y con mis mejores deseos te envío también el anhelo de que el Madrid golee esta noche. Te mereces esa alegría y todas las que están por llegar.

P.D.: Discreta, he puesto una foto tuya y mía tomando el solecito un día de primavera en el campo, de hace un par de años. Pero he quitado nuestras caras. Este blog no podría soportar tanta belleza (lo digo por ti, chato).

miércoles, 19 de enero de 2011

Lo fatal


Hay días sin lagos ni cisnes. Sin princesas, sin boca de fresas, sin Margaritas ni alondras. Ni con versos y una perla, una pluma y una flor. Lástima que de Rubenes Daríos no esté el mundo lleno. Del palacio de diamantes y la gentil princesita, tan bonita,
Margarita, tan bonita como tú, al sentimiento trágico, al vacío y al albatros en el fango. Como la vida misma, de la luz a las sombras, del cénit al infierno, de la risa al llanto, del placer al dolor... en un ¡ay!, que tanto vale para la alegría como para el pena.

LO FATAL
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos
y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...

Rubén Darío

lunes, 17 de enero de 2011

Con Túnez en el corazón... y en la cabeza


Los tunecinos son gente maravillosa. En el verano de 2008 mi hermana pequeña tuvo que vivir allí y pasé con ella buena parte del verano. Su casa estaba en la capital, pero, concluida su jornada, "nuestro territorio" era más festivo, relajado y marinero: Sidi Bou Said (el pueblo más bonito que yo he visto jamás), Cartago, La Marsa... Su estancia allí hizo que aquel verano no fuéramos turistas: entablamos amistades que sospecho durarán siempre y con las que tuvimos la suerte de recorrer parte del país.

Los tunecinos son amables, simpáticos y tremendamente hospitalarios. Durante el último cuarto de siglo han estado condenados a una dictadura brutal y corrupta que anulaba sus libertades, sus perspectivas de futuro y, por supuesto, la opción de tener una vida que supusiera algo más allá de la mera supervivencia, el té a la sombra, un par de cigarrillos, el plato de cuscús. Poco más. Afortunado aquel que a los doce seguía estudiando o que trabajaba –por supuesto sin contrato– en un bazar el día que llegaba el barco de alemanes, italianos o españoles. Ninguna prestación social. Hombres de 30 años ganando dos euros al día. Eres un privilegiado si vives en la costa y en verano curras por el turismo: pobres de los campesinos del interior (no quiero ni acordarme del viaje a Tabarca, de los chavales de Kairouan). Y, por supuesto, silencio. Como en todas las dictaduras. Si abres la boca, quizá desaparezcas.

Un gran palacio en Cartago: vestigios romanos mirando al Mediterráneo. Ben Ali y familia. Muros enteros empapelados con su cara. Y la gente en silencio. "Túnez: paraíso mediterráneo". Eso era Túnez: un resort para Europa. Sarkozy pasó su luna de miel en Sidi Bou Said-Cartago. Llegó, abrazó a Ben Ali, exhibió a la Bruni y volvió a Francia. Aznar dijo que Túnez era ejemplo de democratización en el Norte de África. Zapatero jamás dijo nada. Según los documentos del Departamento de Estado de EE.UU. filtrados en Wikileaks, Túnez es un "país enfermo por la falta de libertades y la corrupción. Los diplomáticos describen a la familia del presidente como una cuasi mafia que actúa y se enriquece con impunidad".

Este verano volví a Túnez: una semana de descanso y ver a los amigos, comer cuscús y volver con un sabor muy agridulce: todo estaba peor. La crisis ha provocado que haya menos turismo. Ergo... menos dinero. Más pobreza. Menos trabajo.

¿Y ahora qué? Ahora estoy muy orgullosa de lo que han hecho los tunecinos echando al dictador. Mi corazón está con ellos y tengo muchas ganas de volver. A duras penas, puedo contactar con dos amigos a través de Facebook (prefieren que no se les llame). Internet se les cae constantemente, pero, de vez en cuando, en el puntito verde del chat, escriben: "Somos libres. Ben Alí, fuera".

Quiero pensar que las cosas les van a ir mejor, que habrá elecciones y empezarán a ser más dueños de su destino, pero cierto pesimismo me invade. La revuelta supuso unas medidas represivas brutales –que Trinidad Jiménez calificó de correctas cuando iban ya 80 muertos–, la policía y el ejército ha tomado las calles, hay toque de queda –con lo que a ellos les gusta estar en la calle de noche...–, ha muerto mucha gente, hay saqueos y empiezan a escasear los víveres. Europa calla, como siempre que no va a obtener beneficios y se habla de "transición" hacia no se sabe muy bien qué.

Mi miedo reside en que "a rey muerto... rey puesto". Es decir, que se haya ido Ben Ali y que venga otro similar y que encima Túnez pase a ser un país "inseguro" (por esta revuelta) y la gente no vaya, por lo que su fuente de ingresos principal, que es el turismo, se vea mermada.

Me duele el silencio español. Que lo único que se haya hecho sea repatriar turistas y la perlita de la Jiménez (boquita de piñón), me esperanza que los tunecinos –tan reposados, tan pachorras, que lo son– se hayan rebelado, me preocupa su futuro y me alegra oírlos ilusionados.

Ojalá pueda regresar pronto y contaros que por allí todo anda mejor que la última vez. Pero algo, no sé muy bien qué, me hace dudarlo. Ojalá me equivoque.

viernes, 14 de enero de 2011

¿Lo mejor del derby? Sí, sin duda, lo mejor del derby


Lo mejor del derby no fue la victoria del Madrid, y mira que a mí me alegra. Ni siquiera que el jueves hay otro. Tampoco el ambientazo que había en mi ciudad -camisetas desfilando, los claxones sonando, las prisas por llegar a ver el partido....-. Ni el buen rollo del bar. Ni la cerveza: ay, qué rica. Lo mejor del derby siempre, siempre, siempre, siempre, son los amigos. Y no, no estoy delirando. Ya he dormido y descansado desde ese día hasta hoy, así que no hablo con falta de sueño, ni con resaquilla, ni con exceso de café. Ni hoy he desayunado Ibuprofeno, como sí tuve que hacer ayer -dios, alguien debería recordarles a mis 34 que ya no son unos chavalitos de 20-... No hablo desde la euforia de los tres goles ni en el acelerón de la noche. Hablo desde la tarde en calma, desde el sosiego.

La mesa de seis pasó a ser de doce en un "tos mezclaos": rojiblancos, merengones y a los que no les gusta el fútbol pero sí el ambiente. Bib-bip (el puto móvil). Mi hermana mayor, la única india de la familia: "Toma el primero", me escribe en un mensaje, la jodía. "No te confíes, hermana. Nosotros nos venimos arriba en banderillas" (no lo entendió muy bien, tampoco le gustan los toros. A veces pienso que es adoptada, aunque su aspecto físico, tan parecido al mío y al de mi otra hermana, lo desmiente).

Y entre un "ponme otra", y un "pero qué hace ese hideputa en el suelo", "eso es tarjeta" y gol, gol, gol. El Madrid marcó tres, el partido se acaba y nos vemos las caras en la ribera del Manzanares en unos días. Fin del partido. Principio de otra cosa.

Me quito la camiseta merengona (una cosa es animar al equipo y otra muy distinta estar jodiendo el resto de la noche a los que no quieren ni ver al "despertador", como llaman algunos al escudo madridista) y a comentar la jugada: la del fuera de juego y la de la puta semana (que si mira que estoy cansao, que mi jefe es gilipollas, que no sé quién está en el paro, que qué mal va la cosa, y qué me dices de Túnez y bla, bla, bla)... Y al final, el fútbol, que tanto nos gusta es mucho más. Y no sé qué es. Pero no quiero perdérmelo.

A esto sumamos la ley antitabaco, sobre la que ya me pronuncié en su día, y que tiene, como beneficio más palpable, que ahora hay dos "fiestas", la del bar y la de la calle, a mayor castigo del vecino del primero -estoy segura-. Tanto es así, que uno a veces no sabe dónde estar: si dentro o fuera. Y aunque yo la mayoría de las veces lo tengo muy claro, sólo tuve un momento de duda.

No soy fumadora: sólo ocasional. La ocasión la tengo clara, pero el resto de la gente no. Y no tiene por qué saberlo. Así que un amigo, que me había visto salir a fumar un par de veces, dijo: ¿Sales conmigo a fumar un cigarro? "Claro -dije-, aunque, si no te importa, no voy a fumar. Pero te acompaño". "Ah, vale, es que como te he visto fumar antes"... "Ya -digo-. Mil años vivieras... no lo entenderías. No lo entiendo ni yo. Pero vamos". Y en ese momento sonó esta canción, que me encanta. Y pensé: entro, pero no, no voy a dejarlo ahora solo. Y me la perdí. Por eso hoy la pongo aquí. Y la pongo como banda sonora de una noche increíble, divertida y genial en la que una acaba más tarde de lo que pensaba, con su corazón tan blanco a cuestas y riéndose a borbotones con algún colegón al que el fútbol se la trae floja, atléticos de pro y, deseando, una vez más, que gane quien gane el derby, no me faltéis nunca, amigos. ¿Qué haría yo sin vosotros?

Así las cosas, ¿qué más da pasar sueño el viernes, llegar a currar con la hora justa y el pelo aún húmedo de la ducha, la resaquita en ristre y la sonrisa puesta? Insisto: no hay malas mañanas si las noches han sido realmente buenas.

martes, 11 de enero de 2011

Sobre "También la lluvia"


"También la lluvia" es una de esas películas que quieren decirlo todo y acaban por no decir nada. Una sale del cine con la lagrimilla asomando –ver a una niña herida, a los indígenas peleando por el agua... da pena, lógicamente– pero, a medida que pasa el tiempo, el efecto de la película es mínimo. Queda el vacío.

Pretendidamente compleja en la forma, la peli tiene su más cercano referente en "Los abrazos rotos". A ver: es una peli que cuenta que se está haciendo otra peli y, entre tanto, alguien va haciendo un documental que captura instantes del rodaje de la peli y de los actores y el equipo. Es decir, juego de perspectivas, barroquismo. Nada nuevo o que no se haya hecho ya con mucha maestría. Y sí, las formas están para cogerlas y usarlas –Quevedo no inventó el soneto y los escribió maravillosos–. Quiero decir, no tengo nada en contra de esta forma de contar, sólo la describo. Y también digo que es demasiado soporte formal para tan poco contendido. Es decir, mucha parrilla para tan poca carne en el asador.

¿De qué va la película? Gael García Bernal –que está buenísimo– es un director de cine que está rodando en Cochabamba (Bolivia) una película sobre el descubrimiento. Con él está Luis Tosar –tiene mis respetos como actor–, un productor sin escrúpulos. Y tres actores: dos menores que interpretan a Montesinos y Bartolomé de las Casas en la película que rueda Gael y uno enorme que interpreta a Colón (Karra Elejalde).

A ver. La cosa es la siguiente. Necesitan indígenas para hacer de extras, se monta una revuelta por el agua, la peli peligra, el productor se pone nervioso, el director no tanto porque es un tío más comprometido y al final el que se compromete es el productor que parecía más malo porque le enternece ver a una niña herida. Bueno, mejor contado de lo que lo cuento yo, pero así más o menos.

Los dos que hacen en la peli de Montesinos y Bartolomé de las Casa
s quieren huir y el que hace de Colón, que es un borracho de vuelta de todo, está ahí para decir las verdades a pesar de estar resignado a interpretar un papel ridículo.

Chirría que Gael, que en la peli queda retratado como un tío conocedor del mundo indígena, esté haciendo una película tan lineal, en la que retrata a un Colón sinvergüenza y cruel, sin profundidad ni hondura, sin principios. Si hasta el actor que interpreta a Colón pide que le den escenas para mostrar sus zozobras, sus dudas... Es increíble que un tío que llora cuando lee el guión se niegue a hacer una película menos "planita".

Tiene de bueno la banda sonora, de Alberto Iglesias.
Un verdadero genio, como indica su currículum: "Los abrazos rotos", "Che", "Volver", "La mala educación", "El jardinero fiel"... Tiene de bueno a Juan Carlos Aduviri –el indígena rebelde en la realidad (es el cabecilla de la revuelta por el agua) y en la peli que se está rodando–. Y quizá tenga de bueno la intención: haciendo un paralelismo entre lo que pasa en una zona de Bolivia –porque una empresa internacional viene a gestionar el agua– y lo que hicieron los descubridores españoles se pretende decir que hace cinco siglos por una cosa y hoy por otra la población indígena siempre está jodida. Pero es que yo tengo un problema: no me gustan las películas con intención tan clara, y menos si no consiguen causar efecto.


Puntuación: un 5 pelao

domingo, 9 de enero de 2011

Sé con quién me juego los cuartos...


...en la vida y en la Copa del Rey. En ambos casos, sé con quién me juego los cuartos y creedme: no me da miedo.
Bien es cierto que el Atleti es para mí un rival, nunca un enemigo. No puede serlo aunque se lo proponga, no tanto el club como sus seguidores. Para mal o para bien, el 80% -igual hasta me quedo corta- de los amigos que me rodean son del Atlético de Madrid. Y se empeñan en provocar mi enfado, en mostrarme su antimadridismo, en mosquearme... Pero ni lo consiguen ni ganas que tengo.

En cinco días, nosotros, nuestra ciudad, será un hervidero. Todo un acontecimiento: sus principales clubes se juegan los cuartos. Si en esta lid gana el Atleti, no me alegraré nada, pero me consolará saber contento a algún atlético de pro que tiene un cacho -y no pequeño- de mi corazón tan blanco, ver felices a un buen puñado de amigos y saber satisfechos a José Tomás, Joaquín Sabina y Rosendo, por ejemplo.

Si gana mi Madrid, estaré feliz y sólo me mosqueará que algún atlético de pro que tiene un cacho -y no pequeño- de mi corazón tan blanco me diga cosas como: "Ha sido un robo", "era penalti" y/o "el Madrid, siempre igual: robando".

Me gusta el fútbol y también pensar que la amistad y el amor están por encima de todo, incluso por encima del Atleti y del Madrid, por encima del derby y por encima de la Copa del Rey.

Me pesa infinito que el jueves, cuando esté viendo el partido en el Mulligan's, mis amigos, del Atleti o del Madrid, que quieran fumar tengan que salirse a la calle a hacerlo. Me duele desmesuradamente que RTVE haya prohibido emitir corridas de toros argumentando que lo hace para proteger a los niños (pobres niños, qué mundo más pobre les estamos dejando). Me hierve la sangre que la gente no pueda tomarse una cerveza en la calle antes o después del partido y/o antes o después de los toros. Me jode mucho que cada vez se niegue más al individuo y le vayan restando libertades. No me asombraría nada que mañana, o pasado, prohíban el tocino o las gachas, o ambos, por ser malos para la salud.

Me crispa que se condenen los amores imposibles. No soporto la resignación ni la cobardía. No me gusta la gente que no se atreve. Odio el exceso de aceptación y las frases hechas. No soporto que la puta crisis convierta en verdad absoluta eso de "no puedo quejarme, tengo trabajo". Puedo quejarme y lo hago, ¡coño! Tener trabajo no es un privilegio o no debería serlo.

Prefiero vivir con dolor a perderme ciertas cosas que la vida me ofrece, por complicadas que sean. No me gusta que nos eduquen para no sufrir, para no implicarnos, para no darlo todo. O se torea cargando la suerte o eso no es torear. O se vive con todas las consecuencias o eso no es vivir.

"Prefiero tus zapatos rojos a un desfile de minifaldas -y esta frase no es mía, cito de memoria-". Y yo prefiero sufrir viendo el fútbol que no verlo -o lo que sería peor, que no me gustara-, jugarme los cuartos con el Atleti a no llegar a ellos, pasar algunas malas mañanas por haber tenido noches muy buenas, llorar ausencias a no necesitar a nadie.

¿Que por qué escribo esto ahora? Pues no lo sé: es la una y pico, llueve, vengo de ver una película que ni mucho ni poco ni todo lo contrario -nada peor que la indiferencia-, he tomado una cerveza en un bar donde el pavo estaba mosqueado y nos ha atendido muy mal porque no podía fumar y he tenido la suerte de compartirlo todo con amigos. Qué haría sin ellos.

¿Que por qué voy del fútbol a los zapatos rojos pasando por la ley antitabaco? Pues tampoco lo sé. Supongo que ni la vida ni los pensamientos son lineales, todo fluye y confluye y hay un montón de emociones que golpean mis sienes ahora mismo y que irán creciendo y galopando hasta desembocar en el jueves y en el fútbol. Y no, el fútbol no es sólo un deporte. Es emoción. Y ya he dicho que la vida sin emoción... no vale la pena.