El blog de Luisa Tomás

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miércoles, 8 de mayo de 2013

Los lagos color azafrán. O cielo de Madrid



Ayer soñé con un lago de color naranja. Pero no naranja "fanta", sino naranja "cielo de Madrid en una noche de lluvia". Sé que ése no es nombre para un color. O sí. Los nombres encadenan, y las palabras. Creo que ése es el color que Joaquín Sabina define como azafrán en esa canción que dice algo así como "todavía quedan islas con playas color azafrán". Si hay playas así, tienen que ser como mi lago.

Seguro que Freud tendría algo que decir al respecto. O no. Y qué importa. Las etapas freudianas también caducan: ese afán cansino por explicarlo todo y comprenderlo. Esa ansia por justificarlo todo, ese navegar sin rumbo por el mar del inconsciente... Llega un día en el que uno se baja de la barca y simplemente nada desnudo hacia su isla con playa color azafrán. O se deja abrazar en el lago del mismo tono. Sin más explicación ni culpa ni condena. Y manda a la mierda al inconsciente. Al fin y al cabo, en ese gozo color azafrán hay consciencia. Incluso en sueños.

La Bruja de las Palabras estaba delirando de nuevo. O quizá no tanto. A su torreón sombrío se asomaba la primavera. Los campos desolados y grises se violentaban de flores y la humedad de los muros se embebía en los brillos del sol. Su piel blanca y fría quería invadirse de luz. Recorrió de un golpe el cortinón que sellaba su ventana y se dejó acariciar por la vida. Y entendió allí, en la soledad de su castillo, la melancolía del otoño por el que había atravesado. Y sonrió al saber que la melancolía en sí no es mala: es sólo una suerte de tristeza adornada con un ligero vestido de poesía.

La Bruja se despojó del suyo y corrió hacia el lago color azafrán que el fin del invierno le había puesto a los pies de su castillo. Despreocupada y feliz, La Bruja de las Palabras, que ya había saboreado largo tiempo los avernos de la incomprensión, la crueldad y la pena, se abrazaba como una loca a la vida. Y la amaba como ya, por fin, se amaba a sí misma.