El blog de Luisa Tomás

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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Del desamor a Roma


El desamor. El reloj arrastraba las horas con una tristeza que le dolía en los huesos. Demasiado silencio para una tarde de mayo. Sólo el insistente y metálico tic-tac rompía la agonía callada del sol al ponerse sobre su terraza. No había primavera ni lluvia capaz de darle aliento. Sentía un peso de sal sobre su corazón, una música fúnebre aplastando su alma. Mil y una veces había saboreado las hieles del desamor, pero ésta las sentía más profundas. Ancladas en lo más hondo de su ser, hiriendo a carne viva con una crueldad invasiva.
La soledad. Lo pensaba y no podía parar de llorar. Lloraba y dormía de puro cansancio. De nuevo la soledad y la pena; el abandono y la pérdida. No veía luz ni esperanza ni consuelo. Y maldita la gana de tenerlo. Nadie entendía su dolor. El paisaje desde su sofá era desolador, sentía su salón con la frialdad de un viento seco en invierno: la tele encendida y sin volumen; el mando sobre la mesa, envuelto en kleenex. En el suelo un libro que no quería leer y el reflejo de un tímido rayo de sol que no quería mirar.
El falso consuelo. Apagó el móvil y descolgó el fijo. Necesitaba incomunicarse. Por primera vez sentía que de nada servían las llamadas y mensajes que invitaban a recuperar la vida social. “Venga, arréglate y nos vamos de copas. Deja ya el lloro y quítate el pijama. ¿Prefieres que vaya a tu casa, vemos una peli y comemos chocolate? Anímate y vente este fin de semana a una casa rural. Venga, no seas así. No puedes deprimirte. Si se veía venir... Venga, el mundo está lleno de gente. Seguro que  conocerás a alguien aún mejor”... Escuchar eso era lo que menos le apetecía. Agradecía las buenas intenciones de sus amigos, pero necesitaba su duelo. De nada servía vestir de Carnaval la Cuaresma. Solapar las tristezas con diversión era un falso consuelo que no signicaba recuperar la alegría.
La resurrección. Al incorporarse para ir al baño la cabeza parecía explotarle. Y el espejo le devolvió una imagen de sí misma que deploraba, pero pronto su mirada empezó a buscar otra perspectiva y su decaimiento empezó a tornarse en aceptación. Secó sus lágrimas con una toalla y presionó sus ojeras con la yema de los dedos. Esbozó una leve sonrisa y lo que cualquiera juzgaría como gesto de locura, de desequilibrio, a ella le pareció señal inequívoca de resurrección.  Era la hora de salir a regar. 
La vida. El último sol del día dejaba caer su brillo sobre los ladrillos de la terraza. El calor del suelo se confundió en sus pies con el agua que salía a borbotones de la manguera. La sensación le produjo escalofrío. Y pensó, al ver el agua deslizarse entre sus dedos, que el desamor –con su componente de drama– es una parte más de la vida, como la risa, sólo que mucho más fría.
El amor. En cuanto al amor, suponía que es algo parecido a la generosa mirada del reencuentro; al saberse pleno con la sola sonrisa del otro; al leve tacto de una caricia a escondidas; al aroma que queda en la ropa después del último abrazo –por mucho que se lave y aunque uno no recuerde lo que llevaba puesto–. Al agua que llega a borbotones, que moja y ni atrapa ni ahoga; que da dulzura a los besos y amargor a las lágrimas; que acaricia y araña. Pensó que amor es, en definitiva... poner Roma al revés.

3 comentarios:

  1. q bonitoooooo, chica, escribes muy bien, ya te lo dije muchas veces.
    aprovecho para felicitarte las navidades con esta preciosa felicitación que sé cierto que te encantará:
    http://www.youtube.com/watch?v=1O7WJ9himpU
    un saludo!!

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  2. Muchas gracias, Martafort. Me encanta la felicitación. Un saludo y buenas fiestas. Seguiré colgando relatillos.
    Un abrazo

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