El blog de Luisa Tomás

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jueves, 4 de febrero de 2010

Cambio de vida


Por primera vez desde hacía 32 años, hoy Nacho no tenía que ir a trabajar. Mañana tampoco. Ni la próxima semana. Nunca más. Y eso hacía que se sintiera raro, pero Nacho miraba el futuro con optimismo. Al fin y al cabo, después de tantos años de dedicación y madrugones, se le abría un horizonte lleno de posibilidades y mucho, mucho, tiempo libre.
Aquella mañana, como tantas desde hacía 32 años, Nacho había llegado puntual a su puesto de trabajo. Café con leche desnatada y el paquetito de papel de aluminio con las tres galletas María que Sofía le ponía cada día en su cartera. Un poco de periódico, una llamada a su madre y… ¡a trabajar! Así durante 32 años. Hasta hoy.
El teléfono sonó a las nueve y media. Era viernes. Y entonces se enteró. Nacho no daba crédito. Había empezado a trabajar en esa empresa con 20 años, haciendo prácticas, y lo había vivido casi todo, o eso creía: crisis, repuntes, subidas y bajadas. Cambios de jefe, cambios de dirección, cambios de ubicación. Cambios políticos… Se sentía parte de esa empresa, con sus alegrías y sus penas, sus tristezas y sus risas. Y le daba pena dejarla.
Se lo comunicó a sus compañeros. Y los abrazó. Y lloraron juntos.
Ahora no sabía qué iba a hacer, ni a qué iba a dedicar sus mañanas, ni dónde iba a desayunar. Quizá se sintiera raro tomando el café en la cocina de casa sin ser sábado o domingo o vacaciones. No sabía si lo primero que haría sería un viaje o tumbarse en el sofá durante semanas para aprender a ser consciente de su nuevo estado. Pero Nacho no podía irse sin más. Allí, entre esas paredes grises, pisando un suelo de baldosas falsas, con muchas ojeras, hipotecas, hijos, soledades y sonrisas había, sobre todo, muchos seres humanos. Y a él le importaban. Cogió su abrigo y bajó al bar de la esquina. Encargó unas raciones y unas botellas de vino. Los reunió a la doce en la sala de juntas. Habían sido sus compañeros durante años y quería una despedida con alegría. Y todos acudieron, hasta aquellos con los que no se llevaba especialmente bien.
Emoción al abrazar a Juan, con quien tantas porras había perdido al fútbol. Risas al recordar con Ana el día que se emborracharon en la cena de Navidad y acabaron cantando a Pimpinela en el karaoke. Lloros al decir adiós a José, su “muchacho”, 20 años más joven que él, al que había enseñado lo poco y lo mucho que sabía. Un tierno a beso a Margarita, la que fuera su novia hasta que conoció a Sofía. Un sincero apretón de manos con su jefe, con quien mantenía una insana rivalidad, y un poco de sarcasmo con Ricardo, con el que nunca había acabado de entenderse.
La fiesta terminó a las dos, bien apuradas las botellas de vino, y la gente se fue marchando. Nacho se quedó solo, recogiendo su mesa. Tranquilo, pero sabiendo que de allí se llevaba un montón de recuerdos, buenos y malos, de los que no quería ni podía desprenderse jamás. Se sentó en su silla y miró a su alrededor: la misma mancha de humedad de siempre, el mismo ruido de fondo, la misma luz mortecina y solitaria. Descolgó el teléfono e hizo su última llamada desde su mesa: “Mamá, a Sofía y a mí nos ha tocado el Euromillón. Dejo el trabajo”.

2 comentarios:

  1. Muy bueno el relato, compa Luisa: aseado, sencillo y jugando con el efecto sorpresa de su remate -a mí me ha descolocado mucho; atiborrado todo el día con noticias sobre crisis, paro y aledaños, esperaba una situación más acorde con el "signo de los tiempos"-. Me ha gustado, y mucho. Felicidades.

    Un abrazo y buen día.

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  2. Muchas gracias. No estaba en absoluto segura de él. Lo escribí hace unos meses, el año pasado. Cuando echaron a 100 personas de la editorial en la que trabajo. Despedían los viernes. Era muy triste. Durante semanas, cada viernes, durante un par de meses, veíamos cómo se iban, diez, quince personas... Y se fue gente que me importaba, de verdad. Llamaban a las extensiones del teléfono de la mesa, subían a una sala y allí les daban el finiquito. Fue una época durísima. Y era los viernes. El día que se juega el Eurmillón. Era por poner una nota de esperanza, aunque sea en forma de boleto de lotería. Gracias por leerme, Manuel Márquez

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