Aquella noche, a ella le habría gustado contarle que su beso había sido sincero, que no respondía a vanas ilusiones ni sueños imposibles, que le había nacido del alma, que le habían temblado los labios al acercarse a los suyos, que al entrelazar sus dedos con los de él se había vivido fuerte y protegida, que había sentido su pulso, su latido, como si fuera propio. Armonioso y cálido.
Pero, al cerrar y verlo tras el cristal, supo que no se lo diría. “Es mejor que subas ya”, dijo él, con ternura. Y ella cerró con parsimonia la puerta, apoyando, entre mimosa y coqueta, la cabeza en la pared, y empezó a subir, con el corazón a punto de salírsele del pecho y las lágrimas empapando sus mejillas.
Aquella noche, a ella le habría gustado decirle que no lloraba de pena, que no era tristeza lo que ahogaba sus palabras, su risa..., que sus lágrimas no eran amargas. Lloraba porque se habían besado y había un montón de sensaciones sin nombre que se agolpaban en su cuerpo, sin poder expresarlas, sin saber cómo ordenarlas, peleando entre sí en una lucha interna que desembocó en un llanto callado y húmedo, hondo.
Ella sabía que él no era su chico y él sabía que ella no era su chica, pero se sentían unidos por esos lazos que ofrece, generosa, la vida. Y les resultaba hermoso tenerse. Saber que estaban. Contar el uno con el cariño del otro, con su compañía y su sonrisa franca. Sin más ataduras ni etiquetas.
“Tengo los labios como... ásperos, ¿verdad?”, susurró él, rozando el pelo de ella con su aliento.
Aquella noche, a ella le habría gustado explicarle que los labios de él eran como de hojaldre. Y que a ella se le antojaban dulces y quebradizos, como un pastelillo deslizándose entre sus dientes. Que su respiración era apacible y sugerente, que tenía aroma a madera. Que su mirada profunda, a veces tan melancólica, le resultaba envolvente y misteriosa. Que el tacto de sus manos encerraba vida.
Aquella noche, ella no pudo vecer la tentación de mirarlo marchar desde la ventana del segundo piso. Lo vio de espaldas, caminaba con decisión por su calle en penumbra. Sin detener sus pasos, encendió un pitillo. Tenía un aire antiguo, de otra década, como de película de James Dean. Su cazadora negra, su peinado, sus patillas, los jeans y el cigarro le daban el halo de un tipo sacado de una canción de Johnny Cash. No pudo sino mirarlo con cariño y sonreír.
Aquella noche, a ella le habría gustado aclararle que no era tristeza sino contento lo que la acompañaba al meterse a la cama, aunque sintió dolor al saber que la última imagen de ella que él se llevaba eran las lágrimas escurriéndose por sus mejillas, intentando deslizarse por su boca, buscando, quizá, la huella cálida y serena de la de él, tan reciente.
Aquella noche, a ella no le fue fácil conciliar el sueño y en su cabeza no paraba de sonar una canción: John Minler, de Loquillo. Era como la banda sonora del corto que ambos –tan distintos en las formas, tan dispares, con vidas y personalidades tan diferentes– habían protagonizado.
Aquella noche, evocando la letra de esa canción, ella tuvo una certeza: si algún día la nostalgia dañaba su corazón, el recuerdo de su voz, de sus ratos juntos, no darían jamás paso a la tristeza.
El blog de Luisa Tomás
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lunes, 22 de febrero de 2010
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Labios de hojaldre. Bonita y compleja expresión, suerte que la extiendes.
ResponderEliminarPues me lo he leído y no me ha pasado nada. La verdad, he disfrutado de su lectura. No debe ser tan cursi. Hay sentimientos un poco al límite, ella es un dique con grietas. Y él se larga, hacia otra parte.
Buena descripción del tipo, "como de otra época".
Un saludo,
Un dique con grietas... Nunca lo habría pensado así, y quizá nunca lo habría dicho mejor.
ResponderEliminarGracias, Igor.
Me gusta que te guste lo del hojaldre.De hecho, creo que es lo mejor de esta historia. Que no pasa de ser una historia más.
Gracias
Hoy no es un día de lluvia, aunque a mí me hacen falta uno de esos relatos... o al menos encontrar a un chico que sabe que no es su chica y viceversa...
ResponderEliminarVaya, Ibán, por Madrid ha llovido con ganas. Ahora sale el sol, pero está perezoso. Me temo que volverá a llover. Si te hace falta uno de esos relatos... no sé, ¿te sirve éste? Por ahí abajo, en "mis relatos", hay alguno más de amores, desamores, despedidas y nostalgias. No se me da bien escribir alegrías. Es más, no se me da del todo bien escribir...
ResponderEliminarSi alguno te sirve de algo, me daré por satisfecha.
¿El aliento de un fumador tenía aroma a madera?
ResponderEliminarHombre de hojalata: esto es una ficción. Ten fe.
ResponderEliminarAdemás, ambas cosas son compatibles dependiendo de la boca de la que procedan