Había una vez una bruja que sólo regalaba palabras.
Harta de las princesas condescendientes y las doncellas discretas, prefirió las soledades a la complacencia y al silencio que imponía el rey en su corte, por eso un día juró cortarse la lengua antes que volver a mordérsela.
El rey era un hombre malvado que se escondía tras un disfraz correcto. Se llamaba Decoro y procedía de una tradicional familia, con nombre y prestigio. Su madre, doña Moral, y su padre, don Castigo, se habían suicidado cuando su hija menor, Constancia, dejó a su marido y se fugó con un cíngaro que pasó por la corte para protagonizar un espectáculo circense.
El rey, resentido y poderoso, mantenía siempre la postura y contaba con el beneplácito de todos sus súbditos, tan moderados y discretos. Henchido, se jactaba de que en su reino no hacían falta uniformes, pues todos sus siervos eran tan correctos y medidos que ninguno desentonaba: "Conforman una perfecta hilera de hormigas. Somos la envidia del orbe".
En las fiestas, todo el mundo tomaba el vino justo, comía con mesura, medía sus palabras y no lucía ni un centímetro más de terciopelo que el aconsejado por un protocolo jamás escrito, pero sí latente en un sentir colectivo, soterrado y aplastado por años y años y años de férreas costumbres.
Las damas se agrupaban en armoniosos círculos, cual florecillas o manojo de mies. Dulces, sensatas, risueñas, pudorosas; con sus gráciles vestidos de encaje beis, sus bailarinas y sus bluques. Aunque Dios, que todo lo puede, las creó distintas en esencia: rubias, morenas y hasta pelirrojas, altas, gordas y flacas... el mundo había conseguido que todas parecieran una y que cada una de ellas fuera como todas.
Aquel día, se celebraba la Pascua de la pechuga de pavo. Haciendo un exceso, las jóvenes solteras podían llevar a la fiesta minifalda y/o un adorno rojo, que pa eso es fiesta. El baile transcurría con normalidad, con la discreción y el protocolo propios del evento. Las más descaradas tomaron dos veces vino, pero todas –lindos frutos de la tierra, leves mariposillas– ofrecían en su dulzura la promesa de ser una esposa ideal, recogida, limpia, moderada y silenciosa.
"¡Y una puta mierda!, gritó desde un rincón la insolente Morgana. La concurrencia la miró y, claro, la señaló. "Estoy hasta los cojones. Voy a decir lo que me dé la gana, voy a cagarme en la madre del árbitro que echó a Pepe, en la puta boda real, en los príncipes azules y hasta en el cabrón que ideó el encaje y el croché".
Condenada al ostracismo y tomada por loca, Morgana envejece sola en una torre que se eleva sobre una montaña. Desde allí, contempla el mundo desde su solitaria perspectiva física y moral. Y escribe, escribe y escribe, dibuja y regala palabras que nadie lee ni escucha. Su figura protagoniza lúgubres leyendas y es tratada en el lenguaje popular como una bruja, de hecho, para los niños de aquel reino ya no existe el hombre del saco: existe la bruja Morgana.
Pero ella, de vez en cuando, en las noches de luna llena, se mira al espejo y sigue pensando que aún es la más bella del reino: tiene soledad, pero le sobran palabras.
P.D.: Y cuando la soledad la vence, alimenta sus delirios con los versos de un príncipe que se empeñó en ser sapo y acabó siendo poeta:
Dices que te hago daño,
¿es que no entiendes que te extraño a mi manera?
Dijiste que nunca mintiera,
que dijera la verdad aunque duela
¿Por qué me miras de esa manera?
Después te fuiste y “adiós muy buenas”
Hoy noto que no,
que no me da la gana, yo la vida doy por saber
si un mundo mejor esta esperándome mañana
¡UF! Cuantas cosas en tan poco espacio. Me gusta la nueva perspectiva de Morgana. Hay mucho, pero que mucho de eso. Hoy Morgana sería un marginada, quizás ayer también. ¿El rey Arturo? Poco más que un director de empresa, poco más, intrasdencente.
ResponderEliminarMe voy a tomar en serio Extremoduro. Y es que en este desierto, cualquier música de verdad es bienvenida-
Sobre fútbol. Empiezo a estar preocupado. Bueno, hace años que estoy preocupado. En un país que debe reinventarse, las mayorías se empeñan en restar. Maravilloso.
Saludos. ¡Qué no nos coman el coco! ¡Es una cortina de humo gigantesca, colosal!
Morgana... con su soledad y sus palabras. Quizá una privilegida, aunque marginada. Quién sabe.
ResponderEliminarExtremoduro... yo llevo tomándomelo en serio años. Y son geniales. Me encanta. Roberto Iniesta es un genio. Escucha esa canción, a ver qué te parece
Bs.
Y no, no nos dejemos engañar.
Viva la bruja Morgana que regala palabras!
ResponderEliminarUna que también está harta de bodas, de príncipes y princesas calladas y sumisas.
Besitossssss
Sólo hay que aguantar con paciencia el ostracismo, Dona.
ResponderEliminarUn saludo y gracias
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