El blog de Luisa Tomás
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miércoles, 26 de enero de 2011
Batiburrillo pero, sobre todo, ORGULLO PASTOR
Aunque pueda parecer lejano, por las formas y las circunstancias, ella estaba recordando los años ochenta. Y no, no es que fuera una nostálgica, ni mucho menos, pero una vida sin recuerdos es menos vida.
Cuando tenía diez años, la familia se fue con el padre, por primera vez, a una zona de cortijos entre Ciudad Real y Jaén. Campesinos, su tradición era la de los pastores trashumantes de las sierras. El padre, hasta entonces, había ido solo, con otros pastores, el ato y los caballos. El primer invierno que ella recordaba en aquellas casonas en mitad del llano, era de color rojizo y apacible. En una casa pequeña, pero altiva. Sin agua ni luz eléctrica. Las noches, que transcurrían al calor de la lumbre, se iluminaban con aquellos míticos "camping gas" azules y la visita de otros pastores y amigos.
Tenían un casette que el padrino de de la pequeña le había traído a la madre –eran íntimos amigos– de Canarias, cuando estaba haciendo la mili. Gracias a él, los padres escuchaban la radio y los chicos los 40 principales. También ponían cintas, de las grabadas. El padre compraba las pilas a kilos en la tienda del pueblo. No tenían tele, claro. No había luz eléctrica en aquellas soledades manchegas. Tampoco la echaban de menos.
Un lunes, yendo al colegio, todas las chicas cantaban en el autobús y luego en el recreo "la vida es una tómbola, tom-tom- tómbola de luz y de color". Y ella no sabía lo que era, pero le parecía absurdo y ridículo, aunque no sabía verbalizarlo, ni "intelectualizarlo". Pero sí sentía que aquello no iba con ella. No sabía por qué. Ahora sí. Lo ha sabido hoy.
En el autobús del colegio solía estar callada. Los dos conductores que tuvo en aquellos años de infancia, Jesús y Maxi, la querían mucho. Era buena y estaba muy bien educada. Nunca daba guerra. En el colegio despuntaba: era una de las listas. Tenía inteligencia y vivacidad. Era trabajadora y responsable. Los profesores la querían y aún la recuerdan 24 años después.
Pero todas seguían cantando la puta "la vida es una tómbola, tom-tom- tómbola de luz y de color".
Ya curiosa, preguntó: ¿Pero qué es eso?
Y todas dijeron: ¿Pero no la viste? Qué fuerte. ¿Y por qué no la viste? Dios, qué fuerte. Es de la película de Marisol que pusieron el sábado. ¿Y por qué no la viste?
Encogió los hombros y dijo: No tengo tele. Ni luz. En el cortijo en el que vivimos este invierno no hay luz eléctrica.
Cuchicheos, risas y "la hija del pastor no tiene tele".
Curiosamente, a pesar de tener 10 años y de la crueldad de las chicas al cuchichear y reírse, no se sentía mal. Al contrario, se sentía bien. No sabía por qué. No las sentía mejores por eso, ni distintas, ni más importantes. Ni más listas. Consideraba que las ovejas del rebaño de su padre iban mucho más a su bola que sus propias compañeras de clase. Ella se sentía bien en su vacío de televisión, en el rechazo que eso suscitaba, en esa soledad tan agradable. Tenía una especie de regusto dulce y un orgullo indescriptible. Orgullo pastor.
Su vida hoy no es mejor ni peor, pero sí es distinta, quizá porque los sábados, en vez de ver la película de Marisol, se iba con su padre en la moto, desde el cortijo al pueblo, a comprar pilas y chucherías. O porque, sin tele ni maldita la falta, pasaba horas haciendo un nido con su hermana, que entonces tenía cuatro años, y lo escondía en un arbusto junto al pozo en el que lavaba su madre, con la esperanza de que algún día algún pájaro anidara allí. Y tuviera polluelos. Nunca anidó nadie, pero su hermana y ella lo miraban todos los días, lo adornaban y lo hacían cada vez más grande, con juncos y flores.
Aquel año salió un disco que marcó su vida: Burning en directo. Y su hermano, que se debatía entre la inmadurez de la adolescencia y las ansias de ser un hombre, se pidió una chupa de cuero. Nunca vieron una película de Marisol, pero sí daban vueltas sin parar al enorme botón de aquel trasto a pilas hasta que en algún dial sonaba una canción del dichoso disco. Luego, por Navidad, la hermana mayor, que ya había volado del nido, lo compró. Y el "Qué hace una chica como tú en un sitio como éste" los acompañó y acompaña a todos ellos aún algunos días.
Que por qué me he acordado hoy de esto. Porque alguien de mi curro lleva de sintonía del móvil "la vida es una tómbola". Al oírlo, he pensado, "¿pero qué hace una chica como tú en un sitio como éste?". He sonreído, me he puesto un café y he vuelto a sentirme orgullosa de ser lo que soy, de las raíces y las alas. De mi orgullo pastor.
Y aunque ya no haya trashumantes y por los llanos manchegos los cortijos estén hundidos y por las sierras no quede más pastor que aquel del monumento que hay según se sube al pueblo y que mira, nostálgico y pétreo, a la cañada real, ya en desuso; y aunque la vida nos haya hecho trashumar a otros lugares, con luz y sin lumbre, aún somos unos cuantos los que podemos contemplar las veredas y reconocer en ellas las pisadas de los hombres que nos dieron la vida. Sí, y también el frío y la intemperie. El trabajo y el dolor. El sol, el pan. Y escuchar el silbido, el ladrido, los cencerros, el truco y el cañón retumbando en los montes. Y es que lo nuestro, queridos, es orgullo. Orgullo pastor.
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Qué manera de llorar...
ResponderEliminarOrgullo, ante todo éso, orgullo pastor.
Que no nos falte nunca.
Me pienso hacer una camiseta: ORGULLO PASTOR. Lo vaticinó Vicente C. un día en nuestro pueblo, tomando una cerveza. Dijo: "Ramón, si esto sigue así, en diez años el único pastor que queda es el que hay en al carretera, según se sube al pueblo. Nos están haciendo la vida imposible". Y así es.
ResponderEliminarYa lo has visto. En fin. Una pena
Y tanto. Los montes se quedan sin ovejas y los pastores sin su vida. No sé de dónde vamos a sacar la comida de aquí a unos años.
ResponderEliminarVamos para atrás. Una pena inmensa.
Mi abuelo era pastor. Juer, cuantos recuerdos me has traído, distintos, pero que más da eso. Jo, gracias. ese mundo tiene cosas crudas y tristes, pero hoy resuena mucho más auténtico, aunque quizá me ciegue un recuerdo borroso y lejano, la verdad es que nunca lo pude ver con más madurez. Pero al niño que era le encantaba :D
ResponderEliminarNunca dudé de que estuvieras genial, pero me alegra que te sientas así ;P Un saludo.
A nadie parece importarle demasiado. Al pequeño propietario rural le han exigido tanto, le han apretado tanto, que ha tenido que vender. Tanto trabajo para cobrar tan poco. Diferencia brutal entre el precio del mercado y el precio al que se compra al productor. Los corderos regalados. Una mierda. En eso estamos convirtiendo el mundo, en una mierda. Y así nos va
ResponderEliminarExplorador, qué majo. Sí, la vida de los pastores es ya sólo un recuerdo. Una pena. Y sí, era auténtica. Dura y cruda, pero auténtica. También es duro e insano levantarse todos los días, comerse un atasco, trabajar para otros y pagar intereses a los bancos y cada día más impuestos. Lo dicho: la vida, aunque me encanta y la disfruto, debería ser mejor. En nuestras manos está.
ResponderEliminarOjalá estemos en el camino y lo consigamos.
Un abrazo, con todo mi orgullo pastor
Y qué bonita te ha quedado la revindicación de los orígenes. Y sí hay un punto nostálgico en todo eso, la descripción de ese pequeño paraíso, ese rincón al que puedes viajar en cualquier momento, ese sitio para decir, sí vale la pena.
ResponderEliminarLa tele, la máquina de destrucción masiva. De palabras y conversaciones. Aunque tenga cosas buenas, también.
Así que eras una de las listas de la clase, ehhh, vaya vaya. Ahí has mostrado un punto flaco por el que te atacaré. Ñe.ñe.
Bonito, tierno, precioso viaje. No sé van a decir los niños de sus infancias, hoy. La tele...
¡Igor! Sí, era una de las listas, no de las empollonas. Que no tiene nada que ver.
ResponderEliminarY sí, mi infancia fue muy feliz. No soy nada nostálgica. Afortunadamente, a día de hoy, estoy contenta y satisfecha, pero parte de ese contento y satisfacción creo que se debe a que tuve una crianza sana y desacomplejada, libre y feliz.
No hice judo ni ballet ni nada de eso, pero jugué muchísimo, tanto en el pueblo como en los cortijos, cuando trashumábamos.
Ya no tenemos ganado. Mi padre vendió y se jubiló, pero, por lo que sea, a veces se echa de menos aquella vida. Bueno, no es echar de menos, es mirar hacia atrás y reconocer en ella cosas muy positivas.
¿La tele? Sólo la pongo para ver series que compro (me gustan demasiado mis series –Sopranos, Mad Men, Perdidos...– como para que me las joda la publicidad).
Y bueno, si lo de la "listita de la clase" te da pie a meterte conmigo... ¡adelante! Estoy preparada para la batalla verbal.
Un abrazo
Hermoso y sentido relato, compa Luisa; al principio, pensé que se trataba de una ficción, pero ya he podido comprobar, según avanzaba, que se trataba de una vivencia personal, y la transmites con una intensidad y un cariño inmensos. Supongo que el paso del tiempo deja el poso de los aspectos más entrañables de la experiencia, y soslaya un poco los elementos más duros (que vaya si los debe tener una vida de tanta exigencia y privación material), pero, hecha la valoración global, si para tí era una opción preferible, no puedo objetar nada al respecto (porque no lo he vivido, claro...).
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y seguimos trasteando.
Amiga “Luisa Tomás”, querida amiga, hace unos días, después de leer la felicitación de cumpleaños a tu sobrino, me disponía a escribirte unas letras cuando llegó alguien que me distrajo y lo impidió. Quería decirte que lo más que sé en esta vida es guardar ovejas y leer y que, si no me falla el instinto, aquellas palabras, además de escritas con el corazón, formaban parte de la verdadera literatura, de la literatura con mayúsculas. Es de lo mejor que he leído en los últimos tiempos.
ResponderEliminarBueno, amiga, te ha pasado lo mismo que al viejo Proust y, como sucede en el último libro de “En busca del tiempo perdido”, has recobrado los recuerdos de un tiempo en el que tuvimos la dicha de convivir. Sin duda fueron tiempos felices y, de alguna manera que se nos escapa, han conformado nuestro devenir posterior. En aquellos años nació la amistad entre nuestras familias, amistad que no necesita ser presencial ni empalagosa para que los lazos sean fuertes e indestructibles. La falta de modernidades en los cortijos jamás ha sido un problema, siempre que hubiera un libro a mano y la compañía de personas maravillosas con las que poder conversar. Si lo pensamos bien, hasta hace menos de cien años nadie veía la tele ni disfrutaba o sufría todas estas modernidades del internet y tantas cosas como hay hoy.
Me animo a escribir porque quiero que sepas que algunos aún estamos al pie del cañón, que amanecemos en la majada como hemos hecho siempre y que nuestra vida, al menos en ese aspecto, apenas si ha variado en el último medio siglo y, si no fuera por la maldita burocracia y por unas cuantas estupideces de estos tiempos, aun quedaría lugar para la felicidad en los campos. Si tuviera una segunda vida no querría hacer otra cosa que ser pastor, sinceramente.
Un saludo un abrazo y un beso y…
Vaya, has llegado llegar hasta mi corazón (tan ROJIblanco)
ResponderEliminarYo también vengo de familia de pastores, de Jaén, para más señas. He escuchado directamente de la boca de los protagonistas cómo cruzaban Sierra Morena camino de La Mancha sin más compañía que su ato y el perro, y de como al llegar la noche les tocaba dormir al raso envueltos en una manta al cobijo de un chaparro.
Precioso post, y el de tu sobri también, da gusto pasarse por aquí un rato.
Manuel, nuestra vida entonces era buena. Y así la recuerdo, con infinito cariño.
ResponderEliminarQuerido amigo "Anónimo", leerte aquí es la más grata sorpresa que he podido recibir últimamente. Sé de ti, y sé que sigues al pie del cañón. Hermoso oficio el de cuidar ovejas. Y sé que sigues con tus lecturas y tus trajines. Es cierto que estamos unidos por unos lazos bien fuertes que nacieron, en parte, en aquella convivencia tan próxima y carente de banalidades y adornos. Tengo ganas de veros y, si para algo sirve precisamente Internet, es para volver a encontrarnos, aunque nunca nos hayamos perdido.
ResponderEliminarEl año pasado volví por aquellas tierras: ver la casa de Mirones tan abandonada me partió el corazón. He prometido llevar a mis padres esta primavera. Estaría bien organizarlo y vernos por allí. Y si no por arriba, por nuestras sierras, que por algo somos montaraces, y celebrar que es precisamente la tierra lo que nos ha unido.
Me ha hecho muchísima ilusión leerte por aquí, y espero que no pase mucho más tiempo sin poder darte un abrazo.
Mientras, ya sabes: Orgullo pastor. Tú lo llevas como nadie.
JuanjoML, el gusto es mío al saber que pasas por aquí y te gusta y distrae este humilde blog, que, aunque vikingo, se siente orgulloso de tenerte por aquí, querido amigo rojiblanco.
ResponderEliminarAbrazos