
Cuando una regresa de Egipto, lo único que quiere es volver. Es un lugar alucinante. Eso sí, en Egipto, como turista, haces un tour de lo más profiláctico. Te venden historia, belleza, faraones y, sobre todo, seguridad. Nadie te roba, nadie te hace nada. La falsa seguridad de las dictaduras (aquí venían las suecas, les vendían algo parecido). En El Cairo, nuestros compañeros de viaje optaban por el hotel, una vez terminadas las visitas: piscina y cervecita. Nosotras no: es más, optábamos por todo lo contrario. Eso, unido a una hermana que habla árabe y a la rapidez con la que nos ganamos la simpatía y la amistad –que aún dura y permanecerá siempre– del guía, nos abrió las puertas de la verdadera realidad del país: trabajo infantil, niñas descalzas buscando entre la basura, durmiendo en la calle, una falta absoluta de libertad, miseria, miedo, ninguna prestación social...
Y vuelves a España y lo único que quieres es regresar. Y regresas. Y esta vez te llevas a tu sobrina de quince años y a una amiga y el viaje es mucho más real: ya hay amigos en Egipto que te llevan por donde no te lleva el "tour" oficial. La experiencia es genial y la sensación de que algo tiene que cambiar crece. Y vuelves a España y quieres regresar y resulta que ahora parece que la próxima vez que vuelva ya no estará Mubarak: Insha'Allah.
Dadas las circunstancias, hay quien bromea y dice: pasaste varias veces por Túnez y se lió, fuiste dos veces a Egipto y mira la que se ha liado. El sábado regreso a Marruecos. Será mi segunda incursión. No digo cuál es mi deseo. Pero lo dejo caer: como va a caer Mubarak.
Egipto es un sitio alucinante, y los egipcios son maravillosos: amables, hospitalarios y educados. No sólo me alegro –como me alegré de lo de Túnez– de la revuelta, sino que cuando veo las imágenes siento que me gustaría estar allí con ellos. Y que me duele hondamente la pasividad con la que Europa y el mundo contemplan la represión con la que se intenta sofocar la rebelión –es la misma pasividad con la que se han contemplado las décadas de feroz dictadura–. Me duele que haya quien piense que no merecen democracia por si acaso asoma por ahí el temido fantasma del islamismo. También que ayer no fuéramos más de 200 los que nos concentramos en Madrid para mostrar apoyo al pueblo egipcio –no quiero ni imaginarme el día que haya una manifestación antitaurina en la capital la de progresía que se amontonará– y que no hubiera ni una sola cara de esas que luego salen en las noticias.
A pesar de los pesares, vivo esta revuelta con esperanza. Los egipcios son valientes y la ferocidad del brazo represor no va a detenerlos –van más de cien muertos, están echando a los corresponsales... y nuestra ministra de Exteriores tomando cañas por La Latina cual jovencita despreocupada–. Caerá el tirano y vivirán para contarlo.
Hasta ahora, había sentido que la primavera llegaba cuando iba a la primera corrida de toros de la temporada, dejaban de apetecerme las mandarinas o compraba el primer kilo de fresas. Este año, aun con un frío helador, la primavera recorre el mundo. Empezó en Túnez, siguió en Egipto y parece querer extenderse por aquellos países que estaban condenados a vivir en el oscuro invierno. Insha'Allah.
P.D.: Sister, corrígeme el Insha'Allah si no está bien escrito.
P.D.2: No voy a ilustrar el post con una foto mía en Egipto. Todo el blog está ilustrado con una foto mía en Egipto: la de los pies es una especie de "autorretrato" en una jaima de pega que había en el hotel de El Cairo en el que estuve la segunda vez.
P.D.3.: Pongo una foto del Nilo, la vida que recorre Egipto.