Nunca he querido saber, pero ya he sabido, que ni el tiempo ni la vida perdonan. Y aunque el tiempo no pasa de ser una convención, un círculo insensato que nos mata y nos devuelve a la esencia, la vida es esa pequeña zorra que te da tanto placer como pena. Más la segunda que el primero, si acaso el uno fuera posible sin la otra. Y viceversa. Y pasa, y queda. Pero sobre todo pasa. Y sobre todo queda. No hay vida sin recuerdos, y por eso, me dijo un querido amigo, no hay nada más terrible que el alzheimer; morir sin rastro de lo que fuimos, sin recordar la cara de los que nos amaron, el rostro terrible de los que nos hirieron. Sin huellas del amor ni de venganza. Sin tan siquiera odio por el puñal helado de los que nos vendieron por 30 pobres monedas y no tuvieron la dignidad de dejar caer su cuerpo en una higuera, el cuello quebrado por la soga certera. Justicia bíblica para el traidor.
Nunca he querido vivir, ni he vivido, de recuerdos. No alimenta mi desalentada alma el recuerdo de mi padre, porque él vive en mí, que nací de sus huesos y de su amor. En mi forma de mirar, dice mi madre. En la forma de sentir, digo yo. Porque creo sentir como él sentía: con devoción y verdad, de la que duele. De la que mata. Por eso somos difíciles, en el fondo tan sencillos. No necesito recuerdos porque no olvido; y él vive en mí y en los míos, que somos todos suyos, en cada gesto y en cada paso. Y también en el duelo que me ahoga. Porque, aunque él no quiera este dolor, no vence aún mi malherido corazón la tentación de rendirse desasosegado por la falta de su abrazo, por un silencio que todo lo puebla. Se llevó intactos sus recuerdos, todos buenos, por su obra y por su gracia; todo bondad, pura alegría. Qué dicha la suya, qué vida tan feliz y plena. Qué muerte tan plácida y serena, qué gozo el suyo sentir nuestro amor hasta expirar.
Nunca he querido tener, ni he tenido, añoranza del pasado. La vida es sólo presente, ni siquiera hay futuro. Pero ahora que conozco la vida en toda su plenitud, con el golpe por la muerte, con el acecho constante de la pérdida, he entendido por qué llevo días escuchando sólo canciones de entonces. No porque entonces, cuando esta canción cerraba nuestras madrugadas de juerga, fuéramos jóvenes; o porque nos divirtiéramos más, a golpe de JB o ponche-cocacola. No escucho canciones de entonces ni siquiera porque sean mejores que las de ahora. Escucho las canciones que escuchábamos entonces porque entonces aún no conocíamos la pena. Bendita ignorancia.
El blog de Luisa Tomás
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sábado, 25 de julio de 2015
Canciones de entonces
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