Es la falta de tiempo, y de ánimo. Y que ando a otras cosas; de ahí el semiabandono del blog. Es una pátina de octubre que está cubriendo mayo.
Pero la vida siempre gana, y tiene que ser el mismísimo Javier Salamanca el que me dé un toque en Twitter diciendo que dónde anda mi morantismo. Pues dónde va a andar, en el corazón. Y si mañana nada lo impide –ojalá sea así–, estaré con el morantismo en to lo alto, porque el morantismo mantiene la ilusión, y no debemos perderla.
Y, como no tengo tiempo de na, recupero la entrada que escribí a estas alturas del año pasado.
Decálogo del buen morantista
Hoy, a pulso, sin pensarlo mucho, voy a desbocar mi ego para que se regodee, goce y hocique en el morantismo. Nada de lo que aquí quede plasmado será fruto de las cábalas ni el raciocinio, sino todo lo contrario. Está escrito a sangre y corazón. Porque los morantistas no somos de Ponce, somos de Morante.
1. El morantista nunca sale triste después de ver a Morante, aunque la tarde haya sido un escándalo. Un morantista sabe que cada tarde que pasa es una menos que queda para llegar al momento extático, a la cima, al colmo, a la exageración, al delirio, a la locura. A la belleza.
2. Si torea Morante, el morantista no camina: levita. En el trabajo, piensa en Morante, en el coche, piensa en Morante. Y, por supuesto, no va a la plaza vestido como el que va a comprar el pan. No. Un morantista se viste de domingo para ver a Morante. Porque es Morante.
3. Dos o tres días antes de que venga Morante, uno escucha sólo canciones grandilocuentes. Nada de drogas, ni de sexo ni de r'n'r. Nada de grunges decadentes. Nada de cantautores moñas. No, si viene Morante uno pone a toda hostia en el coche la USB de copla que anda por ahí escondida de esos viajes en los que llevas a tu tía al pueblo (literal). Y cuando la pone, se da cuenta de que la copla, si viene Morante, suena épica. Y los arreglos se le antojan una banda sonora mala de película de romanos de los años sesenta. Pero se deja la puta vida cantando por la Piquer... "amante de abril y mayo, moreno de mi pasión"... Y en los semáforos la gente te mira como si estuvieras como una cabra. ¿Y qué más da? Mañana viene Morante.
4. A un buen morantista le pasan cosas importantes cuando torea Morante: o lo besan o lo buscan o lo llaman o lo dejan. O lo seducen o se rinde o se entrega o enloquece o aplaude. O todo a la vez. Y lo riega con vino. Porque torea Morante. Es decir, que tal día como hoy hace un año. Y toreaba Morante.
5. El morantista siempre tiene excusas y argumentos. Si Morante no tiene el día o no la hace o no está o no quiere verlo, seguros estamos de que sus razones tendrá. Y si no las tiene, nos las inventamos. Que para eso somos morantistas y dejamos volar la mente y los sueños.
6. Un morantista es de natural alegre. Y si alguien le nombra a su torero, esboza una sonrisa que a algunos se les antoja tierna y a otros engreída, pero que vale más que mil palabras porque se la provoca Morante.
7. Los fieles al morantismo contamos con detractores, algunos, quizá, por exceso de sesera y otros por defecto. Gente, la mayoría, con tendencia al gris y al enfurruñamiento. Un morantista sabe que será motivo de sornas, que oirá insultos hacia su persona y hacia la de su torero, pero lejos de dejarse arrastrar por esa abulia y ese dolor y ese espanto, se entrega terrible al orgullo morantista, fingiendo sordera o desinterés. O ambas cosas, como hace Morante.
8. A un morantista se le clava un puñal en el pecho cuando lee o escucha "El gordete de La Puebla", "Engordante de La Puebla", "Mangante de La Puebla" y otras palabras de pésimo gusto y nula inspiración. Insultos baratos. Bazofia de mercadillo. Y aunque el morantista tiende a la calma, su espíritu se revuelve virulento contra tales insidias. Vamos, que un Ultrasur mosqueado el día del Alcorconazo no tiene tan mala hostia. Pero el morantista se contiene, da una calada a su puro imaginario y dice para sí "qué más da, si yo soy de Morante".
9. A Morante, cuando no está, se le espera. Y el morantismo no es impedimento para disfrutar de otros goces, otros pases, otras gracias. Que somos también del que la hace, sí, pero cuando la hace Morante, la alegría nos lleva al infarto. Y si uno se tiene que morir, se muere. Qué mejor forma que viendo a Morante.
10. Uno cree en Morante como cuando de niño creía en Melchor y en Gaspar y en Baltasar, como un portador de sueños, como el dueño de la magia, el que se guía por las estrellas, el que busca la luz, el que camina hacia el día. Y ese día llegará. Prometo estar para verlo.
P.D.: Por cierto, Morante, después de las tardecitas que nos das, el próximo día, es decir, mañana, va a ir a verte tu madre. Y Yo.
P. D.(2): La foto es del siempre extraordinario Juan Pelegrín.
El blog de Luisa Tomás
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