El blog de Luisa Tomás

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viernes, 14 de marzo de 2014

Flores amarillas


8 de febrero de 1955. Diario de Mariano Barral, maestro de escuela.
“En las frías noches de invierno como ésta, cuando el sueño y el desvelo se abrazan, y el viento baja furioso de los montes, me pregunto qué será de Juan cuando Benita y yo faltemos. Quién mirará por él cuando las tormentas de verano golpeen los terrones de nuestras pobres tumbas y arrastren la arena lavada hacia la vereda.
Sólo Dios y yo sabemos del nudo que aprieta mi garganta cuando la chiquillería invade las calles del pueblo con sus gritos y sus juegos, al salir de la escuela, y mi Juan se queda sentado en la ventana, abrazado a su chaqueta, esperando que yo cierre la puerta del colegio para regresar a casa prendido de mi mano. Son esos atardeceres rojizos, con el cielo acariciando las montañas con delicadas nubes de fuego, y el alegre eco de los demás niños, los que más congoja y pesar me producen.
En primavera, a Juan le gusta que nos paremos por el camino a coger flores. Le encantan las amarillas. Despreocupado y feliz, tira su cartera al suelo y las busca con empeño. Corta sus tallos con cariño y las va abrazando con su mano, regordeta, hasta formar un ramillete que arroja sobre el regazo de su madre cuando llegamos y ella está esperando sentada en los escalones de nuestra puerta. Ése es mi momento favorito del día. Y de la vida: sus dos risas confundidas salpicadas de flores amarillas, como gotas de sol.
Ni me quejo ni le reprocho al destino que nuestro hijo sea distinto. Y mi Benita y yo lo amamos como sólo los padres saben amar. Tampoco me enfado cuando de la desatada boca de los muchachos del pueblo nace alguna sorna porque mi Juan no corre como ellos, no habla como ellos, no crece como ellos, no mira como ellos; la pubertad tiene esa insolencia que hay que saber perdonar.
Lo que de verdad inquieta mi agotado corazón es pensar en el mañana, en cómo va a tratar a mi hijo este mundo incierto, tan gris, tan desolado. Quién le ayudará a comer, quién despertará su inocente sonrisa. Quién aliviará sus pesadillas, ahuyentará sus miedos. Quién lo cogerá de la mano cuando el ocaso asesine inclemente al día”.

4 de abril de 1995

Ese día, después del desayuno, tocaba excursión por la sierra. Todo el grupo de internos de la residencia que tiene la fundación en la capital de provincia estaba entusiasmado. El autobús era una algarabía de cantos y bromas a las que el conductor y los monitores, Jesús y Ana, respondían con desenfado. Pero algo los preocupaba: el silencio de Juan Barral, quien, al llegar al pueblo, echó a andar sin más.
A una distancia prudencial, Ana seguía el paso decidido de Juan, que, despreocupado y feliz, como un muchacho, empezó a arrancar flores amarillas hasta formar dos ramilletes.
El hombre caminó hasta llegar al cerro que vigila al pueblo en el lado oeste y cuya cumbre corona el cementerio. Juan abrió las puertas, herrumbrosas y solas, y caminó hacia dos montoncitos de tierra que se elevaban al fondo sin más adorno que dos cruces con los nombres de Benita Moratín y Mariano Barral.
La tierra que cubría el cuerpo inerte de sus padres, la misma que lo vio nacer, recogió agradecida las flores amarillas de Juan y sus lágrimas, acompañadas por las de una desconsolada y emocionada Ana.







Dedicado a todos los que hacen del mundo un lugar mejor, a las flores amarillas.






2 comentarios:

  1. Jo, pues a mí me ha flipado. Sobre todo la primera parte, con esos cielos helados y rojos cerniéndose sobre el padre angustiado por el futuro del hijo. Y la metáfora de las flores amarillas. Preciosa. Pocas Benitas y pocos Marianos. Demasiado pocos.
    Besos.

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  2. Esta historia tiene mucho peso. Me ha emocionado.

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