El blog de Luisa Tomás

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lunes, 18 de noviembre de 2013

Alhajita

"No sé si alguien se ha parado a pensar en lo chula que es la canción de "Alhajita" de Quique y lo bien que la canta. Vamos, que voy llorando". He recibido este mensaje hace un rato. Lo encontré al subir de pilates. Me lo ha mandado mi hermana. Y por alguna razón que no alcanzo a explicar ni quiero, las lágrimas de mi hermana me conmueven como pocas cosas en este mundo. Me conmueven porque ella y yo sabemos -porque las dos somos "muy de Gandalf"- que no todas las lágrimas son amargas. Hay un llanto emocionado que puede nacer de un gesto, de una canción. Y no es, ni de lejos, un llanto de pena. Tampoco de alegría exactamente. Es una cosa que se pega a la piel y la estremece. No se sabe bien por qué. Pero de repente lloras.

No todos los que nos rodean son capaces de soportar este "exceso de sensibilidad" y aunque reconozco que, a veces, el sentirme incomprendida por la hipersensibilidad me ha generado dolor, no pienso renunciar a ella.

Es curioso comprobar cómo esta llorera tan sentida tiene algo de genético y hasta de gemelar. No porque mi hermana y yo seamos gemelas (que podríamos, pero le gano en edad), sino porque nos pasan cosas parecidas al mismo tiempo. Al subir de pilates, me he encontrado este mensaje en el móvil. Mientras mi hermana lloraba escuchando a Quique en el autobús, yo había llorado en el gimnasio. No, no es que mi nuevo profesor sea el Sargento de Hierro, no. Es que ha decidido dedicar los últimos diez minutos a relajación-meditación. Él hablaba, con las luces apagadas y una tenue música de fondo, y, tras la correspondiente charla respiratoria, ha dicho: "Para terminar, recordad algo que os haga felices. Así, cuando encienda la luz, os veré a todas con una sonrisa. Recordad una imagen que os guste, que os ponga contentas". En mi cabeza se disparó un interruptor que trajo la cara de mi padre después de ver torear a José Tomás. Y, tirada en la colchoneta, envuelta en un sudor que ha empezado a quedarse frío, he llorado. Y he tenido que arrancarme las lágrimas a manotazos antes de que las luces me delataran.

Que por qué lloramos a la vez las dos en sitios distintos y por cosas tan dispares. Pues no lo sé. Aunque quizá las cosas no sean tan dispares entre sí: quizá esas lágrimas sólo sean el gesto que anuncia lo mucho que nos gusta sentir.

A José Tomás no sé lo que falta para verlo. A papi, casi nada. A Quique... de momento lo pongo por aquí. Con tu canción, "Alhajita" (valga la redundancia). Una de las mejores, sin duda.

Y por qué he escrito esto. Pues no sé bien. Se me ha ocurrido mientras se hace la dorada el horno y me tomo un vino esperando que empiece "Isabel". Lo escribo a pulso, sin pensar y tecleando con emoción. Por las cosas que emocionan vale la pena vivir.


3 comentarios:

  1. Joé, buena reflexión. (mira que llorar por un torero... Pero lo entiendo, como el que observa algo sublime). ¿Podría ser que lloraras por desbordamiento? ¿Por algo que supera tu control? Como en el caso de Tomás, o de algo en la vida que se escapa, te pasa por encima y no puedes hacer nada.
    La dorada y el vino. Qué gran remedio ante los avatares de la vida.
    Besos.

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  2. No todas las lágrimas son amargas ciertamente. Mil gracias por un post que ha hecho que asomen unas lágrimas en esta simple y llana mañana de martes. Qué grande eres, Luisa.

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  3. Sentir ese pinchacito en el alma... Con la edad empeora. Cuanto más llenamos ese alma de vivencias, más lloramos.

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