El blog de Luisa Tomás

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jueves, 10 de octubre de 2013

Delito

Llevaba un tiempo sin ver a la prima Milagros. Pero el entierro de mi tía Juana, su madre, volvió a cruzar nuestras vidas. A pesar de las circunstancias y el ambiente (con el componente de drama que siempre tienen los funerales en el pueblo), el renovado aspecto de mi prima, la recatada, la pobre mojigata, la gordita del pueblo, me impactó. Y hasta me gustó.

La tía Juana enviudó siendo joven y Milagros había sido la única compañía de su madre, que la sometió a una durísima disciplina: nada de salir, nada de bares, nada de chicos, nada de ir al instituto a la ciudad, nada de nada de nada. Vida austera. Casi ermitaña. Recogimiento, costura y limpieza: un día los cristales, otro las cortinas... Con la única ilusión que le despertaban los artificiales galanes de las telenovelas de sobremesa y la única sexualidad clandestina y solitaria –que a ella se le antojaba pecaminosa– de soñar con ellos en la desolada blancura encalada de su cuarto. Y así durante años. Los años que había durado la juventud de Milagros, quien ahora contaba ya con una cifra cercana a los 40.

Milagros nunca había ido bien vestida, ni arreglada, ni había sido coqueta, pero aquel día, en el entierro de su madre, sobrecogió a todos con un imponente traje negro entallado, medias con costura, elevadísimos tacones, moño bajo adornado con peinetas y joyas. Muchas joyas.

El entierro pasó sin pena ni gloria. Pocas lágrimas. Poca gente. Ningún drama. A nadie del pueblo sorprendió que Juana, ya entrada en años, hubiera muerto apaciblemente en su cama, puesto que la habían visto ir degenerando en los últimos cuatro años, los mismos en los que su hija fue modelando su figura, sus maneras, su aspecto... y su vida, ya que hasta tenía carnet de conducir y coche propio. Además, según Josefa, la vecina, la existencia de Milagros había empezado a ser un misterio. A diario, Milagros dejaba en cama a su madre a las ocho de la tarde y con su coche se iba a la ciudad. Nadie sabía a qué.

Ese día, el mismo en que su madre había recibido cristiana sepultura, tras fingidos pésames y atender a familiares y falsos amigos, mi prima me dijo que tenía que irse a la ciudad y que, si quería, podía quedarme a dormir en el pueblo. Acepté la oferta con la única e insana intención de seguirla y saber qué secretos la envolvían.

Antes de llegar a la ciudad, un juego de luces mortecinas y bombillas, unas fundidas otras parpadeantes, rodeaban el nombre del "Club Sueños”. El intermitente del moderno utilitario de mi prima señaló que iba a tomar ese desvío. Dejé pasar el tiempo conveniente y, con un valor pudoroso y cierto nerviosismo, me atreví a entrar a aquel lóbrego local, con olor a whisky barato y pachulí. En él, Milagros, sobre un pequeño escenario, dejaba de ser la mujer que su madre había construido y cambiaba su nombre por el de “Delito”, toda una “mujer fatal” que se contoneaba con destreza y apenas ropa en torno a una barra vertical.

No me sorprendió: tanta represión había dado sus frutos.


Lo que sí me habría sorprendido, de haber llegado a saberlo, o siquiera a sospecharlo, es que fue la propia Milagros la que, gota a gota, fue envenenando –en cada amoroso puré que le preparó– la vida de su madre hasta verla expirar.

4 comentarios:

  1. Con los dientes afilados, ¡ñac! Me ha divertido este final en la zona de Delito. Ah. Y el arranque. El nudo. Toda esa perfecta, costumbrista y detallada vida que nos traes, la de dos mujeres que se escondían del mundo. ¡Tantas! Un retrato perfecto.
    Besos.

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  2. Extraños caminos. El egoísmo de la tía resultó ser socialmente aceptado. En cambio, la libertad de la hija discurrió por el delito. Mundo perverso.
    Está bien.

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  3. Me has llevado por el relato de una manera que, a pesar de imaginar el final, conseguiste que lo aparentemente conocido se tiñera de un color áspero y gratamente cambiante.
    A veces los padres pueden llegar a ser aunténticos castradores con la vida de sus hijos y éstos, en algún momento, toman caminos de liberación no siempre ortodoxos pero son los que les dejan.
    Besos con delito.

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  4. Cada dia me sorprendes mas, muy bonito relato y cuantas lecturas se pueden sacar de el,
    Aunque creo que Milagros, tampoco quiso ir por ningun camino malo,simplemente quiso vivir nuevas experiencias, ¿fueron acertadas? continuara.

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