El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

domingo, 11 de agosto de 2013

Cruela la Vil. Capítulo 1: ¿Por qué los hombres desayunan como niños?

Después de este fingido abandono. Después de esta pena, y este duelo, y este letargo, yo, Luisa Tomás, vuelvo ante ustedes, escasos pero selectísimos lectores, para presentarles a mi álter ego más histérico e hijo puta, Cruela la Vil.

No, no quedan atrás las princesas ni las brujas, los castillos ni las soledades, el desgarro amoroso incontenido, el lamento del corazón y el aullido al viento. No. Pero tira para adelante el sarcasmo y el humor de la mano de esta vampiresa urbana, diva de barrio, con la misma afición por el Moët que por las patatas bravas, en continuo debate entre el ser y el querer, entre la inteligencia y el latido.

Con ustedes, Cruela la Vil y sus pensares. Sobra decir que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia y que nadie se sienta aludido (y cito a Sabina), a mí las moralinas me hacen vomitar.


Cruela de Vil. Capítulo 1: ¿Por qué los hombres desayunan como niños?

Sí. Desayunan como niños. Y es en el desayuno donde realmente descubres lo que son y hasta dónde llegan. Es en esa hora desprotegida y cabrona, cuando se asoman los defectos y ya no hay cama ni seducción, donde se descubre al que tienes al lado. Y no, no vale de ejemplo un desayuno de sábado o domingo, ni de hotel ni hostias. Uno se destapa en el desayuno de pelea, en el del martes a las siete, lloviendo y con resaca. Cuando ha muerto la noche y el pavo real ya no expande su vanidoso ramaje, ése que le proporcionó el triunfo y la vuelta al ruedo. El desayuno de las prisas y "llego tarde al curro y encima tengo que hacerle café". Es esa hora inclemente la que descubre al ser masculino y singular.

No, no soy más lista que nadie. No ha sabido esto cuando he "estado metida en harina", sino a posteriori, observando, una vez rota la magia, el comportamiento del contrario. Basta remitirme a X, que Dios lo tenga en su gloria (es ironía. Ni ha muerto ni le deseo tal cosa). X odia el café. Yo lo adoro. Y le llamo X de ex. De eX con mayúscula. X tiene un despertar infantil y un desayuno poco conflictivo, como de programa de Eva Nasarre o de serie políticamente correcta. El café provocaría en las dulcísimas entrañas de X un sinfín de reacciones que dejarían en mantillas a Chernobil. O a Hiroshima. Porque X está como hecho de uva blanca y miel (joder, me ha salido un piropo, y no se lo merece). Y yo, es decir, Cruela la Vil, soy un puto zombi hasta que a mi pituitaria llega el apacible y humeante aroma de esa delicia de cuatro letras, con su tilde y todo, café.

X se despierta y le da al abdominal. Literal. Y al bíceps y a no sé cuántos músculos más. Y yo no. Yo me despierto (es un decir) y lo máximo que puedo hacer es mirar a X. Y, en algunos momentos, cuando yo pensaba que había amor, me ponía a su lado en el suelo, pero no para hacer oblicuos, no, ni mucho menos. Me ponía a su lado para darle un beso entre flexión y flexión y agradacerle infinito que me hubiera hecho café.

Y ahora, con la frialdad que da el paso del tiempo, miro hacia atrás y pienso que el café de X no era un acto de amor sino de supervivencia: "Alimentemos a la bestia y que se calle mientras yo le doy al fitness matutino". Porque sus mañanas y las mías no es que fueran parecidas, es que eran opuestas. Yo me habría metido una cafetera en vena mientras él habría ganado haciendo abdominales al mismísimo José María Aznar, que se los curra de puta madre (a mayor gozo de la alcaldesa de perlas, toda una señora de Valladolid residente en el Barrio de Salamanca, con su puerta de servicio y su traje azul marino y todos los etcéteras posibles). Imagino los pensamientos de X, mientras contaba respiraciones y dividía las calorías entre productos frescos de su propio huerto y pavo tan light que no tiene ni pavo, al verme pálida e impasible, abrazada a mi café (americano, sin azúcar y con chorro de leche FRÍA DESNATADA): "Tóxica de mierda". Y yo, que entonces lo veía todo por el opaco vidrio del amor, pensando que su café nacía de lo más hondo de su corazón. Y no. He sabido que aquello era sólo una convención maquillada con una leva pátina de ternura.

"Y". Y no como conjunción, sino como incógnita. "Y" desayuna café con leche entera caliente y moja galletas. Mi náusea es tremenda. "Y" y yo no nos queremos. Ni nos vemos. Ya ni nos llamamos. Sin dramas. Sin rupturas. Sin separaciones. Total, nunca nos juntamos demasiado. Era un experimento social, como "Gran Hermano". Con "Y" ni siquiera hubo pátina de ternura. "Y" le puso (cosa que yo no hice) algún interés a lo nuestro, pero también le puso azúcar al café. Vamos a ver, vamos a ver, vamos a ver. "Y" de los cojones. Americano sin azúcar y chorro de leche desnatada. ¿Qué es lo que no entiendes? La leche entera es algo como de los años ochenta, mojar galletas es para gente de doce años o de 90 y el azúcar es para niños gordos. Estaría bueno que después de este despropósito pretendieras un beso.

Tampoco hay que pasarse, a ver, que no quiero un Z que desayune café solo, dos cigarros y un chupito. No. Pero me niego a volver a considerar como digno de mi presencia a un hombre que no sepa hacerme el café o que el hecho de hacérmelo no le suponga un placer enorme, dado mi disfrute.
O mejor aún. La próxima vez (si la hay), no volveré a quedarme a dormir no sea que alguno me sorprenda sacando el bote de Cola-Cao. Y entonces ya, de verdad, que poto.



Por cierto, X, Y, Z... son seres ficticios. Que nadie piense por un momento que me sirve de musa. Eso sería mucho decir.






6 comentarios:

  1. He desayunado horchata, tostadas, zumo de naranja y una madalena. Lo que estará pensando Luisa de mí. Excelente narración. Y gracias por no fijarte cómo X ( o y o cualquier letra) utiliza el baño, habrías llegado a conclusiones más "cruelas".

    ResponderEliminar
  2. He desayunado horchata, tostadas, zumo de naranja y una madalena. Lo que estará pensando Luisa de mí. Excelente narración. Y gracias por no fijarte cómo X ( o y o cualquier letra) utiliza el baño, habrías llegado a conclusiones más "cruelas".

    ResponderEliminar
  3. Genial, Luisa. Cruela debería ser más activa para describir este mundo de grandes ególatras capaces de levanta pesas a las siete de la mañana con el fin de que los admiren y veneren.
    Café. El mejor invento en siglos. El "Y" a lo mejor es el más común. Los experimentos se multiplican.
    Besos.

    ResponderEliminar
  4. Me ha gustado mucho. Excelente descripción de
    la miseria masculina y matutina.
    Palabras como dardos fotográficos.
    Mario Coll

    ResponderEliminar
  5. Gracias, chicos. Veo que las féminas no se unen a mis lamentos. Será que están tan enamoradas de sus contrarios que no ven ni un solo defecto.
    ;)

    ResponderEliminar
  6. Por las mañanas hay que poner púas a la cama para no volver a ella. No están nuestros cuerpos como para dejar los hígados haciendo deporte.
    Pero, así es, muchos somos como niños. Bueno, lo somos directamente.

    ResponderEliminar