El frío y pálido acero atravesaba su pecho: era el recuerdo de su sonrisa.
La Bruja de las Palabras se había rendido. Ya no buscaba razones que explicaran su ausencia. Pero...
...pero ojalá se hubiera quedado más noches. Entonces ella le habría contado por qué a veces los atardeceres rojos le ponen triste.
Si hubieran tenido más mañanas, ella le habría contado por qué lloraba a veces dormida, cuando los sueños castigaban su corazón y su mente devolviéndole una imagen de niña abandonada a su suerte en la desolación de una habitación sin puertas ni ventanas y sin padres que la socorrieran ni abrazaran.
Si la vida les hubiese concedido más paseos, él habría entendido que la mirada de ella estaba atravesada por los poemas de Garcilaso y Juan Ramón. Y que compró cada vestido pensando en él.
Si le hubiese concedido más minutos...
...quizá él ahora sabría por qué a veces la ingenuidad y otras la picardía. Por qué dudó aquel día. Por qué escribió tal verso. Y por qué tanta imperfección, tanto borrón y tanta tinta.
Si no hubiera medido tanto las horas, ni los días.
Tanta fracción. Tanta parcela.
Si el reloj no hubiera pesado tanto...
...quizá habría descubierto que bajo esa maraña de letras y de emociones que era La Bruja de las Palabras había alguna que otra metáfora confundida en la que valía la pena quedarse un rato. Quizá, a veces, el tiempo mejor aprovechado es el que se pierde.
