El blog de Luisa Tomás

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miércoles, 8 de agosto de 2012

Cuando Sara conoció a Lucas



La primera vez que supo que algún día lo echaría de menos fue cuando lo oyó pronunciar la palabra “fagocitar”. Él era ese tipo de persona de quien ella jamás pensó enamorarse, alguien que habría pasado inadvertido a sus miradas y a sus solitarios pasos.

Lucas dedicaba su vida y su tiempo a la biología. Su aspecto se ajustaba a la perfección al de “científico gafapasta” de las películas que sólo habla de una cosa: biología. Sara, en cambio, llevaba más vida a sus espaldas, incluidos en su currículum varios y vanos intentos de convertirse en la chica del líder del barrio. Sara jamás habría mirado a Lucas, pero, al pronunciar la palabra “fagocitar”, su boca se le antojó caprichosa y dulce, como una palmerita de hojaldre.

Palabras como meiosis, mitosis y la propia “fagocitar” habían desaparecido del vocabulario de Sara desde hacía tres lustros, en el insitituto, donde, sin ser mala estudiante, había despuntado más por la búsqueda de su título: “chica de...”

Ahora, Sara, bien cumplidas las tres décadas, ofrecía una imagen de mujer fría y distante. Y, tras años de haber peleado con el resto de las chicas del barrio para ganar credibilidad, vivía refugiada en una soledad elegida que en absoluto presagiaba la atracción que le despertaba aquel chico de laboratorio en apariencia un tanto tímido, cortés y sensato.

Aquella noche, cuando Lucas dijo “fagocitar”, Sara habría vendido su alma al diablo por verlo perder los papeles al arrancarle el vestido, pero esas maneras comedidas de él le hacían pensar a ella que cualquier insinuación por su parte sería considerada por Lucas una indecencia.

Se fue a casa caminando sola, entre inquieta y satisfecha. La ciudad se abría generosa y cálida bajo sus pies. Y, sobre el ruido de cláxones y autobuses, en su mente palpitaba con fuerza la maldita palabra que sus generosos labios le habían regalado: "fagocitar".

El estómago de Sara era un despropósito de cerveza, pinchos baratos y emociones revueltas y encontradas. Se sentía rara, quizá madura por primera vez después de tantos años. Y, al fin, libre de los dimes y diretes del barrio: no tenía que complacer a nadie, no tenía que imponerse ni demostrar nada. No quería aplausos ni beneplácitos: sólo dejarse arrullar por la plácida mirada enmarcada por esas gafas de pasta. Morder su sonrisa. Oírlo decir "fagocitar".

Un gesto de él le bastaba para ser feliz. Y lo recibió en forma de sms: “Sara, dame una razón para no ir a tu casa y hacer una locura”. “No la tengo. Ven”.




P.D.: En la próxima entrega se ofrecerán a los escasos y selectísimos lectores de este blog los pensamientos de Lucas, sus emociones al conocer a Sara y otras perlas dignas de la psique masculina bajo el título "Cuando Lucas conoció a Sara".

P.D.2: En esta ocasión, Luisa Tomás ha tenido una ayudita, más bien "ayudaza", pero la mente "coautora" de este minirrelato se niega a firmar. Ni siquiera con seudónimo. Qué le vamos a hacer. Ya se sabe: libertad individual, felicidad colectiva. Besillo.

2 comentarios:

  1. Que dos mensajes más memorables. Y sí, quien nos iba a decir a veces de quien caeríamos prendados. Me ha gustado mucho. Enhorabuena. A ambas :)

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  2. Mmm. Dicen que el futuro es el trabajo en equipo. Me ha despertado la sonrisa aletargada por el calor tu relato de cuando Sara encontró a Mr. Fagocitar. Como se nota que amas las palabras.
    Bien, Sara llega, sorprendida a la antesala de la felicidad por esa ciudad que, de repente, es hermosa —que trozo tan bueno este—.
    Bien. Espero la otra cara. Y no, no son tan pocos y escasísimos los lectores, no.
    Besos.

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