El blog de Luisa Tomás

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jueves, 17 de mayo de 2012

La prima de riesgo. What A Wonderful World

El verano de 2012 se presentaba un tanto aciago. Aunque había terminado el curso con unas notas para enmarcar, el paro de su padre y la congelación del sueldo de su madre impedían que Roberto viajara por vacaciones a Estambul, tal como le había sido prometido al cumplir los 16. "Hijo, vendrán tiempos mejores", dijo su padre. Y se abrió otra cerveza.

El calor de Madrid en pleno agosto no ofrecía tregua. El asfalto fundía cada paso y la rutina dirigía sus pies de la biblioteca a la piscina municipal y desde allí al puesto de helados y luego a casa: largas noches de insomnio y sudor. A su ventana llegaban ecos de petardos y cohetes, agua, azucarillos y calimocho de la verbena de la Paloma. Un mosquito, que a él se le antojó gigante, se empeñó en estropearle la lectura. Cerró la novela. Se aburría.

"Hijo, papá y yo hemos pensado que te vayas unos días al pueblo, con los abuelos. Están también tus tíos. Allí, lo pasarás bien y podrás descansar, bañarte en el río. Y, sobre todo, dormir".

El viaje en autobús supuso un amasijo de sentimientos encontrados. Tenía un nudo en el estómago que intentaba paliar con Coca-Cola y patatas fritas mientras devoraba el paisaje a través de la ventana. Se sentía libre: viajaba solo. Pero la realidad le devolvía una verdad aplastante: viajaba solo, pero a 220 km de casa para irse a un pueblo de 700 habitantes donde lo más divertido que pasaba es que el autobús de línea, en el que él iba, llegara a la plaza y de él se bajaran tres o cuatro "forasteros".

Roberto no podía decir que el autobús fuera lo más cómodo o moderno del mundo, pero la sensación del sol atravesando el cristal y chocando contra el chorro del aire acondicionado que caía sobre su cabeza le producía cierto placer. En su iPod sonaban los Ramones y, al agacharse para coger otra Coca-Cola de la mochila, su vista se desvió hacia unas piernas blancas y jóvenes, de suave vello rubio, que estaban justo al otro lado del pasillo, en el asiento paralelo al suyo.

El sudor invadió su cuerpo y un cálido rubor pobló sus púberes mejillas, víctimas de un afeitado cruel y despiadado, precipitado, prematuro e inconsciente. Sus ojos recorrieron aquel regalo de la naturaleza de abajo hacia arriba, hasta el sutil límite de unos vaqueros deshilachados y cortados, no sin picardía, al filo de las ingles. La curiosidad pudo más que la timidez y Roberto ascendió el talle y el desafiante  e inocente pecho de la muchacha. Su camiseta caía sobre el hombro izquierdo y dejaba al descubierto los tirantes de su sujetador. Recorrió ansioso su cuello, su barbilla, su melena pelirroja, las pecas de las mejillas...

El corazón de Roberto dejó de realizar movimientos ordenados para convertirse en una locomotora desbocada, precipitada hacia el abismo.

La chica, al saberse contemplada, devolvió al muchacho una amplia sonrisa decorada con brackets y una invitación a sentarse en el asiento de al lado que él aceptó en silencio, con una mezcla de resignación, alegría y "ay, madre, no me lo creo".

Y allí, en aquel autobús que viajaba a  algún pueblo perdido de provincias, Roberto recibió su primer beso, que era algo así como una torpeza detrás de otra y un jaleo infatigable de respiración, ahogo y suspiros.

"Hemos llegado", dijo el inoportuno conductor. El muchacho recogió con premura sus cosas y bajó a la plaza del pueblo atolondrado. Sus abuelos se lo comieron a besos. Su tía gritó y lo abrazó y lo aplastó contra su pecho. Su tío, más serio, le tendió la mano: "Qué tal, hijo. Bienvenido. Aquí estarás bien. Mira, ésta es tu prima, Elena. Va a quedarse también dos semanas, como tú, para que no te aburras. Tendrás que echarle una mano en los estudios. Le han quedado dos".

Al verla sonreír y fingir que no lo conocía de nada, Roberto no tuvo más remedio que desmayarse, a mayor gloria del clamor popular y de los parroquianos congregados a la puerta del bar de la plaza.

Cuando despertó, ya estaba en la apacible y fresca habitación de sus abuelos. Una sonrisa metálica, rodeada de pecas, le llevaba un vaso de leche fría de las vacas del abuelo. Elena se sentó en la cama, junto a él, y recorrió con su dedo índice los mudos labios del joven: "Te has desmayado por el cansancio del viaje y el calor. O los nervios. No te preocupes, lo vamos a pasar bien. Confía en mí: soy tu prima".




4 comentarios:

  1. A veces no hace falta viajar muy lejos para pasarse unas vacaciones inolvidables.¡que recuerdos!

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  2. Buf, esto podría ser el inicio de una novela.
    Wonderful world, que la prima con riesgos no nos haga perder lo importante de este mundo pequeño.

    Muy divertidas las reacciones del chico, muy reales los detalles.
    El pueblo se asemeja, más que aburrido, tierra de libertad.
    Besos.

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  3. Cuando menos te lo esperas la vida te hace un regalo.

    (continuará?, espero que sí)

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  4. Mucho riesgo en esa prima xDD

    En Estambul no la tendría...y bueno, captas muy bien ese ambiente, ese viaje, y ese pueblo :)

    ¡Un abrazo!

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