El blog de Luisa Tomás

El blog de Luisa Tomás

viernes, 29 de abril de 2011

La bruja de las palabras


Había una vez una bruja que sólo regalaba palabras.

Harta de las princesas condescendientes y las doncellas discretas, prefirió las soledades a la complacencia y al silencio que imponía el rey en su corte, por eso un día juró cortarse la lengua antes que volver a mordérsela.

El rey era un hombre malvado que se escondía tras un disfraz correcto. Se llamaba Decoro y procedía de una tradicional familia, con nombre y prestigio. Su madre, doña Moral, y su padre, don Castigo, se habían suicidado cuando su hija menor, Constancia, dejó a su marido y se fugó con un cíngaro que pasó por la corte para protagonizar un espectáculo circense.

El rey, resentido y poderoso, mantenía siempre la postura y contaba con el beneplácito de todos sus súbditos, tan moderados y discretos. Henchido, se jactaba de que en su reino no hacían falta uniformes, pues todos sus siervos eran tan correctos y medidos que ninguno desentonaba: "Conforman una perfecta hilera de hormigas. Somos la envidia del orbe".

En las fiestas, todo el mundo tomaba el vino justo, comía con mesura, medía sus palabras y no lucía ni un centímetro más de terciopelo que el aconsejado por un protocolo jamás escrito, pero sí latente en un sentir colectivo, soterrado y aplastado por años y años y años de férreas costumbres.

Las damas se agrupaban en armoniosos círculos, cual florecillas o manojo de mies. Dulces, sensatas, risueñas, pudorosas; con sus gráciles vestidos de encaje beis, sus bailarinas y sus bluques. Aunque Dios, que todo lo puede, las creó distintas en esencia: rubias, morenas y hasta pelirrojas, altas, gordas y flacas... el mundo había conseguido que todas parecieran una y que cada una de ellas fuera como todas.

Aquel día, se celebraba la Pascua de la pechuga de pavo. Haciendo un exceso, las jóvenes solteras podían llevar a la fiesta minifalda y/o un adorno rojo, que pa eso es fiesta. El baile transcurría con normalidad, con la discreción y el protocolo propios del evento. Las más descaradas tomaron dos veces vino, pero todas –lindos frutos de la tierra, leves mariposillas– ofrecían en su dulzura la promesa de ser una esposa ideal, recogida, limpia, moderada y silenciosa.

"¡Y una puta mierda!, gritó desde un rincón la insolente Morgana. La concurrencia la miró y, claro, la señaló. "Estoy hasta los cojones. Voy a decir lo que me dé la gana, voy a cagarme en la madre del árbitro que echó a Pepe, en la puta boda real, en los príncipes azules y hasta en el cabrón que ideó el encaje y el croché".

Condenada al ostracismo y tomada por loca, Morgana envejece sola en una torre que se eleva sobre una montaña. Desde allí, contempla el mundo desde su solitaria perspectiva física y moral. Y escribe, escribe y escribe, dibuja y regala palabras que nadie lee ni escucha. Su figura protagoniza lúgubres leyendas y es tratada en el lenguaje popular como una bruja, de hecho, para los niños de aquel reino ya no existe el hombre del saco: existe la bruja Morgana.

Pero ella, de vez en cuando, en las noches de luna llena, se mira al espejo y sigue pensando que aún es la más bella del reino: tiene soledad, pero le sobran palabras.


P.D.: Y cuando la soledad la vence, alimenta sus delirios con los versos de un príncipe que se empeñó en ser sapo y acabó siendo poeta:


Dices que te hago daño,
¿es que no entiendes que te extraño a mi manera?
Dijiste que nunca mintiera,
que dijera la verdad aunque duela
¿Por qué me miras de esa manera?
Después te fuiste y “adiós muy buenas”
Hoy noto que no,
que no me da la gana, yo la vida doy por saber
si un mundo mejor esta esperándome mañana

martes, 26 de abril de 2011

Recuperando historias II

No es la pereza, es la falta de tiempo, las semivacaciones y alguna "copita" (culés, perdonadme, pero, sobre todo, comprendedme) lo que ha provocado que lleve más de lo debido sin dejarme caer por aquí. Además, a todo eso hay que sumar un exceso de trabajo, que, dicho sea de paso, me está dejando exhausta.

Y ahora confieso: me he propuesto que no pasara ni un día más sin decir aquí cuatro cosas. Carente de ideas, pobre de tiempo, pero rica de espíritu, como siempre, y casi recién llegada de las tierras que me vieron nacer, y donde quedan las raíces, recupero una historia que ya colgué por aquí hace algunos meses (más de un año). A los que la habéis leído, perdonad la insistencia. A los que no, si os apetece, adelante. Si no... pues na.

El entierro

El día del entierro de su marido, Luisa se mostró triste, pero íntegra. Con un vestido negro, un moño alto y unas enormes gafas de sol, representaba a la perfección el papel que esa tarde tenía que representar. Seria y agradecida, recibió el pésame de toda la comitiva, de los amigos y todos los compañeros de bufete de Mariano: “Es una lástima... Tan joven...”, decían unos. “Era un buen hombre y un excelente abogado”, soltaban entre suspiros otros. “Cómo lo sentimos”, se despidieron los Aliaga. “Llámanos para lo que sea”, dijeron los Jiménez mientras apretaban sus manos. “Hija, estamos aquí para lo que necesites”, dijeron sus suegros, y la abrazaron abatidos. Recibidas las condolencias y escuchadas las mentiras –sabía que no podría llamar a los Jiménez para lo que fuera, que sus suegros no estarían para lo que necesitara y que Mariano no había sido un buen hombre–, Luisa cogió de la mano a su hijo Iván y emprendió con él el camino a casa.

La tarde, propia de una primavera temprana, empezó a cubrise de gris. El viento arrastraba los primeros aromas de un renacer que se auguraba esplendoroso. Una suave pelusa de pólenes se arremolinaba en las aceras y provocaba un cosquilleo insoportable en la nariz preadolescente de Iván, huérfano de padre con tan sólo trece años. El niño a duras penas aguantaba el molesto picor en la cara y necesitaba estornudar, rascarse... pero no quería, por nada del mundo, soltar la mano de su madre, romper el silencio que la rodeaba, interrumpir sus acompasados y firmes pasos. Las fuerzas de la naturaleza quebrantaron la voluntad de Iván y al chico se le “escapó” un sonoro estornudo que ni siquiera fue capaz de silenciar o contener poniendo su mano izquierda, la que tenía libre, en la boca. Iván levantó la vista y miró la cara de su madre, a la espera de un gesto que pudiera delatar su estado de ánimo. Y entonces, por primera vez en años, la vio llorar. Luisa lloraba en silencio, y ahora sí de verdad, apretando con fuerza la mano de su hijo. Pero sus lágrimas no eran amargas, tampoco eran alegres. Luisa lloraba confundida porque no sabía cómo se sentía.

Cinco años atrás, cuando a su marido le dio el infarto, con tan sólo 40, no se separó de la cabecera de su cama, y en los momentos en que su vida corrió peligro, sintió por primera vez lo que sentía el día de su entierro: alivio y culpa, culpa por el alivio.
Iván miraba complacido las lágrimas de su madre. Sabía que necesitaba llorar, ya que llevaba mucho tiempo acallando el llanto, asfixiando el dolor, camuflándolo a golpes de maquillaje y fúnebres gafas de sol. Aunque fingía dormir, Iván vivía cada noche una pesadilla de gritos y ruidos y temor. Sabía que su madre estaba paralizada por el miedo y por las amenazas de separarla de él si pedía el divorcio, por eso ahogaba su tristeza y aguantaba sin chistar. Habría soportado cualquier cosa con tal de verlo crecer.

Iván también sabía que ahora callaría él, y callaría para siempre. Noches atrás, poco antes de que a su padre le diera el infarto que acabó con su vida, él abrió sus tres botes de cápsulas. Con sus manitas, separó las dos partes de cada pastilla y manipuló, mezcló y recolocó a su antojo las dosis de polvito de cada una de ellas. Una por una. A nadie le sorprendió que Mariano muriera de un infarto. Estaba delicado del corazón desde que sufrió el primero.


jueves, 14 de abril de 2011

De los fracasos y el miedo. Ah, y que los sueños, sueños son



Desde que dejé el psicoanálisis, el blog me sirve, en cierta medida, como terapia. La otra noche soñé que iba a una productora con el guión –la biblia– de mi serie (sí, ésa que lleva en ciernes un año y sin avanzar un sólo renglón meses) y que para que el productor accediera a leerlo, tenía que acostarme con su secretaria, que en realidad era un hombre vestido de mujer y maquillado y peinado al más puro estilo años ochenta. Si queréis más detalles, tenía cierto aspecto de azafata, era una mujer (cuando aún no había descubierto que era hombre) demasiado neutra, poco expresiva y sin un rasgo que la caracterizara, como una azafata de Iberia o Kate Middelton. Asépticas. Correctas. Si seguís queriendo detalles, se quitaba una peluca, resultaba ser un tío y ahí me desperté o cambié de sueño. Aún no lo tengo claro.
Qué curioso es esto de los sueños –mi psicoanalista diría que lo de curioso no es el adjetivo adecuado, pero hace tiempo que paso de mi psicoanalista–. Si fuera a su consulta tal día como hoy, él me preguntaría que si me provocaba más desazón o incomodidad el hecho de tener que acostarme con ella para que alguien leyera mi guión o el hecho de que fuera mujer. Y yo, hastiada de analizar sueños sin llegar a ninguna conclusión, diría: "Ambas cosas". Y él diría: "Explícame cómo te sentiste". Y yo intentaría cambiar de tema porque mi mente, que a veces funciona demasiado deprisa, estaría verbalizando cualquier gilipollez, quizá improvisando sobre la marcha, hilando frases inventadas sobre cómo me sentía en ese sueño (¿sería una Luisa real u onírica?), y a la vez pensando que el tío –mi terapeuta, con el ánimo en to lo alto por el pernicioso efecto de la primavera– quería llegar al meollo del asunto.

Decepcionado al no hallar en mí ni una sola palabra referida al sexo, concluiría que, en realidad, lo que me pasa es que tengo miedo a terminar el guión porque temo fracasar y que no le interese a nadie, que jamás nadie lo lea y, por supuesto, que jamás se grabe ni un segundo de esa serie. Que los sueños reales, los que pasan cuando estás dormida, son más de verdad (aunque no lo sepamos, puesto que transcurren en el inconsciente) que los sueños de mentira, que son los que se dan cuando estás despierta (es decir, cuando voy conduciendo, oigo una canción y pienso que estaría bien para terminar el capítulo en el que Candela se lía con Juan, a la altura del seis de la primera temporada).

Conclusión: no me hace falta psicoanalista para saber que tanto el guión de mi serie como el de mi corto están ideados, comenzados y nunca terminados porque me vence la idea de engordar con ellos la lista del fracaso. Así que, tal día como hoy, 14 de abril, siguen durmiendo el sueño de de los justos –y casi de los olvidados– en mi escritorio. A la espera de que algún valiente ¿seré yo? los remate. O bien los queme.

P.D.: Y encima no paran de llegarme cosas sobre la nueva temporada de True Blood, la serie que me habría encantado hacer. Menos mal que no soy de deprimirme, si no, esto, más que un desahogo, sería una carta de suicidio.



lunes, 11 de abril de 2011

Del consuelo de los otros


"Y así, tarde o temprano, la persona triste se queda sola cuando aún no ha terminado su duelo o ya no se le consiente hablar más de lo que todavía es su único mundo, porque ese mundo de congoja resulta insoportable y ahuyenta".
Javier Marías. "Los enamoramientos". Abril de 2011.

Con Javier Marías me pasa más frecuentemente que con ningún otro escritor aquello que muchos definen como poesía, es decir, "leer lo escrito como si alguna vez hubiésemos querido decirlo nosotros". Identificarse. Sentirlo. Vivirlo como propio. Como si en ese momento el escritor nos lo hubiese robado.

La frase que pongo arriba no es, ni mucho menos, la mejor de Javier Marías. Tampoco expresa nada nuevo o que no conozcamos, pero me gusta verlo escrito, porque así son las cosas. Y esa frase reafirma lo que en el lenguaje de la calle viene a decir lo de "que cada palo aguante su vela".

No es que uno no pueda contar con otros cuando le ocurre una tragedia o desgracia o tan sólo los pequeños dramas diarios: "Mi novio no me quiere, mi marido me engaña, en el trabajo me pagan poco, me he quedado en paro o mi hijo fuma porros". Puede contar con otros, pero sólo un rato. Si el otro es muy cercano, dos. Si es familia, tres. Al cuarto le dará una larga.

Eso de "llámame y me cuentas" sólo pasa en las películas –o en las series españolas, tan moralistas y malas–. Te llamo y te cuento, pero cuando lleve media hora contando que "fíjate, y al final no la deja, y a mí me quiere, y lo sé, pero es que... no sé, yo lo entiendo a él. Claro, es difícil... Y vamos, yo estoy... que ni duermo, hija. En un sinvivir. Ayer lo vi. Estaba... no sé, raro. Tristón..." el interlocutor en cuestión ya está sacando la ropa de la lavadora, pensando que ese detergente no deja las camisas como le gustaría, o colocando el lavaplatos o rebozando el filete pensando que debería tomarlo a la plancha en vez de frito porque engorda menos. Y así.

Y no, no es que seamos egoístas –o sí, quizá sea lo natural– o que no nos interesen los otros, que sí nos interesan. Es que no queremos tristezas. Y ver a alguien que está pasando un mal momento no es que nos pese –a veces lo hacemos encantados– pero no puede darse un día tras otro, sobre todo cuando uno deja de sentirse necesario pues ha sabido que nada puede hacer por aliviar el dolor del otro. Escuchar sirve una vez. Abrazar sirve otra. Empatizar es imposible, sobre todo porque en la naturaleza humana está latente eso de "él tiene una desgracia y yo no, estoy a salvo, y a lo mejor hasta la miro y la contemplo sin más, como cuando miramos desde la ventanilla del coche el accidente que han tenido otros".

Cada cual tiene sus dramas, sus dolores, y salvo que el otro esté atravesando una tragedia sin parangón, de las que no se superan (la muerte de un hijo, por ejemplo), el bienintencionado amigo o hermano que intentó y se sintió necesario como consuelo o apoyo, rápidamente enciende su mecanismo de defensa interior: "Joder, a mí también me va mal en el trabajo y mi mujer me dejó hace un mes y no ando llorando por las esquinas". Y ese mecanismo de defensa le impide quedar otra vez, otro día, para la misma cantinela (a no ser que seas Lydia Bosch y Emilio Aragón en "Médico de familia" y seas feliz escuchando pacientemente que estás fatal de los fatales porque Chechu ha copiado en un examen en el cole... ¡Dios, cuánto daño ha hecho esa serie y su cabeza visible (Aragón) a la ficción española! Él y su tribu son en parte responsables de que España sea un país pervertido por la moral. Y aquí me paro, que si no, empiezo a hablar de una cosa y acabo en las series, la HBO, Los Soprano y etc, etc, etc).

Quizá sea sentido práctico de las cosas o quizá tenga la culpa la crisis (uno no sale para llorar, más bien para lo contrario: si me cuesta tanto ganar 40 euros... no me los voy a gastar en kleenex, prefiero gastarlos en cerveza y reírme un rato... Bastante lloro ya todos los días a las ocho, aplastado por la realidad y las rutinas, tan poco satisfactorias), pero lo cierto es que por generoso, buen amigo y comprensivo que intentes ser... al final la "congoja resulta insoportable y ahuyenta". O lo que es lo mismo, "cada palo tendrá que aguantar su vela".

Conclusión: si no eres capaz de hacerlo por ti mismo, nadie lo hará por ti. Así que deja de hacer el plasta, cómprate algo y sal a la calle a fumarte la primavera, sobre todo si no quieres que la primavera –con su otoño y su invierno, y también el largo y cálido verano– te devore a ti, cual tragón Saturno devorando a sus vástagos.

jueves, 7 de abril de 2011

Cuatro partidos. El camino del exceso


Se acercan días de Pasión, muchachos. Además de la que se celebra todos los años con torrija y potaje, los madridistas, con nuestra cruz a cuestas, estamos dispuestos a convertir nuestros próximos y decisivos encuentros con el (...) Barça en un doloroso viacrucis para el tigre de Shakira & Co. Tres caídas, tres, que no son pocas, va a sufrir en breve (...) Guardiola:

Primera Caída: Estadio Santiago Bernabéu. 16 de abril.

Segunda Caída: Valencia. 20 de abril. Final de la Copa del Rey.

Tercera Caída: Semifinales de Champions. El Barça (...) por la furia blanca.

Está escrito.

Blanca cual paloma y/u hostia consagrada, me hallo en Cuaresma: época de recogimiento y privaciones. Y reservo espíritu y entrega para los días señalados. Eso sí, de todos es sabido que prefiero a mi parroquia, en las penas y en las alegrías, que la soledad. Concluido el sermón, propongo varias citas (se ruega confirmación por una cuestión de organización y de calcular raciones, más que nada).... Y bla, bla, bla... Así empezaba un mail que mandé a un selectísimo grupo de madridistas y amigos para compartir lo que va a acontecer en breve. El mail fue enviado hace, al menos, una semana. Quizá más. Y para entonces no estaba claro que el Madrid y el Barça fueran a verse las caras también en semis de Champions (algunos manteníamos la ilusión de que los de Guardiola cayeran antes y pido disculpas por este visceral ataque de sinceridad).

Ahora, salvo desgracia, está clarísimo. Cuatro partidos, cuatro, en menos de un mes. Y el infarto amenazando. O esto es con tequila o yo no lo aguanto. Sé que algunos de mis lectores son culés. Y agradezco que estén leyendo estas líneas con la paciencia y la clemencia que les supongo. Para no ofender a nadie, he sustituido los insultillos y vaticinios que, como tales, pueden ser erróneos, por neutrales paréntesis que encierran puntos suspensivos.

Que qué va a pasar. Pues no puede saberse. Lo lógico es que, siguiendo su tónica, el Barça nos arrolle, pero esto es fútbol, no matemáticas. Y el Madrid no está cojo, o no debe estarlo.

Ahora viene el sueño. Que con qué sueño hoy. Pues ni más ni menos con que me dejan ponerme al lado de Mou y echarles a los muchachos el sermón que me gustaría echarles. Por partes: "Si vais a salir a perder, mejor no salgáis. Si vais a salir con miedo, mejor no salgáis. Si no os vais a dejar la piel en el césped, si no vais a honrar vuestro nombre, si no soñáis con la gloria, mejor no salgáis. Vencedores o vencidos, pero que no se escriba de vosotros que os gobernó la cobardía".

Y no hablo de quimeras. Al Barça también se le puede ganar.


Y si no ganáis porque ellos son mejores o ese día juegan mejor o no os acompaña la suerte, recordad siempre que los madridistas (quienes, "aunque sea por elevación, somos unos incomprendidos, y también unos solitarios", y cito aquí a Javier Marías, grandísimo madridista, enorme escritor) tenemos una pasión: el Madrid. Y que somos capaces de ponerle sonido de copla. Y que, en contra de lo que dicen nuestros dignos rivales, vecinos del Manzanares, sí sabemos sufrir, pero no nos revolcamos en el sufrimiento. Y que, en contra de lo que piensan nuestros dignísimos rivales barcelonistas, sí sabemos ganar. Ojalá podamos demostrarlo. Y si no, pues ya sabes: no tienes que darme cuenta, que a ciegas yo te he querío....