Así que trataré de reconciliarme conmigo misma y mi escritura -a la que a veces abandono como el que abandona a un corazón cuando el amor se rompe, o se desgasta, o se acaba, o ya no conviene- recuperando una historia (que yo escribí, y lo explico porque me dicen por ahí que no quedaba claro) del año pasado por estas fechas, cuando el tiempo no era más que la sucesión de horas que faltaban para verlo.
Un año después, creo simplemente que el tiempo es un viejo cabrón que pasa pero que dura siempre.
“Quiero amarte desprovisto de palabras y relojes. Quiero tenerte en silencio en un lugar sin tiempo ni paredes. Sin la urgencia de los besos clandestinos, sin el juicio de los que nos miran con sospecha. Quiero despertar sin prisas en una mañana sin horas. Quiero un sol que no anuncie el día ni tu huida. Quiero un amor sin lunes, un amanecer sin coches ni despertadores. Quiero atravesar contigo el otoño. Quiero a tus manos tanto como a tu alegría. Quiero para los dos el sonido de la lluvia, el humo del café y los cigarrillos, el murmullo de los ríos y las hojas amarillas de los árboles. Las tormentas y el ruido de los trenes. Quiero andar descalza por caminos que nadie haya pisado y encontrarte en ellos, en cada piedra, en cada paso, en cada herida, en cada beso. Quiero el universo que cabe en tu abrazo, no descubrir jamás el misterio que encierra tu mirada. Quiero un leve vestido nuevo para que lo mime tu tacto y unos zapatos con hebilla para que tus dedos se enreden al quitarlos. Quiero un día sin teléfonos ni ordenadores, sin trabajo y sin rutinas. El fuego y la espuma, la nieve y el bosque. Quiero un mundo sin geografía para explorarlo contigo”.Y ahora que el tiempo cabrón vuelve a demostrar que todo principio tiene su fin, ódiame, por piedad, yo te lo pido.

